Escenas habaneras (III)
El cubano cada vez rompe más la barrera del silencio y expresa en colectivo su malestar. He sido testigo, en una guagua repleta, de una colectiva risotada como aprobación de un cuento atrevido lanzado al aire por un anciano.
El cubano cada vez rompe más la barrera del silencio y expresa en colectivo su malestar. He sido testigo, en una guagua repleta, de una colectiva risotada como aprobación de un cuento atrevido lanzado al aire por un anciano.
Mi tío esperaba a que le sirvieran un café en el Café Habana. Una amiga le acompañaba. Le sirvieron cuando de repente un hombre con una camisa a cuadros y maletín al hombro se lanza sobré su café y lo toma para sí.
Arrastra carretilla ancha y larga cargada de cajas llenas de libros. Es un carretillero. Trabajador por cuenta propia. Su oficio consiste en trasladar desde su casa a la Plaza de Armas de la Habana Vieja, los libros que allí se venden a los extranjeros.
En la esquina de mi casa existe una de las pocas fondas de la Habana. No es ni un restaurante estatal, ni una paladar particular, es simplemente una fonda.
Creyeron que los reclutados en oriente no podrían insertarse en las redes de corrupción e ilegalidad de la capital, por venir de muy lejos.
Ayer no eran aún las 8:00 a.m., y ya me sentía un cobarde. Anteriormente me sucedía al finalizar el día, por lo que la aflicción mañanera me lleno de preocupación.
Nunca pensé ver en las calles de la Habana una carretilla tradicional para la venta de viandas y frutas tropicales. Sólo las conocía a través de fotos de revistas de época. Habían desaparecido poco después de la llegada de la Revolución.
En Sancti Spíritus existen muchos tejares. Son fábricas de ladrillos de barro cosido. Mi primo Yanner trabaja en uno de ellos. Tiene dieciséis años. Su mamá dice que si no quiere estudiar, tiene que trabajar.
El Mégano es un cine de barrio peculiar. Lo visitan marginados de todo tipo. Indigentes, alcohólicos, inmigrantes ilegales, homosexuales, travestís.
Nuestros trenes interprovinciales son un desastre. Vagones de mediados del siglo XX, construidos en Alemania o Argentina. Diseñados para un clima y una demanda que no tiene que ver con nuestra realidad: calor húmedo y una frenética movilidad interprovincial.