La soledad: Crónica de la pandemia 6

Por Armando Chaguaceda

Desde mi terraza cae la tarde.

HAVANA TIMES – Hoy terminé de habilitar la terraza. Trasplanté las últimas matas, abandonadas en el garaje. Ubiqué el lugar exacto donde el fresco, que baja de la montaña, corriera siempre. Para que el sol pudiera llegar apenas lo justo para calentarnos el desayuno.

Aquí pienso tomar el café de las mañanas. Una corta gimnasia de dos pisos, para saludar al astro rey con el sabor de la colada. E iniciar la faena -debí decir, la rutina- con mejor ánimo.

Porque si la cosa apunta, como dicen los expertos, a cuando menos otros dos meses de encierro, habrá que administrar esa rutina. Atesorar cada espacio, distribuir los goces y las sensaciones en los cuatro niveles de este refugio vertical. Los cuatro pisos de este pequeño universo. 

Ante la incertidumbre de qué pasará con eso que llamamos globalización, echamos mano de nuestros puntos de viajero. Esos premios que las aerolíneas conceden, mientras atraviesas millas en los vuelos de avión. Como estos dos años han sido de incesante ajetreo entre ambos lados del Atlántico, mi esposa y yo teníamos bastantes puntos acumulados.

Nos alcanzaron para comprar tres pares de zapatos nuevos y dos sillas coquetas que habilitarán la nueva terraza. Y aunque el envío estaba pautado para llegar en cinco días, al tercero el paquete estaba en la puerta. Inusual prisa esta de las agencias de envío. ¡Dios les habrá avisado de que apagará pronto el mundo?

En la tarde, como hice costumbre desde que mi regreso de España el año pasado, dormité una siesta. Preferiría no haberlo hecho, pues reviví un viejo animado de la infancia. Se trata de Pale, solo por el mundo, relato del psicólogo danés Jens Sigsgaard que los niños de mi generación vimos en Cuba, en versión animada procedente del antiguo campo socialista.

La historia de un niño que despierta en su casa, sin encontrar a sus padres. Para luego salir, recorriendo la heladería y la tienda de juguetes, hasta terminar en una escena donde el pequeño cobra conciencia de que no hay nadie más. Que todos, de alguna forma, han desaparecido.

Soñé eso, que yo estaba con Pale dentro de su historia. A su lado. Desperté agitado, con una sensación de orfandad que me apretaba. Porque una cosa es elegir el retiro y otra saber que el mundo, ancho y ajeno, ha dejado de existir. Que las frágiles fronteras de nuestro cuerpo y mente encierran todas las posibilidades y esperanzas. 

A tono con los nuevos tiempos, en la noche tuvimos una (ciber)velada con una pareja amiga. Ellos prepararon pasta y degustaron whiskey. Nosotros un sabroso puré de guisantes, que me recordó la molida de chícharos de mi abuela. De bebida, tomamos agua y vino, porque me he resistido a comprar otro alcohol que no sea el fermento de uva y el antiséptico para las manos.

Tengo miedo de que, en la prolongación del encierro, afloren los fantasmas de la depresión y el hastío. Dicen los médicos que aumentará la violencia doméstica. Imagino que, con los desempleos y los enclaustramientos, esa violencia -y la pública, ligada a todo tipo de crímenes y delitos- no deje de crecer.

Quisiera equivocarme, pero este es un país cuyos modales exquisitos no consiguen exorcizar sus demonios. Veremos qué pasa. En cualquier caso, quiero tener pleno control de mis cinco sentidos. Y los alcoholes, en especial los que me gustan -whiskey y vodka- son malos compañeros. 

Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda: Mi currículo vitae me presenta como historiador y cientista político.....soy de una generación inclasificable, que recogió los logros, frustraciones y promesas de la Revolución Cubana...y que hoy resiste en la isla o se abre camino por mil sitios de este mundo, tratando de seguir siendo humanos sin morir en el intento.

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