Autor: Maria Matienzo

Adiós, libreta de mi vida

María Matienzo Puerto

Comprando pan con la tarjeta de abastecimiento.  Foto: Caridad

Las despedidas, las rupturas, las separaciones siempre me han traído pesares, lágrimas, sentimientos encontrados de los que muchas veces no he logrado sobreponerme. Así no solo me ha ocurrido con las personas sino también con los objetos o con los animales.

Las pérdidas han sido tan frecuentes en mí que de alguna manera me he acostumbrado: los collares que he dejado olvidados, las mascotas que se me han muerto, los amigos que parten, en fin, algo siempre llega a su fin.

Pero por estos días, me estoy despidiendo de algo realmente sui generis, creo yo, en la historia de la humanidad; de algo que el mundo entero, a menos que sea cubano, no sabría explicar, y de cuya separación no sé si sobreviviré.

Hablo de mi querida “libreta de abastecimiento.”

Hablo de mi querida “libreta de abastecimiento.”

La nostalgia y “mi otro yo”

María Matienzo

La Habana, photo: Caridad

Vivir en La Habana era estar en la parte del país donde hay un poquito más de todo, a pesar de la escasez. Era habitar en una ciudad que me permitía alardear de ella pese a las diferencias y las fobias regionales; el lugar a donde todos quieren venir a vivir; donde está centralizada la farándula y desenvolvimiento económico. Pero para mí, sus calles eran las calles de la capital y nada más.

Hasta el día que conocí a “mi otro yo” y comencé a ver mi vida con nuevos ojos. “Mi otro yo” me tomó de la mano, y me llevó a recorrer la ciudad como si fuera una extraña y lamento decir que realmente lo era.

La suerte de ser ama de casa

María Matienzo Puerto

Madre en La Havana.  Photo: Caridad

Este arte de la escritura me permite, de vez en cuando ser lo que yo quiera. En este momento, por ejemplo, me estoy convirtiendo en una ama de casa que tiene dos hijos y una cocina que atender, mucha ropa por lavar, pero que pese a todo eso ha abierto un espacio para leerse una buena novela de amor o policíaca o de terror, según le recomiende su mejor amiga, que sí tiene tiempo para ir a exposiciones o a la presentación de un libro.

Vivo en el Cerro, cerca de la Biblioteca Nacional, así que en cuanto tenga un tiempo voy a ir para inscribirme. Todo está en que estos chiquillos me den la oportunidad, porque ayer que podía ser un buen día el más chiquito me amaneció con catarro.

Son las dos de la tarde. Bueno, parece que sí, que voy a poder. En cuanto se despierten los visto y nos vamos los tres, así de paso ellos dan una vuelta.

Dos novias en La Habana

María Matienzo Puerto

Angel y la musa.  Foto: Caridad

Cada vez que me hablan de reencarnaciones solo se me ocurre recordar en la vida que llevamos, mi novia y yo, durante más de seis meses. Carga bultos para acá, carga bultos para allá: aquí ya no pueden estar; tienen que buscar un nuevo alquiler; bueno, duerman unos días en la sala de mi casa, hasta que encuentren.

La tía que pudo resolvernos seis meses de tranquilidad, pero que no lo hizo; la cara de compasión de algunos conocidos y hasta de los amigos; una abuelita que trocó su papel con el de bruja; engorrosos trabajos de fuerza para ganar algo de dinero; y la pregunta de siempre, ¿ustedes son de La Habana? con la respuesta: sí, somos habaneras.

He optado por una explicación mística religiosa porque en la realidad no la logro hallar: nosotras, en vidas anteriores, debimos ser gitanas o brujas prófugas de la Santa Inquisición. Y ahora, arrastrando alguna deuda, seguimos de nómadas.

Tema para un bolero

María Matienzo Puerto

Omara Portuondo.  Photo: Caridad

Siento nostalgia de una ciudad sonora que no conocí. La Habana, que me cuenta una amiga, llena de jazz band, soneros y bolerones, que cantaban lo mismo a un amor perdido que al placer de un buen alcohol. Una Habana ubicada bien lejos de esta que vivo con una ceremoniosidad impuesta que solo nos lleva a parecer lo que en realidad no somos.

Yo soy así. Añoro lo otro con mucha facilidad, sobre todo lo que no he vivido o lo que no he tenido. No es envidia, es solo cierta melancolía que me permito de vez en cuando.

Por ejemplo, siento una apretazón en el pecho cuando pienso en mi abuelo muerto hace ya algunos años. Y es que la muerte es una de las cosas que jamás aceptamos.

Aunque siempre que veo aparecer por mi ventana a la nostalgia detrás viene la esperanza o la resignación.