El deber cumplido
Yenisel Rodríguez
Ayer no eran aún las 8:00 a.m., y ya me sentía un cobarde. Anteriormente me sucedía al finalizar el día, por lo que la aflicción mañanera me lleno de preocupación. Y es que cuando se asume una búsqueda en lo político, se abren muchas puertas que te llevan a vivir experiencias inimaginadas, muchas de las cuales nos demuestran la implicación real de querer ser consecuente con lo que se cree justo.
Esa mañana, alrededor de las 7:00 a.m. montaba una guagua para regresar a mi casa. Sin más el chofer comenzó a ejercitar su rol de sicario del Gobierno, y lo peor es que era sobradamente talentoso. Aún estaba soñoliento, pero mis ideales me exigían consecuencia.
La molestia y el enojo comenzaron a apoderarse de mi persona. Empezaba a organizar el contraataque, que consistía en demostrar el doble rasero del chofer:
“Tú que después de quitarte el uniforme comienzas a criticar al Estado y al Gobierno, ahora te pones de su parte, al juzgar a la gente por no pagar el pasaje…, sólo por que quieres asegurar tu salario,” –así se iban tejiendo las ideas.
Pero de repente un impulso muy poderoso vino a subvertir mi contraofensiva. Simplemente me encontré algo indispuesto para entablar la confrontación, de sobreponerme al miedo de hacer el ridículo, a correrle riesgo de perder la polémica, de no logar que la gente me entendiera.
Al bajar de la guagua, y después de no pronunciar palabra alguna, ya comenzaba el sentimiento de cobardía. ¡Qué forma de empezar el día! Y aún tenía que coger tres guaguas más.
Sin embargo al terminar el día, la sensación de derrota fue desapareciendo. Lo sucedido se presentó de otra manera. Me preguntaba: “¿No puede uno permitirse el cansancio por momentos?” Sopesé si en vez de cobardía, era la ausencia de ansías de protagonismo y de liderazgo mesiánico lo que condicionó mi silencio.
Agregue: “Tenemos derecho de ves en cuando a permitirnos treguas críticas, de pedirle a los labios no echar lo que el alma quiera expresar, de que el hacer no nazca del decir, sino que florezca del silencio.” Rumiaba estas ideas y presentía cierto consuelo.
De repente, mientras escribo este texto, sucede un accidente. Sin quererlo, mi mirada tropieza con el cartel que colgué del espejo donde me miro todos los días antes de salir a la calle. Leo lo siguiente:
“La tranquilidad es imposible: el silencio es criminal.”
Y me quede a solas con Martí, con esperanza de que su petición de intransigencia fuera, sólo por esta noche, una estrategia pedagógica; y no la petición del perfecto Dios de las revoluciones y las valentías.
Muy agudo señor Yenisel,me gusta como escribe ,cierto es que da mas vuelta que un perro para echarse al suelo, supongo que se deriba de esa degeneracion en el lenguaje y la expresion,(resultado de ese QUE NADIE ME ENTIENDA CUANDO HABLO tan comun en las dictaduras eejjjeemmm proletarias) que se muestra en algunos casos como el suyo, artisticos y pintorescos y que tanto llamaron mi atencion en la isla,
«Roman paladino»al pan, pan y al vino ,vino.
Que tiene que ver que el chofer cuando se quite el uniforme hable mal de la revolución con el pago del autobús, que es un acto de civismo