Libre comercio unilateral en la frontera Bolivia-Brasil
Por Mario Osava
HAVANA TIME, 29 oct. (IPS) — No hay tiendas de juguetes ni de bienes electrónicos o informáticos en Brasiléia, ciudad del estado de Acre, en el noroeste amazónico de Brasil. Para adquirir esos productos, sus 20.000 habitantes tienen que ir a la vecina Cobija, en Bolivia.
Es que Cobija, en el extremo noroeste boliviano, es una zona franca. La exención de impuestos de la que disfruta sofoca el comercio de la vecindad brasileña, que comprende los municipios de Brasiléia y Epitaciolândia. Las tres ciudades están conurbadas, unidas por dos puentes que cruzan el río Acre, que sirve de frontera nacional.
«Sufrimos una competencia desleal», se quejó Aparecido Saturnilho, presidente de la Asociación Comercial de Brasiléia. «Un televisor acá cuesta el doble que allá», ejemplificó. «Incluso productos hechos en Brasil son más baratos en Cobija», por el desbalance tributario, añadió.
Ropas y calzados también se venden a precios más bajos allá, pero él mantiene su tienda de vestuario en la ciudad brasileña pese a la fuga de compradores, «porque soy testarudo». En realidad, matizó, los bolivianos avanzaron menos en ese segmento comercial, porque «es menos rentable».
En la lucha por la recuperación del comercio en Brasiléia, Saturnilho reclama del gobierno brasileño darle seguimiento a una ley aprobada en 1994 para implantar el libre comercio tanto en su municipio, ubicado en el sureste de Acre, como en el de Cruzeiro do Sul, en la punta oeste, cerca de la frontera centro-este del Perú.
La ley aseguró algunos beneficios tributarios a la importación e industrialización de productos en esos dos municipios acreanos, pero no favoreció el comercio local, ya que siguen sin cuotas de importación y sin la instalación de los órganos necesarios para la activación del libre comercio, explicó.
Además, otros impuestos siguen restando competitividad a los negocios en Brasiléia, acotó.
El puente entre Brasiléia y Cobija, de 154 metros de extensión e inaugurado en 2004, aun no cuenta con ningún control aduanero ni policial.
Del lado boliviano, un cuartel de la armada y otro del ejército, además de la lengua, evidencian un país distinto, preocupado de la seguridad de su frontera.
La presencia de 4.000 mototaxis (motocicletas usadas para el transporte de pasajeros), cuyo número es estimado por los mismos taxistas organizados en nueve sindicatos, acentúan la agitación comercial de Cobija, con sus tiendas populares, nada lujosas.
«El 99 por ciento de mis clientes son brasileños», reconoció la boliviana Candela Coimbra, gerente hace cuatro años de una tienda que vende principalmente computadoras portátiles, máquinas fotográficas digitales y equipos de informática. Todo «viene de China, Estados Unidos, Chile, nada de Brasil», dijo.
Pero esta ciudad de población incierta, entre 27.000 y 47.000 habitantes según las variadas estimaciones, «no creció a causa del comercio», sino de productos tradicionales como caucho natural, castaña y madera, sostuvo Coimbra.
La Zona Franca no benefició a los locales, «los comerciantes vienen de afuera», dijo la joven de 24 años, ella misma procedente de Santa Cruz de la Sierra, el centro económico de Bolivia en el centro-este del país.
Pero es evidente que el comercio multiplicó empleos y expandió otras actividades, como la de mototaxistas, mejorando el ingreso local.
La Carretera del Pacífico, que se está pavimentando en Perú para completar un corredor interoceánico que pasa por Brasiléia, tampoco significará nada para Cobija, según Coimbra. Es que «nuestro mercado es Rio Branco», explicó, refiriéndose a la capital de Acre, 240 kilómetros al norte.
La carretera BR-317, que une los más de 300.000 habitantes de Rio Branco a la triple frontera entre Brasil, Bolivia y Perú, donde se ubica Brasiléia y Cobija, está pavimentada hace ocho años, intensificando el flujo de brasileños a las compras en esta última ciudad.
La región, muy alejada de los centros económicos de los tres países, sigue muy vinculada a la extracción amazónica, con una agricultura incipiente.
Su comercio es pobre en comparación con la triple frontera de Brasil con Argentina y Paraguay, donde el comercio libre en la paraguaya Ciudad del Este también generó un «turismo de compras» de proporciones gigantescas.
La Zona Franca Comercial e Industrial de Cobija fue creada mediante ley en 1983 por un plazo de 20 años renovado en 1998. Los viajeros nacionales y extranjeros pueden salir de allí con hasta 1.000 dólares en compras nuevas.
Es donde Elene Oliveira abastece, a través de viajes regulares, su tienda en el centro de Río Branco, especializada en cámaras fotográficas, teléfonos celulares y otros bienes electrónicos portátiles.
Pero ella piensa diversificar sus fuentes. Descubrió en dos recientes viajes a São Paulo, donde visitó parientes, que puede comprar allá un aparato de teléfono celular por 130 reales (75 dólares) y venderlo a más del doble en Rio Branco.
Mejor negocio serían bisuterías como anillos y collares, que valen centavos en compras mayoristas en São Paulo y decenas de reales en su venta por unidad, pero prefiere mantenerse en el comercio de electrónicos.
Esas posibilidades de enormes utilidades se justifican por el aislamiento que aún vive Acre, donde tardan en llegar los precios decrecientes de la electrónica y de la producción industrial a gran escala con mano de obra china.
Traer algunos productos de São Paulo compensa con creces el pasaje aéreo, en vuelos escasos y caros, comprobó Oliveira.
Realidad similar «de abandono por el gobierno», según muchos pobladores, vive el boliviano departamento de Pando y la peruana región Madre de Dios, pero todo debería cambiar con la Carretera del Pacífico o Interoceánica Sur, para los peruanos.
Las posibilidades de desarrollo local, de aumento del turismo y de fuerte incremento de las inversiones tendrán impactos sobre la población y la gran biodiversidad local, lo que preocupa a ciudadanos e instituciones que formaron la Iniciativa MAP (siglas de las tres provincias).
MAP promueve la cooperación, los derechos humanos y la preservación ambiental.
Brasiléia, mas que el comercio, alimenta «el sueño de la industria», según Luz Marina Menezes, jefa de Gabinete de la alcaldía. Ya está operando una de pollo, que «emplea a 200 personas» y estimula la producción local de maíz, y se busca industrializar los frutos típicos de la Amazonia, como madera, castaña, açaí y cupuaçú, acotó.
Saturnilho prefiere la agricultura, que trajo su familia desde el meridional estado de Paraná a la selva amazónica, hace cuatro décadas. «Mi padre, que tenía 60 hectáreas allá, pudo comprar 6.000 acá y sobró dinero», explicó sobre la atracción de tierras baratas, aun sin carreteras.
Acre tiene que ampliar su producción agrícola, ya que compra afuera gran parte de lo que consume, de lo contrario el desarrollo traído por la carretera «agravará su dependencia alimentaria», concluyó.