Varadero, el mar y la esperanza

2016 en Varadero

Por Verónica Vega

HAVANA TIMES – No sé por qué en estos días me acuerdo tanto de aquel viaje a Varadero en 2016. No era realmente de placer, solo íbamos a recoger un Tablet que le donaba a mi hijo un extranjero por colaborar con Havana Times.

Mi esposo sacó los pasajes y en aquella guagua enorme donde divisábamos el paisaje a través del cristal frontal, como el chofer, me sentía una turista del primer mundo. Entonces, ese es el remanente que la nostalgia saca, como una bandera de triunfo: ¡recuerda, sí, la felicidad, la libertad…!

Sin embargo, la verdad es que todo lo encontré muy diferente a lo que recordaba del Varadero de los años 80, tan acogedor con su cafés y restaurantes rústicos, y esa atmósfera íntima, familiar.  No reconocí nada, las calles me parecieron inhóspitas sin la presencia de portales y con aquel sol abrasador, más la impotencia de ver los coches de caballos y el abatimiento en los ojos de esos poderosos animales sometidos, por una lucrativa tradición.

El donante extranjero fue extremadamente parco durante el encuentro, que tuvo lugar en la misma calle: se limitó a instruir a mi hijo sobre el funcionamiento del Tablet y con la misma, se despidió.

Caminamos entonces buscando un lugar donde almorzar, pero todo era extremadamente caro. Finalmente pudimos comer unas pizzas cuyo sabor ni siquiera recuerdo, en una especie de local cerrado con cristales donde no dejaba de sentirme incómoda a pesar de que sonreí mientras nos hacíamos unas fotos. También posamos después frente a un bar restaurant con diseños alegóricos a los Beatles, solo pensando en mi amiga y colega Irina Pino. El sueño sí, de la funcionalidad y el confort como un estándar de vida, confiar, como otras veces, que esta escena será sistematizada, porque “cosas buenas pasan a la gente buena…”.

Lo que sí encontré intacto en su belleza fue el mar, el agua cristalina y las primorosas ondas de espuma. La fuerza silenciosa de las olas. El viento. Sentirte como si fuera el primer día del mundo. Cómo se puede vivir sin esto, pensaba. Cómo se puede olvidar esta paz, esta inocencia en el trasiego de supervivencia diaria, entre calles destruidas, mercados desabastecidos y gente llena de resentimiento… Corrí por la arena y traté de captar todo grabando un video aunque mi hijo insistía en que era inútil: “la cámara no es subjetiva, no va a registrar lo que tú sientes…”.

Un rato después buscábamos un taxi para regresar a la Habana porque el pasaje en guagua solo era de ida y descubrimos lo caro que los choferes con auto particular cobran por la desesperación. La exaltación empezó a tornarse angustia a medida que avanzaba la tarde sin posibilidades de pernoctar en ninguna parte. Recordé que en mi primera visita a Varadero, con una amiga, en la misma situación, solo pudimos dormir un poco en el cine mientras pasaban la película coreana “El flautista contra los ninjas” y nos sorprendía que esa trama inverosímil hubiera provocado aquellas enormes colas cuando se estrenó en la Habana.

Cómo ha cambiado todo, pensaba. Los majestuosos hoteles, el centro comercial, las cafeterías… parecían insertados por Photoshop para una población incapaz de responder a esa economía. Un taxista nos pidió ¡30 dólares por persona! Mi esposo había vendido una pintura recientemente pero aún así el gasto era desproporcionado. Por fin, conseguimos que otro chofer nos llevara a la Habana por un total de 60 dólares.

El escape había durado unas pocas horas y el alivio emancipador fue reemplazado por la zozobra sobre nuestras mascotas, que no entenderían la ausencia si algo nos impedía regresar el mismo día. El vértigo del paisaje me mostraba tantos lugares desconocidos que pensé: no conozco mi propio país… Y vi a Cuba como un animal tendido sobre el agua, colmado de misterios inaccesibles, incluso en medio de la larga destrucción.

En 2011, cuando regresaba de Francia (mi primera exploración al mundo, con 45 años), el avión entró al cielo de la isla en medio de una intensa puesta de sol y, al mirar hacia abajo, sentí como si objetivamente un cordón umbilical me uniera a esta tierra, y una mezcla de dolor y alegría me hizo estallar en llanto ignorando el asombro de mis compañeros de asiento.

Entonces, de repente comprendo lo que hace circular en mi memoria ese viaje a Varadero que no fue ningún triunfo, ni un equivalente a la sensación liberadora de unas vacaciones, en un país “normal”. Cuando descargué las fotos y el video, efectivamente, las imágenes no transmitían las emociones que sentí en la playa, y parecía un lugar anodino y despersonalizado. En la foto hecha en la cafetería lucíamos asombrosamente tristes, como si se hubiera desintegrado la representación del entusiasmo, que sí era auténtico, por una aventura que ni siquiera hemos podido repetir en muchos años.

Pero el recuerdo de la playa que no consiguió grabar la cámara, como aquel del crepúsculo desde el avión París-Habana, con los días se va revelando en una comprensión cada vez más potente, y más nítida, aunque muy difícil de explicar: la certeza de que estamos asistiendo a los últimos días del desastre, que se acerca un proceso inverso, de reconstrucción, donde Cuba va a estallar con la fuerza de una primavera soñada (y renunciada) por largas décadas.

Que viene un movimiento integrativo, igual que la sístole del corazón, un movimiento de atracción y de acogida, a todos los hijos de esta sufrida tierra. Aunque todo siga pareciendo tan estático y la lucha por la supervivencia nos haga desconfiar cínicamente de todo lo que no sea tangible, todavía.

Lea más del diario de Verónica Vega aquí en Havana Times.

Veronica Vega

Verónica Vega: Creo que la verdad tiene poder y la palabra puede y debe ser extensión de la verdad. Creo que ese es también el papel del Arte, y de los medios de comunicación. Me considero una artista, pero ante nada, una buscadora y defensora de la Verdad como esencia, como lo que sustenta la existencia y la conciencia humana. Creo que Cuba puede y debe cambiar y que sitios como Havana Times contribuyen a ese necesario cambio.

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2 thoughts on “Varadero, el mar y la esperanza

  • Maravilloso texto lleno de vivencias profundas y nostálgicas de un año no tan lejano, pero parece presente, por la vida de ahora que cada vez es más difícil, pues vivimos en un país solo para turistas, a nosotros nos desarraigan cada día que pasa, nos quitan lo que heredamos de nuestros padres. Es triste. Habrá esperanza?

  • Qué bonita tu historia y qué triste como otras. No sé cómo personas que no pertenecen a la cúpula ni a otras clases privilegiadas pueden subir fotos a las redes desde una fiesta inventada; se ríen, bailan y yo solo pienso: serán felices de verdad. Se puede ser feliz en medio de apagones, miserias materiales y humanas y reír frente a la cámara de cualquier celular como si todo estuviera bien?

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