El Cine Mégano: un lugar seguro y oscuro
Yenisel Rodríguez
El Mégano es un cine de barrio peculiar. Lo visitan marginados de todo tipo. Indigentes, alcohólicos, inmigrantes ilegales, homosexuales, travestís. Todos buscando aprovechar, según sus necesidades, la cobertura física que ofrece el edificio. La proyección de los filmes es algo secundario.
Los indigentes, por ejemplo, van en busca de un lugar donde dormir la siesta, luego de pasarse toda la mañana vendiendo la mercancía recogida de la basura. El cine es un lugar seguro y oscuro, ingredientes básicos del buen dormir.
En el lobby del Mégano te reciben un taquillero y un acomodador travestís. Una auxiliar de limpieza te orienta de los servicios extras que ofrece el cine. Uno de ellos es la chispa, la bebida alcohólica más barata del país.
En la oscuridad decenas de personas agrupadas para conversar, dormir y comercializar. Unos con las piernas alzadas, otros acurrucados en un asiento, los menos tirados en el suelo.
El cine se encuentra a 500 metros de la puerta trasera del Capitolio Nacional. Su nombre recuerda un documental homónimo filmado años antes al triunfo de la Revolución. Este mostraba las malas condiciones en que trabajaban los carboneros de la Cienaga de Zapata. Por muchos años se usaron sus imágenes para darle contenido visual a la miseria y al desamparo prerrevolucionario. Cincuenta años después dicho nombre resurge con el mismo significado. Un reencuentro forzoso de los cubanos con demonios que se pensaban exterminados.
Visitar este cine siempre me hacía recordar a El Mégano: la bruma del lugar, el blanco y negro de sus interiores, y la perseverancia de sus “actores.” ¡Que ironía!
Me sentía uno de sus realizadores. Era el observador externo de una ensombrecedora realidad. Nacieron deseos de revelarla al menos con palabras.
Sea este comentario otro Mégano neorrealista que documente nuevas historias de revoluciones perdidas. Y de puntos de partida.