Alegría en La Habana: llegan las primeras papas del año
con precios subsidiados por el racionamiento
«No se ven de buena calidad y huelen a podrido por culpa de la humedad de estos días», se quejan algunos
Por Natalia López Moya (14ymedio)
HAVANA TIMES – Estiran los cuellos y miran, calculando cuánto les queda para llegar hasta el mostrador. La humedad de la calle, tras los fuertes aguaceros del fin de semana, les entra a través de la suela de los zapatos. La mayoría de los que amanecieron hoy frente a los kioscos con carpas azules, en el Parque Trillo de Centro Habana, son ancianos. Su misión: comprar las primeras papas que el mercado racionado ha traído a las tarimas de la capital cubana este año.
En la larga fila, que ocupa ambas aceras de las calles aledañas al parque, el tema de conversación es la calidad del producto. «Me dijeron que muchas vienen podridas», sentenciaba una mujer de unos 70 años que había llegado a la fila «preparada para la pelea». En su mano, un carrito de hacer compras que se «convierte en silla», por si hiciera falta aguardar por mucho tiempo. «Mi hija me lo mandó de la yuma, porque ella sabe que me duelen mucho las piernas cuando estoy de pie tanto rato».
A pesar de las quejas por el estado del producto, domina en la gente el entusiasmo que provoca la aparición del tubérculo por primera vez en lo que va de año
En la mañana fresca de este lunes, algunos de los compradores llevaban chaqueta, otros abrigo y casi todos su jaba colgada al hombro. «Están vendiendo cinco libras por persona a 11 pesos y en mi casa somos dos», calculaba un hombre enfundado en una camiseta del Real Madrid. «Pero ha habido mucha humedad en estos días y no se ven de buena calidad, hasta aquí llega la peste a papas podridas».
A pesar de las quejas por el estado del producto, domina en la gente el entusiasmo que provoca la aparición del tubérculo por primera vez en lo que va de año. Saben que tras la compra, podrán estirar la ración de arroz diaria, hacer esas recetas tan desaparecidas de las mesas cubanas como son las papas rellenas o complacer a la abuela de la familia con un puré acompañado de un huevo frito. Más allá sería soñar, porque las cantidades que se venden por el mercado racionado no alcanzan para excesos.
«Mis nietos llevan días esperando por este momento para que les haga unas papas fritas pero eso es un derroche», comentaba otra habanera que aguardaba en la fila del Parque Trillo. «Los voy a complacer hoy, pero las que me queden las guardo para caldos o guisos que es la mejor manera de que alcancen para más comidas», contaba.
Las autoridades locales han desplegado un cronograma de distribución por municipio y, a su vez, cada consejo popular tiene su propio programa según los consumidores de las bodegas a los que les toca comprar cada jornada. Los usuarios deben verificar si el número de su local del racionamiento coincide con los que aparecen en las pizarras de los kioscos, pero la correspondencia no garantiza que adquirir el alimento sea fácil.
«Marqué antes de que amaneciera porque sabía que esto se iba a poner prendido», explicó a 14ymedio Dayron, un joven residente en la calle San Rafael que logró tener en la cola un puesto para él y «dos vecinas que no pueden moverse de su casa porque son muy viejitas». No faltaban tampoco esta mañana los revendedores de turnos, los coleros y las peleas. La papa tiene en Cuba la capacidad de rellenar los menguados platos y de encender los ánimos.
A cierta distancia, en la avenida Galiano, en los portales donde los vendedores informales ofrecen desde pañales para bebé hasta altavoces bluetooth, la papa se exhibe sin colas ni empujones. «Es a 150 pesos la libra», advierte un comerciante ilegal a una anciana que se ha acercado atraída por la visión de unos tubérculos limpios y secos, casi brillantes. «Si me compra, le doy la jaba gratis», añade el hombre, pero el precio asusta a la mujer, que sigue su camino rumbo a la cercana calle Zanja.
Un joven, con unos tenis blanquísimos, que ya se resienten con el fango acumulado en las aceras tras los aguaceros, avanza hacia el vendedor y extiende la mano con un billete de 1.000 y otro de 500. Las diez libras de papa terminan en una jaba de nilón que transparenta su contenido. Mientras se alejan, numerosos rostros se voltean con una mirada y una mueca de voracidad.