Jorge Milanes

“Querido Jorge!!, te escribo desde la bella tierra de México, estoy haciendo mi temporada de noviciado, insoslayable periodo en mi etapa de formación”, me escribe en un correo mi excolega de trabajo y amigo Osmán Avilés, joven que ha dedicado parte de su juventud al estudio de las poetisas cubanas.

¡Ojalá los cubanos hubiéramos tenido posibilidad de seguir aquél proyecto que iniciamos durante el llamado Periodo Especial, a mediados de los 90! Entonces se creyó que, al menos cada familia cubana, tendría una bicicleta para mitigar el colapso del transporte y el combustible, entre otras cosas.

“Le faltan veinticinco centavos para completar señor”, me dice la cajera de la tienda en la Villa Panamericana, al darse cuenta de mi error. Minuciosamente busco en la billetera, en los bolsillos pero, solo tengo unos billetes en cup, lo que se conoce por moneda nacional.

Hacía varios años que no nos veíamos, pero me encontré con él en el bulevar de Obispo, a la salida de mi trabajo. De la sorpresa a la conversación. Dos horas de charla. Entre otros comentarios, me hacía el siguiente…

“Hijo de la gran puta…¡Coño!” —le grita el joven encimándose al otro a gran velocidad en la concurrida parada de ómnibus. Lo agarra por el cuello, lo arrincona contra la pared y le dice: “¡Tú eres el que hace varios días vienes vacilando a mi mujer por la ventana del baño!”

“Tengo un secreto que no se lo puedo decir a nadie.” Al pronunciar estas palabras, Katy mira con ojos de complicidad a mi sobrina, que es su amiguita. Las dos tienen 10 años. “¿Cuál es?” Inquiere Carla, intentando develar el enigma.

Cuando yo era adolescente, oía repetir que en Cuba no había racismo. En la escuela los maestros reiteraban que todos teníamos los mismos derechos, deberes y oportunidades. Con esa idea estudie en la escuela de animación turística, me gradué y comencé a trabajar.

A lo lejos, veo la sombra de alguien con un saco al hombro que avanza despacio. Camina en los límites entre el mar y el río. Está ¿cansado? De vez en vez, coloca el bulto en el suelo y se agacha, parece que busca algo, pero, ¿qué?

“Leandro, quiero que me planches el cabello y me hagas un corte así como el tuyo. Y no te preocupes, tengo con qué pagarte.” El aludido, al escuchar de pago, comenzó a sacar los implementos de trabajo. Mi vecino le pregunta: “¿Puedes?”

“¡Mamá… mira un ovejo grande!” Gritó el niño a toda voz, emocionado, mientras miraba por la ventilla del ómnibus. Iba de excursión con su familia al Valle de Viñales. Lo dicho por el muchachito provocó la risa de algunos pasajeros.