San Antonio de los Baños, donde el humor dio paso al dolor
Sin electricidad y sin acceso a la red de redes, así pasan los habitantes de San Antonio de los Baños buena parte de sus jornadas.
Por Juan Diego Rodríguez (14ymedio)
HAVANA TIMES – «Duele ver este pueblo así», es la frase lacónica que suelta una mujer sentada en un parque de San Antonio de los Baños cuando un recién llegado le pregunta una dirección y le comenta lo desmejorada que ha encontrado a la llamada Villa del Humor. Aceras destruidas, fachadas a las que se le ven los ladrillos y el rostro taciturno de la gente conformaban este miércoles la postal achacosa de la pequeña ciudad en la provincia de Artemisa.
Punto nodal entre los pueblos agrícolas de la zona y La Habana, la tierra del río Ariguanabo sobrelleva muy mal la crisis económica y el éxodo masivo que afectan también al resto de la Isla. «¡Apagón!», se escuchó gritar hoy a un vecino desde el interior de su casa para advertir a su mujer que, sentada en la puerta, intentaba vender cigarros al menudeo. Segundos después, tras apagarse las torres de telecomunicaciones que brindan el servicio de navegación web en la zona, se cortó el acceso a internet en los móviles.
Sin electricidad y sin acceso a la red de redes, así pasan los ariguanabenses buena parte de sus jornadas. Toda la vida se paraliza cuando «se va la luz y esto se vuelve un pueblo muerto», confirma a 14ymedio otro vecino de la localidad que recuerda los tiempos en que «había que mirar antes de cruzar la calle porque circulaban un montón de carros». Ahora, con la economía local por los suelos, San Antonio de los Baños no se diferencia mucho de cualquier batey de la Cuba profunda, donde los días se van en colas y moscas sobrevolando por doquier.
En las calles y sus casas, la sequía y los problemas con el suministro de agua potable han agregado una pátina rojiza a todo, de la tierra arcillosa de la zona que, convertida en polvo fino, se mete por cada rendija. Rosa María, otra residente del pueblo, se limpia las arrugas de la cara con una pequeña toalla húmeda de sudor. En el trapo queda una mancha parda que se suma a otras y otras anteriores. La mujer aguarda por algún transporte que la mueva fuera de la pequeña ciudad.
«Llevo más de una hora aquí pero imagínate que hasta Santiago de las Vegas te quieren cobrar 150 pesos, a Quivicán otro tanto, le han perdido el respeto al dinero», sentencia. A pocos metros, se levanta la fachada de colores intensos del comercio Los 3 grandes, de la cadena Palmares, que ofrece coctelería nacional, picaderas y algunos espectáculos musicales los fines de semana. Uno de los pocos lugares recreativos que se mantiene en la noche ariguanabense.
«Vine a visitar a mi familia y los veo a todos más flacos y más tristes», sentencia el habanero que indagaba por una dirección. «Mi cuñado que se dedicaba a reparar carros ahora sobrevive pescando porque ya no puede mantener el negocio y dependen de lo que él logre pescar». Su sobrina pequeña la tiene más difícil. «Para niños no hay ningún lugar, nada para divertirse, es de la escuela para la casa y de la casa para la escuela, no hay más nada».
El local de la heladería Coppelia ahora está en manos de una pequeña empresa privada que vende cada bola de helado a 120 pesos y el pote de 450 ml en 400 pesos. Eso sí, a diferencia de los tiempos en que era gestionado por el Estado, su carta desborda sabores: chocolate, fresa, dulce de leche y mantecado, eran algunos de los que se ofertaban este miércoles, pero el interior de la cafetería estaba prácticamente vacío. Los nuevos precios han alejado a la anterior clientela, espantada por la inflación.
«Si tu estómago quieres satisfacer, una pizza has de comer», rezaba cerca de ahí un cartel de otro negocio particular, también con muchos adornos y poca clientela. Por 140 pesos cada una, el comprador se puede llevar a casa un trozo de masa horneada, con salsa de tomate y queso. En otra, llamada Colorama, con un local más chic y para gente más pudiente, cuestan 900 pero incluyen jamón, chorizo o aceitunas.
El alza de los costos de la vida hace más difícil el trance de meterse la mano en el bolsillo y en la otrora comunidad que vivía del trasiego agrícola, de la cercana Escuela Internacional de Cine y de los turistas que llegaban a visitar el Museo del Humor en la tierra de las bromas y el sarcasmo, la depresión se nota bastante.
Junto a la disminución del flujo de papas y plátanos debido a la caída en la producción, la escuela ya no salpica de tantos recursos como antes, cuando desde ella se sacaban cada año para revender miles de latas de cerveza y paquetes de café a mejor precio que en las tiendas oficiales. La exposición con retratos y obras de humoristas ilustres tampoco atrae a tantos visitantes ni risas. Del río que atraviesa el poblado queda un agua verde y estancada a la que muchos evitan acercarse.
En una esquina de la calle Vivanco, los vecinos han tumbado parte de la fachada de una vivienda a punto de desplomarse. «Una casa capada, como todo el pueblo», sentencia un residente en la misma cuadra. «Esto es como un castigo, desde que aquí nos tiramos para la calle, los castigos no han parado», opina el hombre sobre aquella jornada dominical del 11 de julio de 2021 cuando San Antonio de los Baños fue el lugar donde comenzaron las masivas protestas populares que sacudieron toda la Isla.
Con una maleta en la mano, un joven avanzaba al mediodía de este miércoles hacia el punto donde se toman los camiones particulares hacia La Habana. «Ahí va otro que no vuelve», aseguró el vecino. Tras el paso de las ruedas del equipaje, en el aire queda ese polvo rojizo que se pega a todo. En el pueblo donde una vez la gente se rio hasta de sus propias vísceras, ahora los días parecen más un velorio que una fiesta.