Cine para un sueño
Por Veronica Vega
HAVANA TIMES – Últimamente tengo la sensación que solo escribo sobre un continuo proceso de destrucción. Hablo con compatriotas, que viven dentro o fuera de la Isla, y percibo que experimentan algo parecido.
Sabemos que la destrucción es parte inevitable de este mundo dialéctico. De la vida. Los cuerpos cambian: envejecemos, los amigos siguen sus propios caminos, al igual que los hijos. Varía, igualmente, nuestra percepción de la existencia y de la sociedad.
Pero de alguna manera, en Cuba vivimos todo ese proceso con mucha más violencia. El acto de deshacer no es del todo natural. La gente se ve obligada a renunciar a sus proyectos.
Desde la simplicidad de comprar una ropa, un mueble, hasta la necesidad de reparar su casa o de adquirir una vivienda. Ni hablar de proyectos culturales, como tantos que he visto nacer y descomponerse, no precisamente por voluntad de sus hacedores o consumidores.
Hace unos días, vi un documental que le dio mucha más fuerza a esta reflexión. Se titula Mujer que espera, realizado en 2004, y disponible gratis en YouTube. Es una entrevista a la actriz Isabel Santos.
A ella la conocí a través de una telenovela, por los años 80. Recuerdo que me llamó mucho la atención, por su personalidad que oscila entre el candor y la fuerza. Y por su indiscutible capacidad de convencer, con cada una de sus interpretaciones.
Su rostro se hizo enseguida muy familiar en la gran pantalla cubana, un cine hecho con más corazón que recursos, y siempre bajo la mirada suspicaz de la censura política.
En el documental, la actriz va desgranando memorias de su infancia, en un perdido pueblito de Camagüey donde no había electricidad, y su primer contacto con el cine fue gracias a un equipo de proyección itinerante, un acontecimiento para adultos y niños.
Luego van apareciendo fragmentos de algunas de sus películas, todas disfrutadas por mi generación. Vistas entre la risa o las lágrimas, en el mismo proceso de aspirar y creer, de construir un país, aunque solo fuera en la mente.
Isabel Santos es una mujer que cautiva, por su proyección diáfana y franca. Parece que anula toda distancia entre ella y el espectador, como personaje o como persona.
Entonces, para alguien como yo, que tiene aproximadamente su edad, fue inevitable revivir esa Cuba que compartíamos con el furor y petulancia de la juventud, convencidas de la legitimidad de un sueño.
La población entera esperaba con ansias las películas cubanas y el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, en el que nos sentíamos a la altura de los invitados extranjeros, para mostrar nuestra versión de la realidad, y merecer premios. Recuerdo aquel orgullo, aquel sentido de pertenencia compartido.
Con qué alegría la vimos recibir el Premio Coral por su actuación en Clandestinos. Dicho filme nos volvía a convencer de la utilidad de la Revolución, por el sacrificio de tantos jóvenes que fueron torturados y asesinados a manos de la maquinaria represiva de entonces.
Aún desconocíamos que la Revolución se sostiene con los mismos métodos, disfrazados en un control mucho más tácito y eficaz.
No sé por qué, a los actores se lo perdonamos todo, incluso que sean parte del montaje que nos mantiene en este estado de hipnotismo, de sociedad dual, donde la realidad cubana está ausente de la pantalla, a pesar de los guiños al machismo, a la pobreza, a la prostitución, al éxodo o hasta al hecho de que alguien se vaya solo por huir del acoso de la Seguridad del Estado (como en Regreso a Ítaca, basada en un guion de Leonardo Padura).
Si echamos una ojeada a la cinematografía cubana post 59, la Revolución es siempre la protagonista. Es un cine en el que pesa más el entorno social que el individuo y, por tanto, está confinado (y condenado) a circunstancias específicas.
Y es una pena, porque un día será solo el arte de un período histórico y sus obsesiones, mientras los protagonistas reales (el pueblo cubano), luchábamos verdaderamente por ser parte del mundo, de su progreso material y social.
La verdadera desesperación del cubano en esa carrera donde estábamos y seguimos muy desfasados, la sigue contando la realidad, no el cine. Como sucedió con los tres jóvenes protagonistas de la película Una noche, de la realizadora británica Lucy Mulloy, que pidieron asilo en Estados Unidos cuando fueron como invitados a un festival en New York, donde concursó la película.
Esta es la verdadera trascendencia del arte, cuando la realidad sale de la pantalla (la historia de tres jóvenes cubanos que quieren emigrar), para demostrar, en la práctica, que estamos en un continuo y peligroso proceso de destrucción.
En el propio testimonio que constituye Mujer que espera, la entrevistada menciona de forma muy emotiva esa sensación de soledad por no vivir con su familia (su único hijo emigró siendo muy joven), de los amigos ausentes, porque vivimos en ese movimiento de las olas que no es progreso, sino desgaste… luchamos por mantener el equilibrio en esta balsa-país, con la maltratada esperanza de arribar a algún puerto.
Y esa es una expectativa reciclada, generación tras generación. Tanto es así que los veinteañeros de hoy se quieren atribuir el exilio cubano como una experiencia propia, ignorando que mis padres y abuelos vivieron exactamente lo mismo.
Mujer que espera trata de levantar al final con una especie de optimismo forzado, como quien apuesta por el futuro a ultranza del presente. Pero la realidad vuelve a desmentirlo, pues sabemos que esos actores que aún nos son tan entrañables, la mayoría ha emigrado también o se mantienen con trabajos fuera de la Isla.
Su público siente satisfacción cuando los ve en una telenovela extranjera, como se alegran los cubanos de Miami si un cantante del patio visita esa ciudad. Es que a pesar de las tensiones políticas, la mayoría le perdona que no se haya pronunciado jamás por la verdad, ya que así, al menos, pueden seguir sosteniendo los jirones de un arte, un cine, una nación que se nos deshace.
Yo vi el documental, y me gusto la sencillez de Isabel, como cuenta anecdotas y procesos creativos. Veronica, tu vision de la vida y el arte es uno de los diarios mas reales que has escrito y la comparto. Todo es desgaste, pero debe quedar algun rastro de lo que fuimos, somos el resultado de un pais, pero tambien de nuestro papel como ciudadanos y artistas