Dormir en el Malecón
Alfredo Fernandez
Las chancletas debajo de la cama bien cerca de los pies, para no pisar el piso frio en caso de que haya que ir al baño durante la madrugada, ya que es muy malo para la salud. La “cama” aunque un poco dura, “cama” al fin.
Desgraciadamente la foto es absolutamente real, esta mujer utiliza a ese muro que segrega a La Habana del resto del planeta, el Malecón, como dormitorio. Este sitio que inicialmente fuera creado para el encuentro entre amigos, o para que los enamorados miraran el atardecer.
Hoy también, el malecón, cuenta junto a los pescadores que buscan proteínas más baratas que las que se venden en la red de tiendas por divisas, a una mujer -enferma demente- que suele dormir allí. Señora que abandonada por una sociedad que la ha situado al margen de una vida digna –aún con su enfermedad-, hoy tiene que subsistir en condiciones de precariedad.
Súmesele a la dificultad que acude a las personas enfermas mentales para vivir en sociedad –que hasta para los cuerdos en Cuba resulta un reto-, la incomprensión y el maltrato de que de que son objetos por parte de algunos, quedando al enfermo mental en no pocos casos, la calle como única opción de hogar.
Aunque a decir verdad, si mañana me volviera loco, por muy feo que resulte, también preferiría vivir en la calle, deambulando hacia todas partes con mi casa a cuestas, pues quién se va a arriesgar a una institución psiquiátrica cubana, todavía con más de unas veintenas de muertos sin esclarecer durante una fría noche en el hospital insignia de la especialidad.
Sírvase esta señora de esta cama “un tanto dura” que San Cristóbal de La Habana le ha concedido en pleno espacio público, a falta de aquel resguardo en esmero prometido hasta el cansancio por dioses que por demasiados terrenales hoy también resulta una locura creer en ellos.