La izquierda Católica y los cambios en Cuba
Armando Chaguaceda
HAVANA TIMES — Hace año y medio, en un post publicado en estas páginas abordé la situación de la Iglesia Católica, sus similitudes y nexos con el Partido Comunista y su aporte al proceso de cambios en Cuba.
En aquel texto señalaba que ambas entidades compartían “objetivos pragmáticos, donde la retórica y los actos no siempre van de la mano” donde se combinaban “la inercia de la institución” y “el compromiso social de sus fieles.”
Y aposté porque la milenaria institución religiosa tributara a “la construcción de un país mejor, que no puede regirse por botas y sotanas, sino mediante el concurso, laico y democrático, de todos sus hijos.”
El tiempo, como suele suceder, ha moderado mi entusiasmo. Si bien es cierto que el amparo eclesial –aunque no con su pleno concurso o dirección – han sido cobijados, total o parcialmente, diversos proyectos editoriales, cívicos y culturales importantes (en particular las revistas Espacio Laical y Palabra Nueva, el Centro Félix Varela y el Laboratorio Casa Cuba) el comportamiento de la jerarquía católica con relación a las demandas y dinámicas de cambio nacional ha sido, como regla, demasiado cauto.
Con una lógica de “dos pasos adelante y uno atrás” (y a veces incluso invirtiendo ese orden) los prelados apoyaron en 2010 la excarcelación de presos políticos…para luego hacer caso omiso a pedidos de protección de disidentes acosados por actos de repudio*.
Han auspiciado una apertura económica y llamado a un necesario proceso reconciliatorio, mientras ignoran, en sus crecientes alocuciones públicas, cualquier referencia a las “estructuras de pecado” que reproducen las prácticas de penalización y censura del gobierno cubano en contra de ciudadanos pacíficos.
En relación a las visiones progresistas que, desde diversas perspectivas académicas (economistas, politológicas, sociológicas) e ideológicas (socialdemócratas, libertarias, socialcristianas) han ido ganando un espacio en diversos medios y foros cercanos a la Iglesia, no es difícil advertir, dentro de la institución, diversas posturas.
Una, acaso mayoritaria, percibe con recelo conservador la exposición de actores y discursos que, según parecen interpretar, podrían contrariar el esfuerzo eclesial por ganar -con la venia gubernamental- mayor espacio mediático, educativo y, a la postre, social.
Otra postura, probablemente menor en defensores y recursos dentro de la actual jerarquía católica isleña, desearía ver a la Iglesia (y sus publicaciones) convertida en paladín de la lucha contra el gobierno, desde las coordenadas de un discurso que combina diversas modalidades del credo liberal con resabios anticomunistas.
De tal suerte, los valiosos intentos de acoger propuesta(s) nacionalistas, progresistas y ubicadas alrededor de la centroizquierda del espectro político no son, a mi juicio (y a pesar de las teorías conspirativas hilvanadas por sectores del exilio y la oposición) una posición dominante dentro del clero cubano.
Todo lo contrario: la supervivencia de proyectos editoriales y foros ciudadanos como los impulsados -con visible mesura y compromiso nacional- por los laicos católicos progresistas dependerán de las sensibilidades y cálculos pragmáticos de las élites gubernamental y eclesial.
Lo cual hace pender su existencia de un hilo, que ambos grupos dominantes puede cortar, en cualquier momento: sea por presión directa de los estalinistas enquistados en el aparato estatal -lo cual parece hoy poco probable- o como regalo generoso de altos miembros de la jerarquía, deseosos de ganar favores con el poder y sacudirse el fardo de estos hijos incómodos.
Así, en la medida que el proyecto de reformas avance, es previsible esperar un aggiornamiento del segmento dominante de la Iglesia con el modelo económico y político resultante.
A la liberalización con gobernabilidad autoritaria estatal corresponderá una Iglesia políticamente esterilizada, fortalecida en su presencia social y crecientemente coludida con la “nueva clase” en su expansión mercantil en los predios educativos y culturales.
Ni los problemas estructurales de la pobreza y la desigualdad (ignorados por la fórmula de la caridad tradicional) ni las viejas o nuevas identidades pecaminosas (como los sujetos LGTB o los creyentes de cultos afrocubanos) tendrán un lugar bajo el sol de este nuevo concordato.
Con un clero empoderado, los derechos sexuales, el laicismo y la diversidad religiosa no podrán darse por conquistas inmutables de la Cuba republicana y revolucionaria. Bajo esa perspectiva conservadora, en sus predios se formaran empresarios piadosos antes que ciudadanos activos.
En sus púlpitos se predicará un amor que diluye jerarquías y ofensas en aras del “bien común” sin reparar en las asimetrías, violencia e injusticia cotidiana. En sus publicaciones encontrarán mejor prensa las ideas de lucro, eficiencia y orden por encima de las de justicia, democracia y libertad.
Lo que deberían entender quienes, pontificando su “intransigencia frente al castrismo, descalifican el trabajo del progresismo laico católico es que este no se sustenta en privilegios monetarios o cálculos racionales.
Me consta la estrechez material de su subsistencia, la integridad moral de su conducta y la autenticidad de su credo nacional y social. He sido testigo de su íntima y absoluta entrega a su fé y a su Iglesia.
También convendría comprendiesen los dogmáticos del gobierno que las reformas que el presidente Raúl impulsa no pueden confinarse a las oficinas de los expertos: tienen que oxigenarse con un debate ciudadano que las corrija.
Pero lo que, con su experiencia milenaria, debería considerar la Iglesia Católica es que sus acciones u omisiones frente al presente nacional suscitarán el juicio de la gente y de la historia. Ya que, bajo una lógica de cálculo y compromiso, cualquier interlocutor autoritario solo respeta a quien demuestra tener capacidades y voz para sustentar posturas de independencia frente al poder dominante.
Como el catolicismo es una institución global, es posible que los cambios que hoy vive el Vaticano impacten la realidad cubana.
Francisco, sin ser un revolucionario, ha demostrado la decencia y sentido común para acometer reformas fundadas en una noción ampliada de justicia, un rechazo a las componendas cupulares y a la impunidad de los poderosos, dentro y fuera de los predios eclesiales.
Ojala que esos mismos vientos renueven las figuras y mentalidades del alto clero cubano, dando cabida al acompañamiento de nuevas demandas de participación ciudadana y justicia social y no al mero cálculo estratégico.
Pero, como caribeños que somos, ya sabemos cuán caprichosos son los vientos; por lo que tal vez sería mejor prepararnos –desde abajo y a la izquierda- para lidiar con esta suerte de Quimera –burocrática, tecnocrática, eclesial- que posterga la llegada de la democratización nacional.
Estoy convencido que una transformación como la que le sugiere Chaguaceda a la jerarquía católica en Cuba podría tener efectos muy saludables en la vida de los cubanos. Un despojo del tradicionalismo que todavía reviste a una parte de esa jerarquía, y del que claramente se aleja el papa Francisco, provocaría una mayor sintonía entre quienes ocupan puestos de dirección dentro del catolicismo cubano y los que en Cuba buscan una vida plena.
«El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieran salvar de la ruina la civilización cristiana».
Pio XI.Encíclica “Divini Redemptoris”