La suerte de ser ama de casa
María Matienzo Puerto

Este arte de la escritura me permite, de vez en cuando ser lo que yo quiera. En este momento, por ejemplo, me estoy convirtiendo en una ama de casa que tiene dos hijos y una cocina que atender, mucha ropa por lavar, pero que pese a todo eso ha abierto un espacio para leerse una buena novela de amor o policíaca o de terror, según le recomiende su mejor amiga, que sí tiene tiempo para ir a exposiciones o a la presentación de un libro.
Vivo en el Cerro, cerca de la Biblioteca Nacional, así que en cuanto tenga un tiempo voy a ir para inscribirme. Todo está en que estos chiquillos me den la oportunidad, porque ayer que podía ser un buen día el más chiquito me amaneció con catarro.
Son las dos de la tarde. Bueno, parece que sí, que voy a poder. En cuanto se despierten los visto y nos vamos los tres, así de paso ellos dan una vuelta.
Ya lavé los calzoncillos y las medias que tenía acumulados, y tengo planificada la comida de la tarde: un arroz amarillo con los pedazos de carne que me quedaron de ayer, unos platanitos maduros fritos y una ensalza de lechuga y aguacate.
Esa idea de la Biblioteca es buena. Así no dependo de nadie para entretenerme por las noches, ni tengo que estar amarrada a la televisión que está más mala que el carajo. Espero tenerlo todo: las dos fotos y el carné de identidad.
Se están levantando. «¡Ya voy! Vamos de pie. ¡qué niños más lindos! Sí, ahora una merienda y vamos a dar una vuelta con mamá.»
Cruzo la calle que parezco una loca, pero ya estoy aquí. Este edificio es enorme y los niños me preguntan si van al médico. «Claro que no, nené. Esto es la Biblioteca Nacional. »
En cuanto entro me siento encima la mirada de la muchacha de la carpeta. Parece que no me vestí de un modo apropiado, pero imagínate estos niños no me dan demasiado tiempo.
«Buenas, compañera. Yo quisiera sacar el carné para pedir libros en calidad de préstamos. A mí me dijeron que solo debía traer dos fotos y el carné de identidad.»
Parece que me engañaron porque la compañera me acaba de decir que si no tengo una carta de mi centro de trabajo y una fotocopia del título no puedo acceder a los «fondos del centro», que para mí están los Club Minerva en las librerías municipales.
Por más que le explico que no trabajo, que no soy graduada de nada, que la única biblioteca que tengo cerca es esa, no me entiende, y me dice que esas son consideraciones de más arriba, que ella tiene mucha pena pero que no me puede resolver.
Y yo la comprendo. Ella no tiene ningún poder de decisión. Entonces qué hago yo. Parece que mi respuesta es quedarme sepultada entre pañales y comidas hasta que estos chiquillos cumplan unos años más y vayan a la escuela y yo pueda alejarme más de la casa.
qué triste, María, la burocracia nos ahoga a todos, pero las mujeres vamos a la vanguardia de los ahogados