Nadie quiere a Rosario Murillo

Bruja, fea, peluda. Las caricaturas misóginas de la vicepresidenta de Nicaragua desvían la atención de lo importante: el autoritarismo y la megalomanía de una tirana corresponsable de violaciones de derechos humanos.

Rosario Murillo. Ilustración por Pol Serra

NOTA DE LA EDITORA: En las últimas semanas, el Gobierno nicaragüense de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha aumentado la persecución, acoso y encarcelamiento de organizaciones y personas críticas con su régimen, como varias precandidatas presidenciales, así como de medios de comunicación independientes.

Por June Fernández (Pikara Magazine)

HAVANA TIMES – En la Loma de Tiscapa un gigantesco árbol amarillo hace sombra desde 2013 a Augusto C. Sandino, el héroe nacional de Nicaragua. Esta colina-museo situada en el centro de Managua es un templo para la memoria de la dictadura somocista y de la revolución sandinista. Por ello, cuando Rosario Murillo mandó alojar allí el más grande sus colosos metálicos y luminosos se interpretó como toda una expresión de su megalómana ambición política. Entonces era, además de esposa del presidente Daniel Ortega, jefa del Consejo de Comunicación del Gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Desde 2017, es la vicepresidenta.

“En la presidencia, la Rosario es 50 por ciento y Daniel, 50 por ciento”, repetía Daniel Ortega ya antes de elegirla como número dos. “Ese discurso legitimaba un poder que ella no tenía y lo explotaron para dar una imagen de igualdad”, señala Geni Gómez, integrante del colectivo feminista de Matagalpa Grupo Venancia.

Murillo presentó en 2013 los árboles de la vida que adornan puntos estratégicos del país centroamericano como una forma de “festejar tanta bendición, tanta prosperidad, y tanta victoria”. La teóloga feminista María López Vigil reprobó el “gran pecado” de derrochar 30.000 dólares por arbolata luminoso. Algunos chayopalos fueron derribados cuando, en abril de 2018, la policía masacró a la sociedad civil movilizada contra los recortes en la seguridad social.

La pareja presidencial saluda al tráfico con sus sonrisas trémulas desde vallas rosa fucsia con lemas como “Tiempos de victorias, ¡por la gracia de Dios!”. La Chayo (como se la llama informalmente) es la artífice de una estética kitsch y una retórica que fusiona cristianismo y new age

Sofía Montenegro, periodista feminista y militante del Movimiento de Renovación Sandinista (la escisión del FSLN), llama a Murillo la Gran Hermana, porque “es el ojo que todo lo ve” y por su uso de una neolengua orwelliana que habla de amor y bendiciones mientras aprueba leyes antiterroristas y mordaza para criminalizar toda disidencia.

Y, sin embargo, la prensa internacional usa más el adjetivo “extravagante” que el de tirana para describirla. En las calles y en las redes, en la oposición y dentro del FSLN, sobran los eufemismos. “La mayor crítica a ella ha sido por fea, por peluda y por bruja”, confirma Geni Gómez.

Bruja de sobaco peludo

Lleva tres sortijas en cada dedo, cinco pulseras en cada mano, un quintal de collares sobre sus túnicas estampadas y demasiado maquillaje. Los rizos de su cabellera van a juego con los de sus axilas, que luce cuando levanta los brazos en gesto de victoria. “Sobaco peludo, te vas con el trompudo”, corea la disidencia para enfado de las feministas.

Murillo se rodea de chamanes y colocó en la sala de conferencias de la Secretaría del FSLN una mano de Fátima. Atribuyó la insurrección contra el Gobierno a espíritus que quieren que reine el mal en Nicaragua. Su última ocurrencia fue instalar en julio de 2020 en la Plaza de la República, por el aniversario de la revolución sandinista, una estrella pentagonal que, según algunas voces, es una insignia satánica. “Quiere transmitir que, además de poder político, tiene otra fuente de poder sobrenatural”, opina Gómez.

Yerling Aguilera, integrante de la Articulación de Movimientos Sociales de Nicaragua, observa desde el exilio dos efectos colaterales de su fama de bruja. Por un lado, que el acercamiento de Murillo y Ortega a las iglesias busca neutralizar esos juicios. Por otro lado, que parte del movimiento cívico surgido de la insurrección de abril de 2018 ha respondido a los supuestos ritos satánicos de la vicepresidenta con cadenas de oración contra el Gobierno. “Esto nos mete en un círculo bien complejo que da impulso a la cuestión religiosa”, lamenta.

Abortos y milagros

En 2016, en un mitin antes de anunciar el nombramiento de su esposa como vicepresidenta, Daniel Ortega llama “ratas” a las y los disidentes y recuerda que la única que siempre ha estado a su lado es Rosario Murillo. Ortega se emparejó hace más de 40 años con esta periodista de profesión, poeta, profesora plurilingüe y madre joven que le acompañó en delegaciones internacionales durante el periodo revolucionario. Ya entonces, Murillo demostró unas cualidades opuestas a la discreción y la elegancia que el patriarcado espera en una primera dama.

Directora del Instituto de la Cultura entre 1988 y 1990, tuvo fuertes encontronazos con intelectuales como el entonces ministro de Cultura, Ernesto Cardenal, (autor de la escultura de Sandino a la que hace sombra el chayopalo). En las elecciones de 1990, sus asesores recomendaron a Ortega que limitase el protagonismo de Murillo a los posados familiares con sus ocho hijas e hijos.

Cuando el FSLN perdió el poder en las elecciones de 1990 y las tensiones internas explotaron, Murillo publicó un incendiario artículo contra las voces sandinistas críticas, ‘Yo acuso a las sectas!’, y Sofía Montenegro respondió en otro: “La soberbia, la intolerancia, el verticalismo y la arbitrariedad de Rosario Murillo son legendarias”.

En 1991 se presentó para integrante de la Asamblea Sandinista pero no fue elegida. Se volcó, aparentemente, en su faceta de madre y compañera del líder de la oposición. Siete años después, la vida le regaló otro aparente mal trago que supo convertir en su ansiado pasaporte al poder: la denuncia de su hija Zoilamérica Narváez contra Daniel Ortega por abuso sexual sostenido en su infancia.

El movimiento feminista de Nicaragua es el gran enemigo de Murillo porque acompañó a Zoilamérica en su acusación, que la jueza desestimó porque el delito había prescrito y el expresidente gozaba de inmunidad. El documental Exiliada, de Leonor Zúñiga, señala el hilo que conecta el abuso sexual con los abusos de poder que comete la pareja presidencial. La cinta recupera una grabación en la que Ortega declara, acompañado de una Murillo que llora: “Mi esposa quiere pediros perdón por haber tenido una hija que ha traicionado a nuestro pueblo y a los principios del sandinismo”. Dice Zoilamérica en otra entrevista: “Recuerdo ese día, era sábado. Me sentí literalmente abortada. La historia deberá reconocer la estrategia, la capacidad de maldad y crueldad de mi propia madre”.

Ortega pagó a Murillo su lealtad brindándole influencia política. Como jefa de su campaña en 2006, promovió el pacto del FSLN con la oligarquía y la Iglesia en el que se enmarca la penalización del aborto terapéutico. De nuevo, el movimiento feminista fue contundente y ella respondió en 2008 con una campaña de difamación y criminalización. La Fiscalía persiguió a activistas que acompañaban a adolescentes en abortos y acusó a ocho organizaciones (incluido el emblemático Grupo Venancia) de desvío de fondos de la cooperación al desarrollo.

Ese año la Chayo publicó un librito titulado La conexión ‘feminista’ y las guerras de baja intensidad, en el que acusa a las feministas de promover “la Causa del Mal en el mundo” y de guiarse por “perversas intenciones políticas”. Acaba así: “Pedimos a Dios que el Amor se manifieste en sus Vidas, y que su Poder venza al odio. Amén… Así sea!”.

En 2012, la entonces portavoz del Gobierno celebró el parto por cesárea de una niña indígena de 12 años embarazada por violación, con síntomas de preclampsia e hipertensión, a la que las autoridades le negaron el aborto terapéutico: “Es un milagro. Un signo de Dios”.

¿La que manda o el pararrayos?

Nadie duda de la astucia y la increíble capacidad de trabajo de Rosario Murillo, que contrasta con la imagen cada vez más deteriorada y ausente del presidente. Él desaparece del foco mediático durante semanas, mientras que ella da un mensaje a la nación cada día, a la hora del Ángelus. En Nicaragua está muy extendido el discurso de que la Chayo es la que realmente manda, pero voces feministas señalan que Daniel la usa de pararrayos como ya usó al escritor Sergio Ramírez, vicepresidente del Gobierno revolucionario entre 1984 y 1990, quien hoy es una de las voces críticas del orteguismo.

En abril de 2018, Ortega estaba en Cuba y fue la vicepresidenta quien dio la cara mientras el contador de manifestantes asesinados se disparaba. Yerling Aguilera y Geni Gómez afirman que dentro del sandinismo se la ha culpado: “Se la vio incapaz o torpe para gestionar la crisis, mientras que a Ortega siempre se le ve como el hombre fuerte, dotado de racionalidad operativa”, apunta Aguilera. “La mala, mala mala, es ella”, apostilla Gómez.

El debate sobre su poder y su popularidad conecta con otro: ¿será la sucesora de Ortega si este enferma o muere? A las pocas figuras históricas que quedan dentro del FSLN les disgusta la deriva a un modelo dinástico que recuerda a la somocista, contra el que se levantaron en armas. “Su continuidad está condicionada por los amarres que tiene con Ortega. Ella no tiene mucho respaldo en el Frente, el Ejército le podría dar un golpe”, aventura Aguilera. Tal vez nombren a tiempo a alguno de sus hijos, dueños de cadenas de televisión y de empresas públicas, o a alguna de sus hijas, asesoras presidenciales.

Un funcionario y una exfuncionaria de instituciones públicas, que piden permanecer en el anonimato, confirman a Pikara Magazine que la vicepresidenta no gusta tampoco dentro del FSLN: “La compañera es muy capaz, muy inteligente, pero soberbia”. “No es del agrado de cuadros importantes del sandinismo por misoginia, pero también porque es muy déspota, muy tirana”. Cuentan que maltrata a su personal y que, si alguien le informa de un error en vez de taparlo, lo despide. “Se habla con mucho respeto sobre la compañera, pero es un respeto camuflado de resistencia”, dice la segunda. “A ella solo le llega lo que quiere oír, eso la ha distanciado de la realidad. Nadie le tiene simpatía, le tienen miedo. A Daniel sí, la gente lo quiere, a ella no”, añade el primero.

Dentro y fuera, nadie quiere a Murillo. El poder que ha conseguido y su forma de ejercerlo es, tal vez, su venganza.

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