Higiene femenina en Cuba: inventos y otros trapos

Por Glenda Boza Ibarra y Sabrina López Camaraza  (El Toque)

Foto: Sadiel Mederos.

HAVANA TIMES – Durante los años duros del Periodo Especial, algunas estudiantes de Psicología de la Universidad Central Martha Abreu de Las Villas se prestaban el “test de Rorschach“ durante su ciclo menstrual. Se trata de una técnica de psicodiagnóstico que se usa para evaluar la personalidad. Recurre a una serie de láminas con manchas de tinta, que se distinguen por su ambigüedad y falta de estructuración.

Por su parecido a las marcas que deja la sangre en la tela, aquellas universitarias de la UCLV en los años noventa nombraron así a los paños, retazos de sábanas, gasas que usaban para absorber el flujo menstrual y que, al no alcanzar para todas, debían compartir. No tenían almohadillas sanitarias.

En muchas familias, las mujeres también hervían paños blancos —amarillentos inevitablemente al cabo de algún tiempo— y se prestaban aquellos “trapos de la menstruación” entre unas y otras. A veces era difícil, porque en un lugar donde conviven muchas mujeres los ciclos menstruales suelen adecuarse para coincidir.

Casi treinta años después, los “test de Rorschach” han vuelto a “tenderse” en muchas casas cubanas. Ante la escasez, no pocas mujeres han tenido que echar mano a las gasas de uso médico, sábanas viejas…

La crisis económica y el desabastecimiento, recrudecido durante más de diez meses de pandemia, ha afectado notablemente un ámbito del que apenas se habla y que es fundamental en la vida de las mujeres: su higiene íntima.

Cada mes, la menstración

En Santa Clara, los tampones en la clínica internacional —rebajados porque vencían en octubre— se agotaron desde septiembre.

“Normalmente la gente no compra esas cosas, porque son muy caras, pero como no había más nada, “volaron””, cuenta una de las dependientas.

Sin duda, es la escasez de almohadillas sanitarias es de lo que más afecta a las mujeres. A la matancera Dania Linares, de 47 años, los desajustes hormonales propios de su edad la pusieron en un verdadero aprieto.

“Tuve sangramiento abundante durante 49 días y estuve obligada a comprar almohadillas sanitarias a personas que ya no usan. En la shopping compré a principio de la pandemia diez paquetes a 0.70 CUC y luego compré uno de 2.70 CUC, las peores del mundo para este problema que estoy presentando”.

Según cuenta, el desabastecimiento está tocando incluso a los revendedores que, a pesar de elevar los precios en demasía, resuelven el problema de una parte de la población.

“Todo está agotado, y en la farmacia vienen esporádicamente”, cuenta Dania. “En noviembre despacharon lo que tocaba en julio y agosto. En diciembre tocó la vuelta de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, como si uno no tuviera regla en tanto tiempo”.

Cuando disminuye su flujo menstrual, Dania suele usar papel sanitario. “Por suerte tenía. Estaba buscando tela antiséptica o gasa, pero no hay. Hay días que me pongo una íntima y no me baja la regla —pero esa la ya usé—, y otros en los que no tengo nada y de pronto caigo y me mancho”.

La doctora Arelis León Rodríguez, especialista del Hospital Docente Ginecobstétrico América Arias, aseguró que las llamadas íntimas deben cambiarse cada cuatro horas durante un sangrado normal.

“La sangre al ponerse en contacto con el oxígeno comienza a desprender mal olor. Además, utilizar una almohadilla por más tiempo del indicado puede exponernos a contraer gérmenes y bacterias, ya que la sangre también es un excelente medio de cultivo”.

Sin embargo, muy pocas mujeres cubanas pueden cumplir con ese ideal de higiene durante la menstruación.

“La mayoría de nosotras usamos una por la mañana y otra por la tarde, porque no hay nada más. Sin contar que las [almohadillas de la marca] Mariposas —de producción nacional y comercializadas en las farmacias a 1.20 CUP por paquete— son tan finas y de mala calidad, que a veces es inevitable tener que ponerse dos”, cuenta María de los Ángeles Lao.

Al principio de la pandemia, las almohadillas sanitarias fueron incluidas en el listado de productos priorizados para la venta en CUP y CUC. Sin embargo, desaparecieron de esas tiendas y reaparecieron en algunas en moneda libremente convertible (MLC), a las que no tienen acceso la mayoría de las cubanas.

“Los paquetes que tengo los tuve que comprar en la tienda MLC, comprando el dólar en la calle”, cuenta María de los Ángeles. “Además de gasa he tenido que “resolver” con rellenos de pañales, porque no hay algodón o paquetes en el mercado negro a 10, 15 y 20 CUP. Me hablaron de las copas menstruales, pero en Cuba no hay cultura de eso ni gente que las traiga de afuera”.

La aprobación en 2016 de una fábrica vietnamita de pañales desechables y protectores femeninos en la Zona de Desarrollo del Mariel parecía ser una solución. Sin embargo, tras dos años de su puesta en funcionamiento, la Thai Binh Global Investment Corporation no ha podido garantizar la estabilidad de íntimas ni protectores diarios en el mercado cubano.

Tampoco la Empresa Nacional de Materiales Higiénico-Sanitarios (Mathisa) —con fábricas en La Habana, Sancti Spíritus y Granma— ha logrado que su producto llegue “a tiempo” a la red de farmacias. Obsolescencia tecnológica y problemas con la adquisición de las materias primas y falta de financiamiento han sido los principales obstáculos explicados por sus directivos durante años.

Con la crisis económica generada por la pandemia, y aunque las íntimas se mantienen subsidiadas en las farmacias, este no es un producto del que las mujeres puedan prescindir o por el cual puedan esperar indefinidamente.

Foto: Sadiel Mederos

Champú casero

A sus 22 años, Melisa Barreto, estudiante de la Universidad de La Habana, ha vuelto a vivir el Período Especial. La crisis de productos de aseo personal la convirtió en una de las miles de cubanas que cada día anhelan los productos básicos para sostener su higiene.

En Mantua, el pueblito pinareño donde vive, la situación se hace insostenible.

“Vine en marzo y dejé mis cosas en la beca por la premura de la situación. Tuve que usar el champú que tenían mi hermana y mi mamá, que alcanzó, más o menos, hasta abril. Ahí apareció un detergente líquido y mi mamá y yo tuvimos que lavarnos el pelo con eso. Le dejamos el champú a mi hermana que cumplirá 15 años y necesita cuidarse el pelo”.

Desde entonces, Melisa y su madre encontraron alternativas de menor costo, acordes a su situación.

“Hace cinco meses me estoy lavando la cabeza con jabón. Mi pelo es lacio y se me ha maltratado. Ahora mismo parezco una bruja, pero tengo que asumirlo. Soy estudiante, no tengo ingresos. Los de mis padres alcanzan malamente para la comida”, explica.

Melisa solo encuentra champú en las tiendas MLC o a 300 CUP el pomo, con los revendedores.

“El champú casero que venden por ahí no lo he comprado, porque a mis amistades no les ha funcionado”.

El municipio de Mantua tiene alrededor de seis bodegas solo en la zona urbana. Estas agrupan un promedio de 850 núcleos de consumidores cada una. De acuerdo con el testimonio de la entrevistada, en la ocasión de más abundancia llegaron solo 500 módulos de aseo para repartir.

En La Habana, el champú y el acondicionador desaparecieron casi totalmente. Eran pocos los lugares donde la comercialización alcanzaba las decenas de unidades, a las cuales el acceso no era sencillo. Con la llegada de las tiendas en MLC, lavarse el cabello con champú se convirtió en una utopía.

“No tengo posibilidad de comprar en MLC y me veo obligada a recurrir a los revendedores”, cuenta Vida, quien, como solución inmediata, decidió raparse.

Así le sucedió a Mario Ramos, un estudiante universitario que, tras un año de dejarse crecer el pelo, también tuvo que cortarlo.

“A los hombres también nos ha afectado la escasez de champú”, cuenta. “Me tuve que pelar al cero para que a mi mamá le durara el que conseguíamos. Aquí en Las Tunas había peluqueras que hace unos meses llegaron a cobrar el lavado de cabeza a 30 y 50 CUP. ¡Por supuesto que me tenía que pelar!”.

Ni siquiera con la reapertura de los aeropuertos las llamadas “mulas” han podido suplir la amplia demanda de productos para la limpieza y el cuidado del cabello. A ello se suma que, por la escasez, los precios se han vuelto exorbitantes y no han sido pocas las “fórmulas” alteradas.

“Tengan cuidado con la Keratina que están vendiendo en la calle, que la están adulterando con formol y lavavajillas”, alertaron varias mujeres en el grupo Donde Hay Villa Clara, en Telegram.

Según el testimonio de algunas de ellas, además de estos productos alterados, los pomos de champú, acondicionador y crema de tratamiento capilar o de peinar comprados por TuEnvío o comercializados en las tiendas a través de los módulos de aseo, contenían menor cantidad de producto de la que se indicada en el envase. “A simple vista se notaba que le faltan uno o dos dedos”.

Muchos han tenido que acudir a los productos naturales. En el punto de venta de Labiofam en la calle Martí de Santa Clara el champú de sábila —aloe vera— es de los más codiciados… aunque en cualquier tipo la demanda supera la oferta.

En la Isla de la Juventud, Andrea Matienzo también encontró una receta bastante funcional, que comparte con sus amistades.

“Estamos haciendo champú casero: tres pencas de sábila, una taza de miel de abejas, una cucharada de azúcar prieta y un pedacito de jabón rallado. Todo eso se bate y se pone a fuego lento, y cuando esté a punto de ebullición, se apaga y se deja refrescar”, explica.

De acuerdo con su testimonio, la última vez que las tiendas del Municipio Especial estuvieron bien surtidas fue en febrero del año pasado.

“Durante la pandemia, a nosotros nos han dado champú y acondicionador solo una vez, en agosto. Fue por la libreta: un champú y un acondicionador por núcleo [familiar]. Un pomo para cuatro mujeres, en mi caso”, dice. “Después, en la farmacia vendieron uno que no duró casi nada. Donde único hay ahora es las tiendas en MLC, así que seguimos usando el champú de sábila casero que nos deja el pelo bastante suave”.

Foto: Sadiel Mederos

Protectoras de familias

A pesar de la lucha por la igualdad de género, gran parte de las mujeres cubanas todavía asumen el trabajo doméstico como “su responsabilidad”. Quizás por eso son ellas quienes más lamentan la falta de detergente, jabón de lavar y de baño, por solo mencionar productos para la limpieza.

Dania, aunque tiene dos hijos en Estados Unidos que la ayudan, también ha sufrido la escasez. Antes de la aparición de las tiendas en MLC, hizo largas colas para comprar cualquier producto de aseo.

Para lavar preparó una jabolina con jabón rallado, bicarbonato y una tacita de vinagre en un litro de agua: “La mezcla se pone al fuego por 30 minutos y luego se le agregan dos litros de agua”.

“Para fregar hice una pasta que funciona como detergente. Rallé un jabón en medio litro de agua y lo puse a hervir. Después, le añadí una taza de detergente en medio litro de agua y herví todo con una cucharada de sal y vinagre”, explica. “Eso quita el churre, pero no la grasa, así que olvídate de sacarle brillo a la loza”.

Milagros Quesada cuenta que “de casualidad” su familia no se ha infectado con el coronavirus.

“Lo más importante es el lavado de las manos y de los nasobucos y, sin casi tener jabón o detergente, ha sido muy difícil cumplir estrictamente con estas medidas. Para colmo soy alérgica al cloro y no puedo echarme esas soluciones desinfectantes en las manos. Pero tratar de conseguir alcohol es peor”.

A principios de 2020 el Ministerio de Comercio Interior aseguró que a partir de abril se estabilizaría el suministro de artículos de aseo personal. La realidad ha sido otra. Casi un año después de aquella información, el abastecimiento regular de esos productos continúa pendiente.

“Aquí en Las Tunas nos han salvado los módulos de aseo por la libreta de abastecimiento, aunque a veces hay que dedicarle uno o dos días enteros a hacer la cola”, dice Milagros. “Y claro que es a mí o a mi mamá ya jubilada a quienes nos toca pasar largas horas de pie, a veces sin ni siquiera saber qué traerán a la tienda”.

Según cuenta, en el mercado Leningrado, de Buena Vista las personas hacen las “colas del palo”: pa’ lo que sea.

Foto: Sadiel Mederos

Curar el cuerpo y alma

A mediados de 2020 Beatriz y su esposo comenzaron un tratamiento en la clínica de fertilidad de Santa Clara. Allí el médico les recomendó a ambos tomar Vitamina E, de 1000 IU preferiblemente, disponibles en el extranjero.

“Mi esposo tiene baja la movilidad de espermatozoides y yo estoy operada de un tumor de ovarios. Nos mandaron a tomar esas pastillas, pero no tengo cómo obtenerlas”, cuenta Beatriz. “En la farmacia, las de 250 gramos están en falta y de esas tendríamos que tomar cuatro diariamente durante tres meses”.

Beatriz comparte su desesperación: “Me da igual si están vencidas, si me las venden, si me las regalan de poquito a poquito. Ya me dieron el alta por oncología y ahora finalmente puedo tratar de salir embarazada”.

La inestabilidad de los medicamentos ha afectado por igual a hombres y mujeres en Cuba. No obstante, la falta de fármacos anticonceptivos y de los que se usan para combatir las infecciones vaginales o de trasmisión sexual, han afectado considerablemente la salud sexual y la planificación familiar de las cubanas.

Aunque data de 2010, un artículo publicado en la Revista Cubana de Obstetricia y Ginecología asegura que la infección vaginal con mayor prevalencia en la Isla es la vaginosis bacteriana, seguida de candidiasis vaginal y trichomoniasis vaginal, cuyas causas principales se asocian al estrés, la deficiente higiene genitoanal diaria y durante el ciclo menstrual, entre otros.

“Sin íntimas, papel sanitario, jabón, condones y con las preocupaciones diarias, no sé cómo mi organismo no se ha descompensado”, se inquieta Mayra, vecina de la zona de Parroquia en Santa Clara.

“Aquí el agua llega oscura casi todo el año y aunque se hierva no hay cómo quitarle la turbiedad. Asearse así siempre es un riesgo”, lamenta.

Mayra asegura que, aunque mezcla el agua con hipoclorito y hasta un poco de tintura yodo —cuando aparece— el flujo vaginal le suele cambiar constantemente.

“Para colmo, los óvulos de metronidazol, nistatina o clotrimazol —que son recomendados para enfermedades específicas— no siempre aparecen y hay que meterle mano a lo que haya: ya sean pastillas viejas o cocimientos”, explica.

“Tampoco hay condones y una está expuesta a cualquier infección vaginal o enfermedad de trasmisión sexual con el sexo desprotegido, aunque tengas pareja estable”, concluye Mayra.

Milagros Quesada se queja de la poca disponibilidad de analgésicos. “A mi hija los dolores de ovarios la “tiran para el piso”, explica para ilustrar el malestar. “A veces le pongo compresas de agua caliente sobre la pelvis y mejora un poco. Otras veces los dolores son tan fuertes que tengo que llevarla al policlínico a que se ponga una inyección”.

“Mi esperanza es que 2021 sea un año mejor”, suspira Milagros.

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