Luz, ni para ver la hora
Maria Matienzo Puerto
Hace ya varias noches soñé que todo estaba oscuro, y como los sueños son caprichosos, soñé que estaba en un parque y que no podía leer ni una línea del libro que llevaba encima porque el alumbrado público nunca encendió.
A penas se les veía el rostro a las personas que caminaban muy cerca del banco en que estaba sentada. La desesperación llegó a su punto máximo cuando intenté mirarme las manos y no lo logré. Fue cuando recordé que estaba dormida.
Le tengo miedo a la oscuridad como una niña pequeña. Todas las noches me aseguro de que quede, al menos, una luz encendida en la casa. Y no es que le tema a los fantasmas o al hombre del saco o a la bruja de la escoba o a los enanos que se roban el aliento de los niños, si no a tener que levantarme de un modo inesperado y tropezar, o a que suene el teléfono y romper algún adorno por falta de luz.