Guatemala: Seis meses de la erupción del Volcán de Fuego

“No tenemos donde ir”

Por Ana Lázaro Verde (dpa)

El volcán de Fuego en Guatemala. Foto: contactohoy.com.mx

HAVANA TIMES – Cuando el Volcán de Fuego rugió el pasado junio provocando una de las mayores erupciones de las últimas décadas en Guatemala, Casimiro Acajabón se afanó en salvar de su casa su máximo tesoro: tres guitarras que ahora toca con nostalgia en el albergue en el que vive desplazado junto a su esposa y sus hijos.

“Teníamos 40 pollos que murieron. Vivíamos de eso y ahorita no tenemos nada. La ceniza lo arruinó todo. Hasta los perros murieron”, dice con pesar a dpa este hombre de 67 años mientras acaricia una guitarra antes de arrancarse a cantar para “ahuyentar la pena”.

En total, son 325 las familias guatemaltecas que siguen en Albergues de Transición Unifamiliar (ATU) -más de mil personas- a la espera de que las autoridades les confirmen si pueden o no regresar a sus viviendas a tenor del riesgo que entraña el Volcán de Fuego, que el pasado junio mató a casi 200 personas y dejó cientos de desaparecidos

En el sector de Santa Isabel, en la localidad de Alotenango, uno de estos albergues acoge a varias de las familias desalojadas. Se trata de una especie de campamento con casetas sobrias de madera y baños comunes. Cada módulo, de seis metros de largo por tres de ancho, tiene capacidad para cinco personas.

En uno de ellos viven María Norberta y Alejandro, un matrimonio con cinco hijos que el pasado 3 de junio tuvo que huir de su morada en el caserío de El Porvenir, uno de los más afectados por la erupción.

“La lava pasó a diez cuadras de nuestra casa. No le pasó nada, pero de momento no podemos regresar y estamos obligados a seguir en el albergue. Aquí estamos un poquito mejor porque estamos más retirados del volcán”, explica el hombre, de 61 años.

Otro afectado es Manuel Feliciano, un guatemalteco de 78 años que cada día sube desde el albergue hasta su aldea para alimentar a sus ocho marranos, que quedaron allí tras la erupción. “Mi esposa es diabética y está enferma. Necesito seguir con eso”, señala.

El Volcán de Fuego, uno de los más altos de Centroamérica con 3.763 metros, sigue teniendo en vilo al medio centenar de comunidades situadas a sus pies. El pasado 18 de noviembre, volvió a tronar y 4.000 personas fueron evacuadas durante la madrugada ante el temor de que la catástrofe de junio se repitiera.

Albergue de transición familiar.

“Venían muy preocupados, especialmente los que ya habían estado acá (en el albergue) y habían decidido regresar a sus casas por su propia voluntad”, relata a dpa Luisa Valdés, directora departamental de la Secretaría de Obras Sociales de la Esposa del Presidente (SOSEP).

La mayoría de los desplazados da “gracias a dios” por tener un techo bajo el que dormir cada día, pero también echa de menos sus casas y su rutina. “Tenemos comida, pero nos aburre estar aquí con los hijos sin nada que hacer. No tenemos otro remedio que aceptarlo porque no tenemos donde ir”, lamentan Alejandro y María Norberta.

Con un megáfono, una de las responsables del campamento llama a los niños a media tarde para arrancar una sesión de juegos y pasatiempos. Un grupo de menores juega a la pelota en el espacio dedicado al comedor, situado al aire libre bajo una gran carpa, mientras varias niñas hacen manualidades alrededor de una mesa de plástico.

“Algunos están preocupados y asustados porque arrastran el trauma de la erupción de junio”, relata a dpa Jorge López, administrador del albergue. “También tenemos problemas con algunas familias que siguen en sus aldeas porque no quieren dejar su casa pese al riesgo del volcán. Piensan que viniendo acá van a perderlo todo y prefieren quedarse allí aunque corran peligro”, añade con preocupación.

Es lo que hicieron muchos de los que el pasado 3 de junio murieron a consecuencia de los flujos piroclásticos que enterraron algunas de las aldeas pertenecientes a los municipios de Escuintla, Alotenango y San Pedro Yepocapa. Hubo 194 muertos y más de 300 desaparecidos.

Hoy, la ceniza sigue cubriendo la zona del barranco que aquel día se convirtió en un río de lava y cenizas. Los árboles lucen muertos en campos grises y yermos salpicados de construcciones arrasadas.

La carretera que atraviesa esta zona, la Ruta Nacional 14, quedó también dañada y tuvo que ser cortada el pasado 18 de noviembre al activarse otra vez la alerta por la nueva erupción, la quinta desde principios de año.

En total, entre 45.000 y 50.000 personas viven en las comunidades asentadas alrededor del Volcán de Fuego, según fuentes oficiales.

“Seguimos teniendo problemas. Esta semana volvieron a bajar lahares que se desprenden del cono del volcán, especialmente por las explosiones, los flujos de lava y las lluvias. La zona sigue siendo un área de riesgo”, informó a dpa Walter Monroy, subsecretario de Gestión de Riesgo de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres y director de los procesos de recuperación.

“Todas las comunidades en el cono volcánico tienen un plan volcánico. El problema es que se acostumbraron a convivir con el riesgo y nunca imaginaron la magnitud de una emergencia como la que se dio el 3 de junio. Ahora ya lo tienen claro”, añadió el responsable.

La actividad del Volcán de Fuego altera los trabajos para recuperar las insfraestructuras dañadas, alegan desde la administración.

Los desalojados, por su parte, critican la lentitud con la que se efectúan los trabajos y piden volver pronto a sus hogares. “Donde ellos viven está catalogado como zona de riesgo, así que están a la espera de que unos estudios digan si pueden regresar o no”, explica Sergio Carrera, encargado de programas del albergue de Santa Isabel.