Cuba, cooperación y transformaciones sociales

Grady Ross Daugherty

Foto: Samantha Levins

HAVANA TIMES, 4 de enero- Pocos conceptos modernos han sido más ignorados, intencionalmente, que el de la posesión cooperativa de los medios de producción por los trabajadores asociados. Existen numerosos ejemplos de trabajadores que avanzan de forma exitosa hacia la empresa cooperativa, y esto siempre ha traído un beneficio social significativo.

¿Entonces por qué se le ha hecho caso omiso a esta idea?

La respuesta tiene especial importancia para Cuba y también para el urgente y necesario avance del mundo hacia el post-capitalismo.

El desarrollo de la agricultura y de la cría de animales, 8000 años atrás, hizo posible que los individuos que la trabajaban produjeran excedente. Antes de que existieran estas tecnologías se mataba al enemigo en la batalla y se dejaba descomponer, pues no existía ningún incentivo para hacer otra cosa.

De esta forma, los prisioneros solo podían producir suficiente excedente (primario, comida) para mantenerse vivos, la esclavitud no era una opción. Cuando la tecnología de la producción de alimentos mejoró y fue posible, además un excedente, entonces los enemigos derrotados se podían mantener como fuerza de trabajo permanente.

Mientras los estados políticos coercitivos evolucionaban, los trabajadores y sus familias se mantenían como propiedad privada durante generaciones. Grandes grupos civiles se formaron en dos grandes clases: los dueños de esclavos y los esclavos de su propiedad.

El término “chattel” proviene incidentalmente de la palabra “ganado”. A la gran masa trabajadora se le llamaba ganado de forma desdeñosa. Además, el “capitalista” los contaba por cabeza. Era de conocimiento común que el “capital” social no era ni el dinero ni la planta física, sino los trabajadores disponibles.

Durante el desarrollo de la esclavitud, se racionalizó la gran división de clase social a través de la teología y la filosofía, y fue aceptada como normal, moral y buena por la mayoría de la sociedad. Pasarían cientos de años antes de que existiera un sistema de propiedad más avanzado.

Junto con la división de la sociedad en gobernadores y gobernados, se desarrolló una estructura llamada clasismo. El clasismo es una ideología o forma de pensar arrogante en la que la clase poderosa evolucionó para justificar y mantener su posición parasitaria en la sociedad, y por supuesto, la sociedad clasista misma.

El clasismo es un concepto importante para los socialistas transformacionales. Esta arrogancia institucionalizada fue un desarrollo necesario, debido a una cierta peculiaridad intrínseca en los humanos. Hemos evolucionado como especie en colectivo, grupos cooperativos.

Fue solo a través de esos grupos que pudimos sobrevivir y desarrollar el lenguaje, la organización social y la cultura. Abandonamos el continente africano hace 500 años y vinimos a habitar todas las partes del globo terráqueo. El colectivismo cooperativo es, entonces, una constante genética arraigada a parte de nuestra cultura.

Sin embargo, la división de la sociedad en gobernadores y gobernados contradice este instinto básico. Lo que se necesitaba para que fuera posible la esclavitud de manera estable era una forma de pensar que, por un lado, permitiera a los gobernadores pensar solo en ellos mismos como grupo social, y por el otro, que los gobernados pensaran como grupo social separado e inferior. La arrogancia de la clase dominante predominó y el clasismo en varias manifestaciones ha estado con nosotros hasta la actualidad.

Se debe destacar que tanto el racismo como el sexismo son manifestaciones específicas del clasismo, no simples ramas de esta. Son fibras de su tronco sólido. Lo que sugiere que la humanidad solo puede acabar los azotes de racismo y sexismo avanzando hacia una sociedad sin división de clase.

La propiedad de esclavos tenía, sin embargo, un corolario perjudicial. Para apropiarse del excedente del trabajo esclavo, el dueño tenía que dar cama, comida, ropa y generalmente atención a aquellos esclavizados.
Esto era un asunto incómodo. Poco a poco se hizo evidente que si los trabajadores podían ser liberados y se les permitía tener casa, alimentarse, vestirse y cuidarse a ellos mismos y a sus familias, de todas formas el excedente producido por su labor podía obtenerse a través de una forma de posesión de propiedad más dominante.

Salió a la luz que los cuerpos físicos de los trabajadores no necesitaban tener dueños. Todo lo que se requería era ser dueños de los instrumentos de producción que estos trabajadores necesitaban para trabajar. Liberándolos, las familias dominantes podían vivir separadas en espléndidos distritos independientes, dejando a las de los trabajadores en barriadas para que cuidaran de sus propias necesidades.

La esclavitud dio paso primero al feudalismo de servidumbre. En ese sistema los cuerpos de los trabajadores no tenían dueños, pero se ataban legalmente a cierto pedazo de tierra. Esto significaba estar atado de por vida al dueño de la tierra. Las familias serviles se cuidaban ellas mismas y durante la cosecha la mitad de la producción de su granja se entregaba a los dueños de las propiedades.

Más tarde, mientras la sociedad se desarrollaba y la tecnología y el comercio avanzaban, los trabajadores se emancipaban legalmente de esta atadura con la tierra. Ahora eran libres legalmente y podían ir a otras partes y buscar formas de ganarse la vida.

Como la tecnología industrial sustituyó la manufacturada, este tipo de trabajo se encontraba frecuentemente en una fábrica capitalista o alguna otra empresa privada.

La clase moderna dominante comercial e industrial ahora podía adueñarse del excedente producido por la clase trabajadora, sin tener que lidiar con los problemas de vivienda, comida, educación, atención médica y muchas otras necesidades personales de las masas.
Otros capitalistas de la comunidad, puntos de consumo-dueños de tierra, comerciantes, etc, podían suplir estas necesidades por un precio, así como proveer una base social de masa en alianza con los capitalistas monopolistas y los bancos.

Sin embargo, en Europa, a principio del siglo XIX, surgió un fenómeno que amenazó con romper este convenio. El ganado humano “libre” que se necesitaba para operar las nuevas industrias salió con la idea de que ellos, la clase trabajadora, debían ser dueños legales de los instrumentos de labor.

Trabajadores y campesinos concibieron la idea de que podía surgir una nueva sociedad en la que los instrumentos de producción, ya fueran tierra o fábrica, rural o urbano, podían ser propiedad de aquellos que los trabajaban.

Esto, por supuesto, amenazaba la clase monopolista imperante. La pregunta del día entre la intelectualidad burguesa era cómo proveer un antídoto para esta nueva y peligrosa ideología, llamada por el aterrador nombre de socialismo.

Lo que se necesitaba para derrotar al socialismo y hacer que el sistema moderno de trabajador fuera más estable era inyectar subversión ideológica dentro del cuerpo político. Se podía contar con la policía y el ejército para reprimir los levantamientos esporádicos de trabajadores problemáticos, pero la supresión clandestina por sabotaje ideológico era la mejor solución a largo plazo.

El objetivo de tal subversión sería destruir la idea de que los trabajadores podían y debían ser dueños directos de los modernos instrumentos de producción. Por lo que las industrias cooperativas propiedad de los trabajadores debían ser ignoradas, enmascaradas, ridiculizadas como capitalistas, suprimidas y generalmente desacreditadas.

Al mismo tiempo, la pequeña burguesía trabajadora rural y urbana tenía que ser separado del proletariado. Esto se podía lograr fácilmente amenazándolos con la nacionalización de sus propiedades por cualquier estado socialista, y la conversión de ellos empleados asalariados sin propiedad.

Cuando el verdadero movimiento socialista cooperativo de la clase trabajadora surgió en los años 1800, la burguesía intelectual estaba deseosa de infectarlo con su propio punto de vista de clase privilegiada. La institución de la propiedad privada debía ser demonizada para que los trabajadores no la usaran para la emancipación.

Foto: Byron Motley

Los constructores de comunas salieron adelante con retórica socialista e inmediatamente realizaron experimentos de propiedad comunal. Todo falló cuando los incentivos naturales fueron eliminados junto con la propiedad de producción privada. La clase trabajadora ignoró tal estupidez porque no quería abolir la propiedad privada. Ellos querían mantenerla para ellos.

Esta resistencia innata del trabajador hacia el socialismo colectivo comenzó a superarse con la introducción exitosa, en 1848, del programa de propiedad monopolista de estado de los medios de producción en nombre de los trabajadores.

Este revisionismo prometió convertir las fábricas capitalistas y las tierras de los campesinos en propiedad del estado, haciendo que todas las personas de la sociedad fueran empleados asalariados del estado. Esto inmediatamente comenzó a separar a los campesinos y a la pequeña burguesía urbana de los trabajadores industriales e comerciales, permitiendo la manipulación política de la burguesía monopolista y los banqueros.

El programa divisorio se engrasó con el braggadocio seudo científico y la muestra de sus creadores como oráculos infalibles.
Pasaron varias décadas para que esta utopía disfrazada, ideología inmediata de propiedad pública pasara de contrabando hacia el movimiento socialista de los trabajadores y los campesinos, pero el juego finalmente sustituyó la idea pragmática original del socialismo propiedad directa del trabajador.

Como consecuencia, el socialismo, como movimiento de todas las clases laboristas aliadas en contra de los monopolios, ha sido envenenado, saboteado y mantenido durante más de un siglo y medio.

Y así nos acercamos a la respuesta de nuestra pregunta original.

Si la vanguardia transformadora puede entender el socialismo práctico como el trabajador dueño directo y cooperativo de los instrumentos de producción, en alianza cercana con la intelectualidad y la pequeña burguesía productiva y patriótica, el trabajo asalariado puede ser eliminado en poco tiempo. Se pueden descartar los regímenes capitalistas de todo el mundo.

Entonces las clases podían reducirse y desaparecer de forma natural por la elevación económica general y un proceso de surgimiento cultural basado en la democratización de la propiedad privada.

Los defensores de la ideología imperante seudosocialista dentro de la izquierda socialista, consciente o inconscientemente, han resistido cualquier comprensión correcta del socialismo. Pero el sol se está poniendo para el capitalismo monopolista mundial, y para el socialismo monopolista de estado.

Un socialismo real y efectivo como sistema mundial se encuentra fácilmente al alcance de la humanidad. Solo existe un gran impedimento: la dominación de la vanguardia política por la ideología del estado monopolista y el culto a la personalidad construido alrededor de sus creadores.

El socialismo de estado monopolista ha sido desacreditado durante nueve décadas como económicamente disfuncional. Este solo ha permanecido porque su ideología casi tiene el carácter de una religión, un dogma burocrático de verdaderos creyentes sectarios.
Lo que se necesita en la Cuba asediada es rectificación ideológica. La ideología socialista de monopolio de estado debe y tiene que ser eliminada si se quiere salvar la excepcional Revolución cubana.

La vanguardia cubana deseará redefinir qué se quiere decir por socialismo. El socialismo verdadera es una república cooperativa democrática, en la cual la institución de la propiedad privada productiva se evalúa por su potencial de transformación y se restablece de forma legal.

La producción sería guiada por un plan nacional científico y democrático y las fuerzas de mercado serían utilizadas y condicionadas por el estado socialista. El estado dirigido por la vanguardia sería socio también de los significativos medios de producción y, en silencio, obtendría sus ganancias periódicamente como dividendos de una economía revitalizada. Sin embargo, la posesión y manejo de la empresa primaria sería con aquellos que realizan el trabajo.

Si la Cuba rebelde puede rectificar su ideología y realizar estos cambios, no solo puede prosperar su economía y autocorregirse su sociedad, sino que sería un modelo y una inspiración para todas las naciones del mundo. Los Estados Unidos podrían avanzar hacia una república cooperativa similar, y una red mundial de dichas repúblicas podría surgir rápidamente. Así que la Cuba disfuncional y bloqueada tiene la llave de oro para la transformación social mundial, el desarme mundial y la salvación ecológica de la especie humana.