Trump el perdedor múltiple

Ha sonado más el estruendo de la derrota de Trump, que el jolgorio del triunfo de Biden

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Por Martín Guevara

HAVANA TIMES – La gran mayoría de los estadounidenses estaban aterrorizados de cuatro años más de este constante de hostilidad e intoxicación de todas las relaciones sociales, familiares, laborales, practicando un agrietamiento, que se sabe, sólo conduce a la destrucción de los pilares de convivencia y por ende crecimiento de cualquier país.

Pero esos no eran todos. Del otro lado había una inmensa cantidad de personas que consideraban, por diferentes razones, al emergente Trump como una suerte de Fidel Castro. Que los venía a salvar de las garras de unos políticos corruptos, inamovibles en sus cargos, en sus negocios, en sus servidumbres.

Aunque parezca sorprendente el paralelismo, tanto en psicología personal, como en fenómeno social más cercano que encuentro, es el de Fidel Guarapo Castro. Sólo a él antes de a Trump, había escuchado decir, “quienes no estén conmigo están contra ustedes, salgan a aplastarlos”. Lográndolo impecablemente, aunque por razones distintas en apariencia.

Desde Europa comparamos a la ultraderecha estadounidense que consiguió aglutinar Trump, con la de los diferentes países europeos. Aún, siendo distintos entre sí, mantienen líneas de identidad gemelas. Solemos cometer un craso error.

En Europa, es cierto que en los últimos tiempos la influencia estadounidense, ha provocado que se sumen sensibilidades que no provenían del fascismo. Pero generalmente deben su alcurnia a la defensa de las clases más altas, de la monarquía, de la xenofobia, de los nacionalismos excluyentes. En Estados Unidos es mucho más amplio el abanico, de lo que, con los parámetros europeos, podemos llamar ultraderecha, por la coincidencia anticomunista.

Los sectores más extremos, aunque de tamaño residual provienen de organizaciones racistas, incluso esclavistas, del siglo XIX. Más adelante descienden de un anticomunismo que más bien afirmaba la identidad nacional toda vez que el comunismo se presentaba una amenaza exterior. No una corriente interna que tuviese la más mínima posibilidad de arribar al poder. A diferencia de Europa.

Una gran parte de grupúsculos de ultraderecha de finales del siglo XX y del actual, defienden un EUA fuerte, la industria nacional, identificados tanto con los conquistadores del oeste como con los aborígenes. Amantes de los ranchos, caballos, animales autóctonos, como el oso, el lobo, el coyote, el mustang, el águila real y el puma, de las armas, del dinero procedente del trabajo. Y reacios frente a toda modernidad en las costumbres, las nuevas tendencias en comportamientos, tolerancia, pluralidad.

Religiosos de la antigua Biblia, donde Dios no era un sujeto del Bien o la razón, sino del poder, más proclives al “ojo por ojo”, que a “poner la otra mejilla” de Cristo. Figuras públicas exponentes de la derecha como Chuck Norris o Steven Seagal sienten una fuerte atracción por la cultura más autóctona, los aborígenes estadounidenses, incluso Norris se declara orgulloso de su ascendencia Cherokee.

Muy por el contrario de la derecha estructuralmente racista con todas las etnias no blancas, en el continente europeo. Luego se agrega un fenómeno creado por la Guerra Fría, la comunidad cubana en el exilio de Miami, que, en esta ocasión, hicieron aún más suyas las declaraciones racistas de Trump contra inmigrantes centroamericanos. Les brindó la oportunidad de sentir superioridad frente a un sector de su propio rango, ambos inmigrantes hispanos. Pero en el caso de los cubanos, con derechos otorgados superiores incluso a los de un ciudadano británico para poder establecerse legalmente en el país. Paradójicamente gracias al enemigo del que escaparon, la revolución cubana.

El trumpismo cubano, aún compuesto de mezclas de razas comunes en toda Latinoamérica, presenta el rasgo característico general de un profundo racismo, tan explícito como disparatado.

Además de estos sectores, que han sido los protagonistas de las mayores algaradas en estos años, con mayor presencia en los últimos dos meses, y su clímax en el asalto al Capitolio de Washington, hubo una enorme masa desencantada de la política tradicional. Que ha visto como en su país pasó de ser suficiente un trabajo para sostener un modo de vida de un más que aceptable confort, a no ser posible el mismo nivel ni siquiera con dos empleos.

Y tragaron los cantos de sirena y los elixires mágicos de un desequilibrado cantamañanas, que sin embargo poseyó el poder de convicción necesario para asegurar que, “aunque yo disparase a la gente en la 5ª Avenida de NYC, no perdería ni un solo votante”.  Cosa que hasta justo antes del fracaso electoral quedó patente, e incluso inmediatamente después, sus votos constituyen un récord para un candidato republicano, que no obstante fue superado por la gente asustada de sus locuras.

El esperpento del intento de Golpe de Estado, azuzado por el propio Trump abiertamente antes de producirse, y subrepticiamente tras el abordaje de los extremistas subversivos, no fue más que una continuidad de los exabruptos in crescendo de este personaje. Tan único como tóxico, ha ido tejiendo día tras día, desde su iconoclasta campaña electoral de 2016, insultando a incapacitados físicos, mejicanos o mujeres, pasando por elogiar a los subversivos armados de Michigan.

Luego las acusaciones descerebradas de que alguien pudo introducir ocho millones de votos trucados, en la cara de todos los que trabajan en las mesas electorales, consiguiendo que le crea el vulgo. Aunque ni una sola institución, FBI, CIA, policía, ejército, senado, congreso, ni juez alguno, le concedió la mínima credibilidad. Confeccionó una enorme manta hasta explotar en los acontecimientos desaforados de sus seguidores más violentos, en el Capitolio de la capital en pleno debate de investidura.

Recordemos que los primeros en reconocer a Biden fueron Alemania, Reino Unido, Francia y Japón, exponentes del capitalismo occidental y oriental, en cambio quienes se resistieron, apoyando a Trump, fueron AMLO, Putin, Xi Jinping y el Príncipe de Arabia Saudita.

¿Será Biden o Kamala en su caso, lo mejor para EEUU o el mundo? Probablemente no, pero con que devuelva cierto clima de normalidad, de concordia, y llegue a hacer olvidar la megalomanía de un embustero compulsivo, que como su madre imploraba, nunca debió haber ingresado en política, ya sería el mejor regalo que nos podía llegar en este año.

Sea como sea, no será inmediata la extracción de todo el veneno inoculado. Pero el trumpismo no es lo mismo sin el sustento de un púlpito central en el poder, para ejercer precisamente de lo contrario, de víctima. Y sobre todo habiendo perdido estrepitosamente un elemento sine qua non para ser líder dentro de la cultura estadounidense, tras tantas derrotas y tan seguidas: el brillo que reflecta la imagen del ganador.

Sabemos qué si disparase a los transeúntes en la 5ª avenida, acaso no perdiese muchos votantes, pero si debe llevar durante cuatro años el cartel de “perdedor múltiple”, lo más posible es que no lo voten ni sus acérrimos obsecuentes, guatacones, tracatanes, chicharrones, como se dice en buen cubano.

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