Con el Demos; contra el Leviatán
Armando Chaguaceda
“Yo participo, tú participas, él participa, nosotros participamos…ellos deciden” -Grafitti Anónimo
En la anterior publicación, al abordar el tema del movimiento 15M, señalé las demandas de los manifestantes por una democracia participativa y sus críticas a la política dominante. Son reclamos que comparto. Sin embargo sobre este punto (y sus confusiones) deseo hacer algunas alertas que me parecen necesarias no solo a raíz de la actual coyuntura, sino también para una recomposición de una agenda radicalmente sostenible de las izquierdas.
Con frecuencia se insiste (creo que con razón) en los déficits de la política dominante; sin embargo debemos analizar los contextos y contornos que sirven de marco a dicha política. Las democracias contemporáneas habitan territorios extensos (en las fronteras del Estado Nación moderno) y poseen una estructura conformada por clases, grupos e identidades sociales diversas.
Tamaña complejidad supone procesos de regulación de la vida colectiva nada simples (ni simplificables) y conlleva la necesidad de instituciones capaces de canalizar las demandas y acción de los ciudadanos y que organicen la respuesta a estas desde las instancias del poder estatal. Nada, que no vivimos en el oikos [1]de Odiseo ni en un bucólico cantón suizo del siglo XVII.
Como las noticias nos recuerdan, existe una real pérdida de calidad de dichas instancias y de la democracia en que se asientan, pues todos los días sabemos de parlamentos controlados por poderes mediáticos o empresariales, de partidos que representan grupos de poder por encima de ideologías y militancias, de empresarios convertidos en presidentes.
No importa que sean Ortega o Putin, Bush o Berlusconi, Gadaffi o Donald Trump; lo cierto es que hay un tipo de “hombre público” dispuesto a tratar a los ciudadanos como espectadores de telenovelas, a los votantes como clientes, a las voces críticas como chinches incomodas. Se trata de personajes soberbios, que echan paja al ideal de una política democrática.
Pero una cosa es criticar los déficits existentes en las formas de representación política existentes y otra muy diferente apostar a una ilusoria (y peligrosa) sustitución de los espacios que abrigan dichos procesos por difusos mecanismos de democracia directa o participativa.
Aprecio que una parte del movimiento en pro de una democracia participativa y de un cambio dentro del sistema capitalista (varios de cuyos integrantes son amigos) comparte esas peligrosas ilusiones…que suelen pagarse caro.
Todavía más nocivo resulta cuando se confunde la posibilidad de ejercer la democracia directa de forma voluntaria en una pequeña asamblea y durante un tiempo determinado, con concentraciones masivas de partidarios afines a una opción política, organizaciones sociales bloqueadas a la participación autónoma o mecanismos de aprobación en foros públicos (por simple mano alzada y sin una mínima deliberación digna de ese nombre) de leyes y otras iniciativas de gran complejidad.
Entre el ideal de participación liberadora de activistas sociales y la manipulación participacionista de los gobiernos (incluidos los denominados progresistas) hay un largo y peligroso trecho que los defensores de una nueva izquierda no deberían pasar por alto.
Con frecuencia el justo reclamo por superar los “problemas de la democracia liberal” apela a la participación pero al licuar las instancias de representación termina por consagrar el autoritarismo. Por tal cosa entendemos un tipo de régimen político donde se privilegia el mando ante el consenso, se concentra el poder en un hombre, órgano o camarilla, se resta valor a las instituciones representativas y a la autonomía de los subsistemas políticos y las organizaciones sociales, se asedia o elimina a la oposición política y el activismo social.
El autoritarismo puede asumir ropajes ideológicos diversos –y en ocasiones contrapuestos– y emerger en contextos históricos múltiples, como demuestra la experiencia de los dos siglos pasados: puede ser fascista, estalinista, corporativo, católico, modernizador, neoliberal… así hasta un largo etcétera.
Pero en su seno la gente siempre termina siendo un tornillito en la maquinaria del Leviatán estatal, dirigida por los que “saben cómo hacer las cosas.”
Creo que debemos defender una ampliación de los espacios y formas institucionales y sociales donde la gente común (y no solo expertos o ladrones profesionales) pueda participar, a partir de reglas claras y abiertas a su desarrollo.
La deliberación informada y vinculante, la rotación de cargos y los consejos ciudadanos para políticas públicas, la transparencia presupuestal y la rendición de cuenta son mecanismos necesarios que no tienen por qué sustituir a parlamentos y partidos, si estos son efectivamente representativos de sus poblaciones, militantes y electores.
Los contenidos y la calidad de la participación y la representación (del mismo modo que la acción estatal y social) se presuponen mutuamente en cualquier lugar de este mundo .… lo demás es falacia inocente o perversa, tanto si la propugnan liberales convencidos, comunitaristas ingenuos o nostálgicos del socialismo de estado. Eso debemos tenerlo claro para evitar que, en nuestra defensa del demos frente a la oligocracia, terminemos abrazando un nuevo Leviatán.
[1] El oikos era el micromundo de la Grecia homérica, donde las propiedades y en especial la casa vivienda, así como sus moradores, bienes, cultura y mitos formaban un todo indivisible y comunitario.
Acaba de salir acá la encuesta de adimark y bajó muchísimo la aprobación del gobierno. Pero también la de la concertación. así que de seguro se unirán las filas de la «derecha y la izquierda» pues el terreno para que aparezca un outsider y se lleve a la gente aumentan en este panorama. En fin, que hay que ver qué pasará
Bueno, Chary, el tema es ver el tipo de outsider y sobre todo la calidad de la propuesta y acción ciudadana en las calles y espacios cívicos…por mi parte veo el escenario peruano y no me gusta nada…ojalá no sea la tónica del continente en los años venideros…saludos ¡¡