Rojos Cachetes
Regina Cano
La mulata vestida de rojo recorrió la parada, ubicándose un poquito lejos del resto, pero al percatarse que había un puesto libre en el banco, a pesar de estar aquello lleno de gentes en la temprana noche, se sentó.
De estatura baja, con tacones altos, una pequeña cartera y las pestañas almidonadas de “Maybelline”*.
Toda roja era la muchacha que al parecer iba a divertirse un día entre semana, saliendo del barrio de obreros que es Alamar y que muchos llaman Ciudad Dormitorio, y a la hora en que la mayoría va regresando a sus casas.
Pues gentes, ninguno de los presentes, hombres y mujeres, dejó de admirar la elegancia y prestancia de tal belleza criolla hasta que una impertinente luz hizo a todos reparar en la leve sombra en su cara -viso de barba bien afeitada- y ahí mismo comenzaron los comentarios, discretos, un rumor de quién tira la primera piedra.
Algunos defienden que la población citadina acepta estas muestras de libertades y otros por el contrario.
Yo diría que a pesar de que no se aceptan totalmente -y a esto le acompaña el asombro que aún suscitan- al menos no se les abuchea. La población citadina respeta al gay -que se da a respetar- en su barrio, en el ámbito cercano de quienes han tenido que ocultarse por tanto tiempo y que aún tienen este como un espacio de pudor y timidez disimulada. Allí al menos no se los repudia abiertamente y eso es un logro, aunque sí ocurre en espacios de no compromiso moral, donde el individuo es un desconocido.
Espero, que con suerte estas generaciones de cubanos puedan hacer realidad sus deseos de lucir bellos en la vía pública, aunque todavía soportarán no pocos atrevimientos por parte de otros heterosexuales.
Pero que sucederá el día que las mujeres homosexuales quieran exhibirse en ropa de hombre, tener barbas y bigotes. Posiblemente el proceso tendrá que recomenzar un nuevo camino de dolor.