Cuna De La Revolución (III)

Francisco Castro

Y todo sigue en su lugar
Los adoquines y el pasado
[…]
William Vivanco.

Santiago como enorme rebaño que bala al unísono, voces de individuos con ojos de cordero degollado. Cuidado, no es precisamente un rebaño de corderos de Dios que quitan el pecado del mundo. Y la paz es aparente.

Confirmación dentro del ser nacional cubano de la doble personalidad, herencia que se remonta a los inicios de las relaciones entre la entonces Cubanacán, isla perdida en los confines del mundo desconocido, y la superpotencia conquistadora española que arrasó con todo vestigio de cultura nativa en el siglo XVII.

Como cualquiera se podrá imaginar, es una herencia que ha pasado de generación en generación, siglo tras siglo en los casi mil kilómetros cuadrados que ocupa el archipiélago cubano de la superficie terrestre, una raíz ancha, fuerte y profunda.

Este fenómeno no es exclusivo de los habitantes de la Ciudad Héroe, certeza que asusta y que debe ser prioridad para los estudiosos y autoridades que se encargan de trazar un camino seguro hacia un futuro feliz.

Mi preocupación y mi tono apocalíptico están sustentados en los días que estuve en la ciudad. Mucho ha cambiado con el nuevo 1er Secretario del PCC, para bien y para mal.

El orgullo de ser cubano se demuestra en el hecho de que en cada espacio público o centro laboral, se ice la bandera; sin embargo, cuan ridículo me parece entonar las notas del himno nacional en las reuniones matutinas que se celebran una vez por semana antes de comenzar la jornada laboral.

Y digo ridículo porque, como en casi todas las reuniones de este tipo, ya sean en centros laborales o Comités de Defensa de la Revolución (CDR), salvo en aquellas donde la presencia de alguien “importante”, se escucha al principio un murmullo leve que va decayendo, hasta que nadie canta nada, aun sin haber terminado.

Con el objetivo de rescatar la costumbre del buen vestir, se ha convertido en regla, en todo el país, la prohibición de entrar a establecimientos del estado si vas vestido con short, camiseta o chancleta de baño. Esta “ley” se aplica en Santiago hasta el extremo. Pero como los extremos se tocan.

Pude entrar vestido así (short, pulóver y chancletas) en la Sala de conciertos Dolores -según los músicos, la sala con mejor acústica en el Caribe-, sin embargo no pude entrar al Palacio de Computación, ni a al centro laboral de un amigo, pero sí a un bar… En fin, que olvidamos que vivimos en una isla tropical, y que a Santiago no por gusto le llaman “la tierra caliente”.

Ahora me pregunto, en los lugares a los que si pude entrar, ¿me confundieron con un extranjero?, porque ya me ha pasado que me han querido cobrar en CUC, que me han ofrecido restaurantes, taxis, mujeres y muchachos, y drogas. Sí, drogas, la que mejor me viniera.

Incoherencia, tal vez. En una visita reciente que hice al Ministerio de Cultura, en Ciudad de La Habana, me comentaba una de sus trabajadoras ante mi vestuario habitual, que en dependencia del custodio o la recepcionista que estuvieran trabajando en el momento, podía o no ingresar en el edificio.

Ojo con el rebano. Una estampida puede causar un enorme desastre.