Aquellos años 80 en Cuba

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Soy un tipo intemporal. Ni mis gustos ni mi modo de ver la vida coinciden con esta época. La música precisamente es un ejemplo de lo que escribo. Por eso en estos días me vi buscando por You Tube música cubana de los 80.

Me topé con unos temas de Vicente Rojas que me remontaron a esa época de mi niñez y me hicieron recordar circunstancias y personas de mi familia que no volverán aunque nada tuvieran que ver con la canción.

Leí algunos comentarios de internautas, uno de ellos expresó: “qué época esa de los 80, la mejor que tuvo Cuba”.

La mente humana es así de engañosa, tiende a edulcorar el pasado, que por muy difícil que haya sido, se encarga de limar lo malo para dejar el diamante de lo poco agradable y entonces viene la nostalgia y el autoengaño y pensamos que sí, que fuimos felices, cuando muchas veces es todo lo contrario. Así es con todo, con lugares, trabajos, relaciones…con todo.

Solo es una trampa emocional. Y en el caso de Cuba nada más certero porque nunca hemos tenido épocas buenas, al menos de las que recuerdo y haya vivido.

Los años de la década del 80. Me parece estarlos viviendo ahora. Mi mente, en ese sentido, es tan certera como la trayectoria de un proyectil disparado por un francotirador. Poseo una memoria peculiar que me permite evocar eventos hasta el último detalle con fechas y todo, en muchos casos. Por poner un ejemplo, puedo recordar qué hacía yo en agosto de 1997.

Y recuerdo muy bien las circunstancias de esos años a pesar de haber sido un niño.  Recuerdo que en 1980, al menos en el campo, casi nadie tenía televisor o refrigerador. En mi casa, que era la de mis abuelos, había una nevera donde se hacía hielo para varios vecinos, quienes también venían en la noche para ver la telenovela de turno. Abundaban las viviendas con piso de tierra y techo de guano.

Escaseaba la ropa. La gente accedía a un cupón que le permitía comprar una o dos mudas una vez al año. Vestir un vaquero, que aquí le llamaban pitusa, era un lujo solo reservado para la gente pudiente, marinos mercantes o aquellos que sobrevivían a guerras extranjeras y llegaban portando ese jean de mezclillas y pulóver con la imagen de Bruce Lee y, por supuesto, la grabadora casetera que le hacía ver como el hombre del momento, porque casi nadie las poseía. Era un lujo.

Lo mismo con los juguetes. Los padres debían hacer una cola para adquirirlos una vez al año. La gente dormía desde el día anterior para obtener un número bajo y así comprar de los pocos buenos que había. A mí jamás me tocó algo mejor que un carrito o una pistola. Una señora, que era administradora de una tienda, le compraba a su hijo un velocípedo todos los años. Me acuerdo que venían solo uno o dos de estos juguetes.

El transporte era insuficiente, podía transcurrir más de una hora  sin poder viajar. Nunca olvidaré encontrarme con mi abuela en la terminal de ómnibus de Pinar del Río, al anunciarse la salida de una guagua se formó tal apretazón que sentí pánico. La gente empujaba para salir por la puerta y pensé que quedaría aplastado. Mi abuela protestaba en vano pero casi oscurecía y la turba desesperada luchaba por irse sin respetar niños o ancianos.

El problema de la vivienda continuaba sin solución. El propio Fidel Castro, en 1986, en el marco de otro de los tantos inventos que entonces se denominó Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, en uno de esos habituales discursos kilométricos, reconoció el alto número de cuarterías y solares en la Habana con pésimas condiciones.  

Los servicios presentaban un estado deplorable. Mala atención, demoras, inadecuada calidad de los productos. Existen documentos de archivo sacados de la propia televisión nacional que revelan esto.

La famosa libreta de racionamiento estaba vigente y consolidada como evidencia de que aunque era cierto que no se pasaba hambre tampoco era la época de la abundancia.

Todo esto gracias a los enormes subsidios que la Unión Soviética destinaba para mantener a Cuba como una especie de vitrina frente a los países latinoamericanos, de las supuestas bondades del modelo socialista, mientras en las demás naciones comunistas la estaban pasando muy mal.

Recursos que, lejos de utilizarse para desarrollar la industria y la infraestructura del país, se destinaron, en gran medida, a financiar y promover invasiones, injerencias y la desestabilización de países, inclusive democráticos, con la consiguiente pérdida de vidas humanas tanto cubanas como extranjeras.

Cierto que el nivel de vida de los cubanos de entonces nos parece un paraíso si se compara con lo sucedido tras la caída del bloque eurosoviético y el cese de regalías a la economía cubana. Pero

nada que ver con estándares de prosperidad y felicidad. Seguíamos siendo pobres.

Ni hablar del clima de represión de tipo estalinista que imperaba sobre los cubanos. Mucho más férreo que el actual. Al tiempo que en todo el mundo una considerable cantidad de hipócritas, izquierdistas y tontos útiles le hacían la propaganda, el régimen tenía las manos libres para aplastar cualquier resquicio de libertad ciudadana.

Los religiosos, disidentes, posibles emigrantes y homosexuales eran discriminados y castigados. Las familias divididas a causas de una ideología. Fue una época oscura en que los actos de repudio se pusieron de moda.

Para la juventud estaba vetada cualquier manifestación artística que no cumpliese con los parámetros de la moral comunista. Nada de pantalones ajustados ni música rock ni cabello largo que todo eso era “diversionismo ideológico”.

Para la juventud lo que tocaba era luchar por convertirse en el “hombre nuevo”,  servicio militar obligatorio de tres años y guerra en Angola, Nicaragua, Etiopía y cuanto país del mundo a Fidel Castro se le ocurriera invadir(que fueron muchos).

El dolor de las madres, esposas y demás familia era la constante del día a día sin saber si su ser querido regresaría vivo, mutilado o muerto. El temor de la ciudadanía derivado de la propaganda frente a una inminente “agresión imperialista” la hacía cavar túneles en los patios de las viviendas.

Pero si no basta lo anterior, que es solo un recorrido demasiado superficial de los problemas en esa década, par de ejemplos serían suficiente para demostrar que la pesadilla cubana no ha cesado desde 1959.

En abril de 1980 decenas de miles de cubanos irrumpieron dentro de la embajada del Perú en la Habana, originando el  mayor caso de asilo y refugio bajo protección diplomática de la historia. El hecho derivó en los que después fue conocido como el éxodo del Mariel, donde más de 120 000 cubanos abandonaron el país.

Si el país vivía una época paradisiaca, ¿cómo se explica entonces la huida de cientos de miles de personas de este Edén?

No, Cuba nunca ha tenido época buena con Fidel Castro y su régimen. A otros quizás, a mí no me van a confundir.

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Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.

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4 thoughts on “Aquellos años 80 en Cuba

  • Tienes razón, nunca se ha vivido bien, pero es que todo a ido tan mal después de esa década que aquella parece un paraiso. En los 80 estaba Reagan en el poder y nos dijeron que iban a invadirnos, sí o sí, no tenían dudas, y crearon las MTT y pusieron a todo el mundo a marchar los domingos. En los 80 la canasta básica estaba garantizada, y la gente podía comprar una sábana o una toalla con su salario, aunque fuera por libretas y colas. Que los 80 fueran mejores, no quiere decir que fueran buenos.

  • Estimado sr. Morejón, su texto es excelente porque deja al descubierto justamente esas trampas que crea la nostalgia.

    Por otro lado, su penúltimo párrafo es de una lógica apabullante y es lo mismo que digo yo a muchos europeos defensores de la “utopía cubana” que, sin haber puesto en su vida un pie en Cuba (y sin ningún interés por hacerlo), alaban las bondades del régimen castrista.

    Gracias por su artículo.

  • Saludos, ese fue el decenio de los mercados paralelos empezando por el antiguo Sears. Si mal no recuerdo se permitió la libre circulación del dollar. En todos los barrios de La Habana se abrieron mercados on productos de los países socialistas. Creo q fue resultado organizativo de funcionarios del Mincin de ese entonces. Se continuaron vendiendo carro a universitarios. Los últimos lotes fueron Peugeot. Por lo demás la libreta se mantuvo hasta nuestros días. Las restricciones para viajar se mantuvieron hasta la presidencia de Raúl que erradicó todas las limitaciones impuestas por decenios.

  • Excelente post. Muchas gracias al autor.

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