La huida: crónica de una pandemia 1

Por Armando Chaguaceda

El aeropuerto de Atlanta.

HAVANA TIMES –“Te regresas.. ya¡”, ordenó J por teléfono, con esa mezcla de ratio e Imperium, tan suya e irresistible. Yo acababa mi conferencia en Manhattan, en ese mismo college donde el pasado año suspendían otra charla por una imprecisa amenaza de bomba.

Los chicos, tan atentos a mis palabras como a las pantallas de sus smartphones, tenían cara de susto. Nunca supe si por lo que yo les contaba o por lo que leían. Al final, entre Nicolás Maduro y el COVID-19, la puja por el título de villano se torna algo difícil.

Cambiar el boleto nunca fue tan sencillo. Amable, eficiente, sin cobros añadidos…la ejecutiva de la aerolínea consiguió, en 15 minutos, que todo mi estrés se redujese a contar cada hora que permanecería en suelo estadounidense. Los rumores de nuevos contagios inundaban las redes sociales.

Las universidades pasaban a operar en modo virtual. Los amigos me mensajeaban histéricos, como si estuviese en Alepo, en la antesala de una ofensiva rusa. Así, decidí irme a pasear a Central Park, con el perro de una amiga. Para luego, con ella y su mamá, terminar la noche en un restaurant chino. Tenía más hambre que miedo. Y no había murciélagos…

Justo ahí empezó todo, lo que -si las estadísticas sanitarias no mienten respecto al perfil de sobrevivientes- se convertirá, en lo sucesivo, en una crónica de la pandemia. Trump hablaba.

Su discurso, tan predecible como familiar -me recordaba al Fidel de los ciclones- insistía en lo foráneo del virus. En la culpa ajena y la insuperabilidad propia. Repartiendo piropos y regaños, ante los millones de -quiero creer- asombrados espectadores. Y cortaba, de un tajo, las rutas de movilidad y confianza que el Kaiser, el Fuhrer y Jruschov no alcanzaron a interrumpir jamás, en el corazón de Occidente. Cenamos rápido, llevamos las sobras y regresamos a casa, intentando algún chiste de pésimo gusto.

Al otro día, en el aeropuerto, algo fue distinto. La palabra pandemia, puesta de moda súbitamente por la OMS, copaba bocas y pantallas. Madrugadora, J monitoreaba a distancia -me he vuelto una suerte de dron humano– mis torpes pasos: el viaje en Uber, el filtro de seguridad, la búsqueda del café despertador. Búsqueda por la que, a medio camino entre la paranoia -localizando sitios sin gente- y el despiste -el de siempre- casi pierdo el avión.

Una vez en el aparato, caí entre dos pasajeros nerviosos. Estaban peor que yo. Pedir permiso para ir al baño parecía un trasiego de material radioactivo. Nos mirábamos como si llevásemos en nuestro interior La Cosa del Otro Mundo. No hablamos en todo el viaje. Para calmarme busqué un filme de acción. Elegí The Joker. Adecuado.

Desembarcando en México, la pachanga sustituyó a la paranoia, como sentimiento colectivo. La tromba humana deglutía, se encimaba, pregonaba, hacía colas… como siempre.  Ningún control visible. Ningún ambiente de recelo. Apenas una valla, al traspasar Migración, aludía al peligroso Coronavirus. La permisividad de una sociedad agitada por otras cosas -tan cotidianas como terribles- era asombrosa. ¿Estarán ellos en lo correcto? Si al final, como dice Angela Merkel -la mandataria seria de una nación seria- incluso en Alemania un 70 % de sus compatriotas adquirirá el virus ¿vale la pena angustiarse? ¿Me habré vuelto más paranoico que de costumbre?

En todo eso pensé durante el regreso a casa. Al llegar, insistí en aplicar cuarentena sobre mis pertenencias y persona. Me duché con agua casi hirviendo, puse la maleta en la azotea, metí la ropa en una bolsa sellada. Fui a dormir al sofá, no sin antes notar que los ojos me ardían y la congestión nasal, adquirida en el frío Chicago una semana antes, había vuelto, con un leve calentamiento del cuello y la cabeza. Esto es gripe, me consolé, adormecido por el cansancio y los ibuprofenos.  

 

Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda: Mi currículo vitae me presenta como historiador y cientista político.....soy de una generación inclasificable, que recogió los logros, frustraciones y promesas de la Revolución Cubana...y que hoy resiste en la isla o se abre camino por mil sitios de este mundo, tratando de seguir siendo humanos sin morir en el intento.

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