De apagones, mosquitos revolucionados y soluciones mágicas

Fotos: Néster Núnez

Fotos y Texto por Néster Nuñez

HAVANA TIMES – Sentado en el contén del barrio, con la espalda pegada al poste, espero que pasen las horas, el calor y la vergüenza de esta noche a oscuras. CarlitosMal, o Jotafinley, como le decimos desde chamas, llegó un rato después y se sentó al lado mío sin decir ni una palabra… Total ¿para qué? Una palabra no dice nada, y al mismo tiempo lo esconde todo, cantó el otro Carlitos, el Varela, y nosotros ya aprendimos que la quejita a nivel de CDR, uno con otro ahí, es por gusto; hazme caso.

Así que seguimos tranquilos, tratando de encontrar en lo oscuro algo donde fijar la vista. Pero lo único que logramos ver es que estos apagones son la continuidad de aquellos de 1994. Es increíble. Entonces siento una columna de aire a mi alrededor:

—Como si fuese poco, llegaron los bichos —le aviso a Carlitos-. Lo tengo posado en el cuello, en el mismo medio de la cicatriz. 

Noto la presión de sus seis patas y el olor que emana de la totalidad de su ser repugnante. Se mueve despacio. Me acerca la trompa

—Ahora me va a picar. Es un mosquito.

—No fastidies, brother —me responde Jotafinley-. Eso mide menos de diez milímetros, si es de los grandes, y no pesa nada. 

Será el estado de insomnio que padezco desde que los apagones… Será la falta de pan y el hambre de algo más que comida… Será que ya el pollo indigesta, o la falta de transporte, los zapatos que se rompen, el llanto de un niño sin juguetes, el dolor de un viejo sin medicinas o el resto de los sentidos que se despabilan cuando pierdes la capacidad de ver…

—Te juro que lo siento, no se ha ido. Últimamente no sé por qué tengo esta hipersensibilidad hacia los bichos —respondo.

—¿Hipersensible? Estás embarcado, bro. Te cogió la epidemia de Beriberi, pero al revés. Debe ser el pase de picadillo. 

—Psss, calláte ahora. Ya me está picando.

La trompa del mosquito me perfora la piel. Siento dolor cuando el vaso sanguíneo se rompe, y cuando el mosquito por fin succiona sé la cantidad de células, la cantidad de vida exacta que pasa de mi cuerpo al suyo.

—Ya terminó. Está que se revienta de gordo.

Después percibo la inmediata reacción alérgica al anticoagulante que el mosquito me inyectó, la inflamación en la epidermis, la formación de la roncha donde mismo me picaron otros y otros mosquitos a lo largo de mi vida. No se lo digo a Jotafinlay para que no crea que me volví loco. De todos modos, él sospecha algo:

—Si eso es verdad, brother, tú te has vuelto masoquista o comemierda  ̶̶—me dice—. No hiciste ni por espantarlo.

—Prefiero que me pique a mí a que se cuele en casa de la vieja Fefa y la pique a ella, la pobre, con lo chismosa y anémica que es; o en la tuya, y que pique a tu chama. Yo entiendo que de algo tienen que vivir los mosquitos. Es la ley natural. Qué vamos a hacerle.

—Sí, eso sí… Mosquitos siempre va a haber.  Lo que pasa es que de un tiempo para acá se han vuelto muy glotones.

—¡Ni que lo digas! A este bicho que me picó me faltó nada para decirle: “Men, con todo el respeto que tú te mereces, retírate y dale un chance a que otro venga a sorber también, anda. Acuérdate que eres un mosquito, no quieras engordar como una garrapata”.

Carlitos se ríe.

—¿Te ríes? ¿Cuántos milenios estuvo ese ahí sacándome la sangre?

—Los mosquitos nos meten el abuso porque nosotros los dejamos. Si tú sabías que no le ibas a tirar ni un manotazo hubieras venido pa acá afuera envuelto en una sábana con la cabeza metida adentro y todo, brother, como un fantasma.

—Ay, CarlitosMal, parece mentira que precisamente tú me digas eso. Es imposible ser más fantasmas de lo que ya somos. Así y todo, los mosquitos nos ven y nos encienden.

Las luces de un carro nos encandilan de pronto. Cuando termina de pasar, vemos que es un Lada blanco. A unos pocos metros le sigue un camión de militares, y una patrulla se encarga de cerrar el desfile.

—¿Tú sabes de qué me acordé ahora? —le digo a Carlitos—. Del zumbido insistente de los mosquitos pegados ahí, al oído. Era como una sirena que te avisaba del peligro, y tú tenías la opción de defenderte. Este de ahorita llegó, se tragó lo suyo y se fue volando, todo el tiempo calladito. Muy raro eso.

CarlitosMal mira hacia la «boca de lobo» donde se metió la comitiva de carros:

—Imagínate que la genética les tuviera cambiando, o que se hayan inventado un silenciador de alas.

—Igual, los prefiero silenciosos a que se me pegue uno a la oreja y lo que me susurre sea: “Tú y yo deseamos lo mismo, ¿oíste? Lo estoy haciendo por tu bien. Resiste creativamente para salir de esto lo más rápido posible. Siembra tu pedacito”.

—Brother, hablando de ser autosostenibles, yo más nunca doné sangre. ¿Por casualidad tú sabes si todavía siguen dando la jarra de yogurt y aquellos panes con jamón buenísimos?

—Jotafinley, hermano. ¿Cómo tú vas a hablar de comida a esta hora?

Pero cuando él se monta en una cadena de pensamientos interesante, no hay quien lo pare:

—Nosotros los humanos deberíamos exigirles a los mosquitos que abran un banco popular de sangre. Las personas más cercanas a ellos, los que más le descarguen a esa especie, que vayan y hagan donaciones. Así nos quitamos de arriba el problema de la transmisión de enfermedades. Ya no más fiebre amarilla, dengue, ni chikungunga… ¡Sangre bancarizada! Me partiría de la risa ver a un mosquito haciendo cola para sacar un litro de plasma de un cajero automático.

Pasa un niño con la madre, a las 5 am. Probablemente se le haya acabado la carga al ventilador recargable y no puedan dormir. Eso, y que cada segundo de estas siete horas sin electricidad se me ha acumulado en el cuello y en los párpados, me cambia el humor:

—Jotafinley, te voy a pedir una cosa. Como mismo dijimos una vez que aquí, a nivel de acera, no vale la quejita, tampoco vamos a permitirnos inventar soluciones mágicas, como si el problema con los mosquitos fuera una bobería. Los memes y los chistecitos nos relajan un momento, pero yo creo que esto hay que tomárselo en serio.

—Perfecto, bro. Vamos a hacer como los mosquitos, que se toman en serio tu sangre.

—¡CarlitosMal, hermano, que no estoy jugando! Es más, si ahora mismo me encontrara aquí de frente con el jefe de todos ellos, le digo: “Mira, cerebro de mosquito, para que funcione más o menos bien esta relación inevitable entre ustedes y nosotros, los humanos tenemos que cubrir todas las necesidades básicas, y además de eso estar seguro de que podemos, con el esfuerzo propio de cada cual, llegar a donde queramos. Yo sé que ustedes lo saben, y hasta les conviene mantenernos contentos, pero es evidente que no está en sus alas darnos lo que necesitamos…”

—¿Y por qué tú hablas así, mirando hacia arriba?

—¡CarlitosMal, carajo, tenías que interrumpirme! Miro para arriba, no sé, porque es por donde ellos siempre andan, en los tanques de agua de las azoteas…

—Bueno, también viven en las cloacas, pero entiendo la referencia. Dale, sigue.

—Nada… Que si me encontrara al jefe de ellos lo miraría a los ojos y le dijera: «Asere, de ser vivo a ser vivo, respóndeme con sinceridad esto que voy a preguntarte, porque ya no aguanto más: Si tú fueras yo, si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías?».

—¿Y tú eres el que dices que no valen las soluciones mágicas? Estás muy mal, brother. El de nosotros y el de ellos son dos idiomas absolutamente distintos. Aparte, si hubieran querido comunicarse, ya lo hubieran hecho.

—Sí, ¿eh? Tienes razón en eso. Lo mismo pasa con los extraterrestres. También pensé que la solución era tirarle un sapo arriba. Dicen que por Oriente hay algunos buenos.

—Yo respeto todo eso, brother, pero lo mío es terminar de largarme. ¿Que allá afuera hay bichos más grandes y más peligrosos? Ok, lo acepto. Pero cuando se te acercan al oído te recitan los derechos que tienes como humano y te dicen “Esquiusmi, Sr, amsorri”, y te la clavan igualitico, pero antes te inyectan anestesia de verdad, aunque más tarde te la cobren.

—¿Entonces para el verano voy a estar solo aquí con la espalda recostada a este poste? Tú no sirves, asere. En el verano es cuando se ponen guapos de verdad los mosquitos y los apagones.

—Na, bro, yo no te voy a dejar así embarcado… Mira, cuando llegue allá montamos una Mipyme entre los dos. Imagínate: Mipyme «El Espray Redentor». Vamos a importar toneladas de repelente, y hasta un barco de petróleo para volver a fumigar con las bazucas esas.

—Te agradezco, Jotafinley, pero no. Los mosquitos pudieran entender que el enemigo exterior está financiando la contra, y eso es más peligroso que dejar que te piquen.

Unas luces se encienden de pronto, y duelen los ojos. El Lada blanco nos tiene enfocados. El chofer nos hace una seña para que nos vayamos a casa, que despejemos. Como Jotafinley y yo no le hacemos caso, el tipo toca el claxon que, casualmente, suena como la sirena de una patrulla. La chismosa de Fefi habrá dado un brinco en la cama y ya estará lista mirando a través de una rendija. Jotafinley señala al chofer del Lada:

—¿Te explico qué cosa es ese? —dice mientras se quita la camisa y se acuesta en la acera, relajado, como si estuviese en una playa esperando el amanecer—. Ese ya pasó por el ciclo completo: huevo, larva, crisálida, y ahora es un mosquito revolucionado.

—Entonces, también es un agente transmisor de enfermedades…

El chofer-agente-mosquito revolucionado se baja del Lada sin apagar las luces, por supuesto, y empieza a desandar los metros que lo separa de nosotros.

Cómo CarlitosMal, yo también me quito la camisa y me acuesto, todo pacífico.

Mirando al cielo, no puedo evitar la comparación entre la oscuridad de allá arriba con la que padecemos aquí abajo, en esta tierra nuestra.

—Brother, ¿tú crees que en algún planeta haya mosquitos? Y Dios, ¿por fin existirá?

—¡CarlitosMal, carajo, no metas en una misma frase a Dios y a los mosquitos que, mira, estoy hipersensible y yo me erizo!

El agente ya está muy cerca. Más que verlo, siento que también quiere posarse en mi cuello, sobre la cicatriz donde tantos y tantos mosquitos ya me han picado.

—Sin quejitas a nivel de CDR —dice bajito Jotafinlay, y yo agrego:

—Sin quejitas ni soluciones mágicas.

Así que no viene la luz, como deseamos. El agente cruza las alas sobre el pecho y, como no decimos ni una palabra ni nos movemos, hace uso de su trompa portátil, el walkie talkie, el intercomunicador de toda la vida:

—Central, aquí tengo a un par de ciudadanos…

Fefa abre la puerta. Está flaca y con las canas desgreñadas. No me equivoqué en pensar que estaría despierta. Le da su teléfono a Jotafinley:

—Ay, mijo. Yo no sé mucho de esto… Pon a grabar el trate este, que hay un mosquito enorme que no me dejó dormir en toda la noche. A ver si yo logro hacerle un video y mandárselo a mi hija, porque yo le digo las cosas que pasan aquí y ella no me cree.

Después hace como que ve al agente:

—Eh, ¿qué tal, oficial? ¿Quiere un poquito de agua o algo? No han traído el café a la bodega, así que no puedo brindarle. Y con este apagón, el agua está caliente…

La trompa portátil del mosquito revolucionado emite un sonido inentendible.

CarlitosMal me dice:

—Te lo dije, que son dos idiomas distintos.

Después le da el teléfono a Fefi y le avisa que ya está grabando.

Lea más desde Cuba aquí en Havana Times.