La Habana de cuando era niña
Paula Henríquez
HAVANA TIMES — Caminar por La Habana me resulta cada vez menos gratificante. Recuerdo que de niña y adolescente me encantaba recorrer los barrios. Sentía curiosidad por las casas, las calles, el vaivén de la gente… Era mi ciudad, la amaba con sus defectos y sus virtudes.
Hoy camino por ella y traigo a la mente esos recuerdos. Quiero sentirme como antes, pero no puedo. La Habana ya no es la misma, la veo ajada, fea, destrozada y no solo físicamente… La Habana ha perdido su espíritu, su alma.
Es como si su manto nos cubriera a todos, porque también observo a la gente caminar como autómata, sin fuerzas, sin deseos. Los autos avanzan como temerosos por calles heridas por el tiempo, por la desesperanza. Edificios que permanecen erguidos quién sabe por qué milagro… como si se negaran a las leyes de una física que por más demorada, siempre será segura… Y en cada esquina… en cada esquina se acumulan vidas pasadas en forma de trastes, esas que algunos recogen y atesoran como buscando la suya propia.
La Habana cae, está cayendo constantemente… Y nosotros sentimos su dolor, porque habitamos en ella. A nosotros también nos duele que envejezca sin consuelo, el añorado consuelo de llegar a la cúspide de la vida con algo de esperanza.Ya no me gusta caminar por La Habana, ahora, cuando lo hago, camino a prisa, como para salir de en medio, como para escapar de todo desconsuelo, de toda desesperanza.
La Habana, Santiago, Holguin, Matanzas, Pinar del Rio, toda Cuba se cae a pedazos a la vista de todos y a los que gobiernan el pais les vale un comino, son 57 años sin darle siquiera una mano de pintura.