Han pasado cuatro años y el Estado cubano sigue sin pagar…
los cerdos que nos compró
Las deudas de las autoridades con las cooperativas es la réplica, a nivel local, de la conducta financiera que sostienen a nivel internacional
Por Yankiel Gutiérrez Faife (14ymedio)
HAVANA TIMES – La carreta remolcada por un viejo tractor soviético salió de la zona rural de Camajuaní, en Villa Clara, rumbo a Remedios. La carga era de siete cerdos, cuyos dueños –los cinco campesinos que alquilaron el transporte– habían tomado la decisión de vender al Estado.
Con la promesa de ventajas y buenos precios de compra, los funcionarios habían atraído a los productores locales buscando acaparar ganado menor, bien cebado y en condiciones de sacrificarse. La situación, en la práctica, fue muy distinta.
El trato consistía en pagar la mitad de lo que valieran los cerdos en efectivo, y la otra mitad en comida para los animales: maíz, pienso y soya. A los productores les convenía el negocio, pues aprovechaban el dinero y, al mismo tiempo, garantizaban la alimentación de otros cerdos que mantenían en sus fincas.
El tractor descargó a los puercos en Remedios y, después de una larga cola, los funcionarios los pesaron y tasaron. Eran buenos animales, bien criados y gordos, y obtuvieron la mitad convenida en efectivo. «Lo demás no lo tenemos aún, pero pronto recibirán una llamada para que vengan a recoger la comida», aseguraron.
«Han pasado cuatro años», lamenta Juan Domingo, «y hasta el día de hoy no nos han contactado». Junto a Ivis, Janiel, Daniel y Elier espera el pago de una deuda de 28.000 pesos –en concepto de alimentos para cerdos– que el Gobierno sigue retrasando.
El hombre señala que desde entonces han pasado por la pandemia, la Tarea Ordenamiento y los distintos colapsos sociales y financieros de la Isla. «Hemos insistido, por supuesto, para saber el porqué del retraso, pero ellos no tienen respuesta».
«Yo perdí las esperanzas de recuperar esa comida», expone a 14ymedio Ivis. «Se comportan como si los puercos nunca hubieran existido, nos hablan con secretismo cuando les pedimos explicaciones», afirma la mujer, que comparte con Juan Domingo el criterio de que la venta de cerdos ya no es viable en Cuba.
La crianza de cerdos exige recursos y mucho esfuerzo. En el patio de las casas cubanas, se disponía una cubeta donde, cada día, se depositaban los restos de comida. A esa mezcla de sobras se le denominaba sancocho, como el plato criollo. Sin embargo, el desabastecimiento y la crisis alimentaria han conducido a que, al final de la semana, exista muy poco que arrojar al cubo.
La comida «formal» para los animales alcanza precios cada vez más absurdos. «La yuca, el maíz y la soya están perdidos», se queja Ivis. «Un saco de soya puede costar 5.500 pesos. Los residuos de las cosechas funcionan para alimentar al cerdo, pero no lo engordan como el pienso industrial». Todo esto, dice la campesina, resta peso a los animales y duplica el tiempo de la ceba, indispensable para el sacrificio y el consumo.
El déficit de importación de soya y maíz se ha intentado suplir con yuca y con palmiche, el fruto de la palma real con que históricamente se ha engordado a los cerdos.
La crisis, sin embargo, ha generado una cadena de fracasos: sin la importación de comida, han aumentado las deudas del Gobierno con los productores; el abandono de los criadores vulneró la cría de cerdos a nivel provincial y, en un momento dado, se sintieron los efectos en todo el país. «A los productores no nos quedó otro remedio que anular nuestros convenios con el Estado», expone Juan Domingo. La escasez de comida llevó a la mayoría de los productores de carne de cerdo a abandonar su actividad.
En otro municipio de Villa Clara, Zulueta, el campesino José Luis hace de tripas corazón para mantener alimentados a sus 23 cerdos. «Tenía sembradas ya 40 hectáreas de tierra antes de la crisis», afirma, aludiendo a la pandemia y al colapso energético de la Isla. «Esa comida es exclusivamente para los animales, y llevo preparándola hace años».
Mientras, la carne alcanza precios abusivos en cualquier modalidad de mercado, ya sea en el informal o en las carnicerías gubernamentales. «350 pesos la libra es demasiado», calcula José Luis, que lamenta no poder engordar a sus cerdos adecuadamente para que, llegado el momento de sacrificarlos, tenga un peso aceptable.
«La crisis actual no comenzó con el coronavirus», opina el campesino, «sino dos o tres años antes, cuando el Ministerio de la Agricultura empezó a promover la ‘sustitución’ de los alimentos importados». No hubo tal cambio, sino que la comida dejó de entrar, a pesar de que era imposible cubrir ese vacío con la producción nacional.
«Los convenios con Porcino –la empresa gubernamental que procesa y distribuye la carne– establece un margen de alimentos que uno debe conseguir por cuenta propia. Te ofrecen, como mucho, el 60% o 70% de la comida que necesitan los animales y nunca llega a tiempo», dice.
La deuda del Gobierno con las cooperativas de campesinos es la réplica, a nivel local, de la conducta financiera que sostiene a nivel internacional: demoras, alargamiento de los plazos o petición de condonaciones.
A pesar de eso, la prensa oficial sigue presentando al Gobierno como «patrocinador» de los trabajadores por cuenta propia, que favorece a ciertos campesinos afortunados. Hace unas semanas, Granma elogiaba a Yusdany Rojas, dueño de una finca en Camajuaní que mantiene la impensable cantidad de 800 cerdos. Y aspira a llegar en pocos meses a los 4.000, si los burócratas le dan «más tierras» y el banco le concede créditos suficientes.
Rojas ha recibido la visita oficial de Miguel Díaz-Canel y otros funcionarios en su «matadero» privado. Posee, además, un sembrado de tabaco, caña y otros cultivos, y una fábrica de embutidos. Las fotografías de la próspera finca circularon en todos los medios oficiales.
La realidad que cuenta la prensa estatal no menciona las dificultades verdaderas de los productores, el desabastecimiento y la falta de recursos que padecen los campesinos. Y, desde luego, tampoco dedica espacio a explicar cuándo y cómo el Gobierno cubano piensa cumplir su palabra y pagar sus deudas.