El largo y tortuoso camino
Francisco Castro
Uno de los grandes castigos que tienen que sufrir los cubanos es enfrentarse a asuntos legales. No dudo que en otros países el sistema de leyes sea enrevesado, pero en el nuestro, además del tristemente célebre burócrata, encargado de frenar cualquier gestión del tipo que sea, poseemos un personaje que lo emula con éxito: el notario.
Hace unos días recibí una extensa carta de mi madre, desde Santiago, mi ciudad natal, en la que, entre otros asuntos, me cuenta sobre los adelantos en los trámites de legalización de la propiedad de nuestra casa, que está a nombre de mi abuela fallecida.
El fragmento sobre el tema es tan ilustrativo que no tengo que hacer comentarios. Escribe mi madre:
“Estoy en los trámites de adjudicación de la vivienda. Papeles y más papeles. Sellos que de pronto desaparecen de las Oficinas de Correos (es lógico, hasta para poner a alguien en tu libreta de abastecimientos debes llevar un sello de cinco pesos); filas de personas al borde de la histeria (las entiendo); diez turnos solamente en cada Notaría de la ciudad, donde se supone trabajan ocho horas más o menos cinco o seis notarios con sus respectivas secrertarias; notarios que demoran más de una hora en llamar al primer cliente, que resultas ser tú, ya que madrugaste en la Notaría, para luego empezar a inspeccionar tus papeles, con cara de nazis.
“Comienza un duelo silencioso de miradas: el notario “analiza” los documentos que te pidió, y de vez en vez te mira y vuelve a su análisis. En cada mirada te da la impresión de que has cometido un delito, y entonces te desentiendes del horrible cuadro que “decora” la pared y lo miras a él con ansiedad, tratando de descubrir qué piensa, qué irá a decir, qué de malo puede haber en papeles oficiales, todos debidamente firmados y acuñados, registrados con tomo y folio al Bufete que los emitió.
“El duelo acaba (y tú pones el muerto) cuando, radiante de felicidad, el notario te dice: “todo está bien, pero ahora le falta…,” y entonces comprendes que por algo Los Beatles hicieron aquella canción que tanto te gustaba: “El largo y tortuoso camino.” Tu gestión queda trunca.
Hay que hacer otra, volver a madrugar (después de maldormir), soportar las filas y sus representantes, esperar el tiempo que el notario necesite para comenzar su “día de trabajo,” y por si fuera poco, vas a esa próxima cita con la certeza de que va a faltar algo todavía, que si avanzas dos pasos retrocedes cuatro, porque así son los asuntos “legales” en nuestro país.”