Seguir aprendiendo en tiempos alarmantes
HAVANA TIMES – Pensé que comercializar libros era más fácil. No tuve en cuenta que vivir en un país con gravísimos problemas económicos y enfrentamientos a crisis de toda clase en tiempos muy prolongados, nada resulta simple. Con todo, haciendo mi trabajo me puso a pensar el comentario que me hiciera una amiga cuando me vio al pasar: «Que interesante vender libros en un momento como este en este país». Y francamente si me llamo a reflexionar muy en serio conmigo misma, más que interesante, en muchas más ocasiones me resulta estresante, y no quisiera que fuera el desafío que es casi todos los días.
Obvio que tiene sus satisfacciones. Cuando una observa la alegría de la gente de encontrar la información que hacía rato estaba buscando. O alguien pregunta el precio por un texto que quiere y le resulta muy accesible para estos tiempos sin paz con los precios por las nubes, y te pregunta: ¿usted sabe el libro que está vendiendo? Y te dice mil veces gracias con su gozo en el alma.
Pero también están esos días solitarios, donde las historias que propones no interesan. Y otros días más complejos aún. Sin embargo, no se puede negar que también la labor de librera te genera momentos curiosos que se te quedan en tu propia vida personal, como un acercamiento para siempre de otras experiencias, y termines respetando un poco más la vida de los que se van y se quedan, por ejemplo. Porque aquí esa es esencialmente la dinámica.
Recuerdo haber llegado a la casa de una clienta. La casa estaba semivacía. Contaba con una sala grande, una mesa con sus cuatro sillas y al final parecía tener la cocina. Daba la impresión de que todas las que estaban allí tenían una sola tarea: recoger. Saludé al llegar por supuesto, e inmediatamente la dueña de la casa que era la mujer que me dijo me llegara a su dirección, me llevó a la esquina de la sala.
Estaban unas cajas una sobre otras llegando casi a mitad de pared. Me dijo: «Estos son los libros que quería que revisara. Me dice con los que se quiera quedar y arreglamos precio».
Eran muy buenos textos de literatura infantil, para adultos, matemáticas, náuticas…Y yo empecé hacer mi trabajo, mientras el resto seguía en las mismas funciones. Luego me entero por la propia cliente que tenía toda su familia esperándola en el Norte y que ya le habían llegado los papeles para partir, y estaba, me podía imaginar, en el corre corre.
Mientras le enseñaba los libros que me quería llevar, y los posibles precios, ella me contaba que toda aquella literatura se la leía su esposo, y se la contaba por las noches antes de dormir. Es un apasionado lector, me contó. Cuando le mostré los libros de náutica que también quería llevarme, me respondió que no, que esos no, y perdón por no habérmelo dicho. Es que su esposo era marinero, y le dejó dicho que le llevara todos los libros de náutica, porque había llegado a la conclusión que sin ellos no podía vivir. Nos reímos.
La mujer había trabajado en la imprenta de Holguín muchos años. En lo que era encuadernación de libros. Me contó de las agendas que podía hacer artesanalmente. Me mostró algunos trabajos que conservaba, y que había hecho para su hija que también había emigrado, y la estaba esperando allá.
Entre los libros me encontré esas libretas de adolescentes de hace algunos años donde pegaban recortes de canciones que salían en las revistas, escribían poesía propias o de otras y otros que encontraran en publicaciones. Una costumbre que ya se ha perdido. Se la pedí. Me dijo que sí con afabilidad.
Terminamos el trato. Muchos de estos libros determiné quedármelos. Algunos venderlos con cariño. Eran el producto de una despedida casi definitiva. Porque podía regresar de visita, o podría no volver nunca como tantas otras y otros. Tiempo después he tenido que pasar por la misma calle, y he mirado para la casa ya cerrada.
Pero si lo pienso la gran mayoría de mis clientes que me suministran los libros son jubilados o las personas que tienen que ver con la emigración. Una abuela me sugiere visitarla por este asunto y me da su dirección. Éramos casi vecinas. Cuando llego me encuentro con toda una caja enorme repleto de libros infantiles. En excelente estado todos ellos.
Ella me cuenta que son de su nieta que ha partido hacia Brasil con sus padres, o sea, con su hija y yerno. En una llamada telefónica su nieta le pide que conserve sus textos, pero ella le respondió que ¿para qué? Están ahí en ese lado cogiendo polvo y destinados a ser comida para cucarachas. Mejor permitir que sigan su viaje para otros niños. La nieta estuvo de acuerdo entonces. Y yo tengo que tener sumo cuidado con ellos porque tienen que ver con estas clases de historias que tocan tanto lo humano: deseos, idas, desapegos, tristezas, adioses…
Más de una madre ha llegado donde estoy en mi puesto de ventas de libros para decirme que vaya a sus casas a ver los que tienen. No los necesitan, eran de sus hijas que estudiaban aquí Socioculturales, o eran cantantes del lírico, bailarinas…y ahora se encuentran en Tapachula, México, esperando pasar a los Estados Unidos ó ya están allá y no piensan volver. Son textos nuevos de Historia, Música, Arte, Español y Literatura, incluso la bailarina estudiaba Alemán, y su mamá tuvo la gentileza también de regalarme los discos. Me encanta el alemán, ya tengo otro método.
Están las amistades de la familia también que tienen la amabilidad de dejarme recado de pasar por sus casas, y me ceden muchos de sus libros. Que yo con gusto paso a recoger.
Los días más desafiantes consisten en experimentar algunos días tras otro sin poder vender un solo volumen, por ejemplo. Por el contrario, sólo se acercan esas personas que desean vender sus libros. Pueden llegar, sin exagerar, hasta tres clientes para vender sus textos, y ninguno para comprarte. Lastimosamente tienes que responderles que en esos momentos no estas en condiciones de comprar porque las ventas están ariscas. Y se añade la señora bien de mañana que te pide una ofrenda para poder desayunar. Ó el joven desgreñado que te dice salió de prisión y está lejos de su casa y quiere que le ayudes con el pasaje.
Cuando esas experiencias se repiten muchos días y hacer la comida es necesario todos los días del año, pues el desespero tiende a despertar dentro de una. Sin embargo, no puedo descartar del todo la observación al inicio comentada de mi amiga. Se pueden tener sus razones para pensar así.
Es reconfortante experimentar cómo todavía hay personas que conservan el hábito de la lectura en un país que está en proceso de desmoronamiento total como sentimos a Cuba muchas y muchos los que vivimos en ella. En una tierra donde lo básico se ha vuelto muchas veces lujo, por ejemplo, la cuestión de la comida, por lo difícil que es de conseguirla, para muchas personas seguir estudiando, instruyéndose es importante.
Te encuentras la mujer que busca esos textos escolares para sus hijas porque le preocupa que en la escuela no haya. El abuelo que quiere obsequiarle a sus nietos este libro específico porque para él es todo un tesoro. Ó la madre que pasea con su bebe cargado sobre su pecho y te compra con alegría «La edad de oro», y «Corazón» de Edmundo de Amicis, porque son los primeros libros que quiere leerle a su bebé cuando crezca.
Cuando se para un anciano y busca con la mirada algún texto de idioma porque es traductor y ama la lectura, no puede dejar de leer. El profesor de Física que te pregunta si tienes algo referente a este tema, y por favor si te llegara que te acuerdes de él. El niño que aprecias muy joven para que te compre dos volúmenes de matemáticas y te asombra. Ó quien está pasando rápidamente al lado de ti en un bicitaxi y te agradece por tener a Giovanni Boccacio en sus manos con voz bien alta para que puedas oírle.
Entonces en medio de todo ello haces amigas y amigos, amores, relaciones de toda clase que agradeces y de todo corazón. Y sí, debes de darle un poco la razón a tu amiga con eso que es interesante estar vendiendo libros en estos tiempos. Aunque por circunstancias una crea que no en momentos.
De todas maneras, no debería estar quejándome tanto, y sí creciéndome, mantener la intención de seguir aprendiendo aun en tiempos como estos y en un país como este. Tal como muchos de mis clientes me enseñan más de una vez. Y porque no se debe dejar de aprender ni en los tiempos más alarmantes.
En lo personal no tengo esa costumbre de leer libros o de poder disfrutarlos. siempre los vi como una herramienta de aprendizaje que no es la que más se adapta a mis necesidades. Claro, he leido algunos libros y he logrado disfrutarlos por completo. Pero nunca había pensado en cómo sería la vida de un libro en si.
Ese corazón que tienen que puede ir calentando y dándole disfruto o incluso realizaciones a su lector o lectora es algo en lo que no había pensado. A veces te piden prestado un libro el cual nunca vuelves a ver, pero si lo leiste al menos una vez ha cumplido lo mínimo que puede hacer por ti.
Ahora veo que la verdadera magia de los libros no está solo en leerlos, está en las manos por las cuales ha pasado y las manos por las que pasarán sus hojas.