Cómo la música cubana me hizo una mejor historiadora

Karen Dubinsky

HAVANA TIMES — ​​»Si quieres aprender algo sobre la historia de este país, debes comenzar por Carlos Varela». Ese consejo, que me dio un colega que me ayudaba en un archivo cubano hace 10 años, resultó ser notablemente cierto. Llegué a La Habana en el 2004 para investigar los conflictos de la migración infantil.

También gané una apreciación por la música como una forma de historia social. El Carlos Varela de Cuba se ha convertido no solo en músico muy querido, sino también en mi historiador cubano favorito. Él es un testimonio de una de las muchas verdades cantadas por Bruce Springsteen: «Bebé, aprendimos más de una grabación de tres minutos, que lo que aprendimos toda la vida en la escuela.»

Una década después, un equipo internacional ha ayudado a producir dos antologías sobre Varela -en inglés y en español- con ensayos de los escritores cubanos Xenia Reloba, Joaquín Borges-Triana y Caridad Cumaná, así como contribuciones de Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña.

Los buenos músicos pueden ser grandes historiadores, porque nos llevan a lugares a los que solo los poetas pueden ir. La música de Varela muestra el paisaje emocional de la ciudad de La Habana, así como los sueños y desilusiones de su generación: aquellos que heredaron la Revolución, pero no la construyeron.

Él interpretó una de sus ahora clásicos, «Los Hijos de Guillermo Tell,» por primera vez en 1989 en el venerado teatro Chaplin, de La Habana. Imaginando cómo el hijo de Guillermo Tell se cansó de ser el tiro al blanco de su padre, al instante se convirtió en un himno generacional. Durante décadas, el público cubano han cantado junto al coro: «Guillermo Tell, tu hijo creció, y quiere disparar él mismo la flecha.»

Su decisión de grabar una versión en vivo de la canción subraya su importancia, como la periodista cubana Marta María Ramírez la denominó en 2004 «nuestro himno de independencia.» En la grabación aparece el sonido de un enorme teatro cantando con un rugido cuando el hijo le dice a Guillermo Tell «que ahora era su turno de colocar la manzana en su cabeza.»

Varela canta sobre la materia de los periódicos y los libros de historia: los conflictos de migratorios, el bloqueo de Estados Unidos, la censura, la política internacional post-soviética. Pero lo hace con la maestría musical de un virtuoso y el imaginario de un poeta. A diferencia de los aficionados cubanos, los traumas y los sueños de mi juventud no están narrados en la música de Varela. Más bien he encontrado ejemplos evocadores de la poesía épica.

El esquema de la migración infantil de 1961, la Operación Peter Pan -tema que vine a investigar en Cuba inicialmente hace 10 años- forma el telón de fondo para una épica, “El parque Jalisco”. Imágenes de patios vacíos, aviones volando y amigos ausentes cuentan la historia de Cuba en medio de la Guerra Fría durante la década de 1960. En ocasiones sus metáforas se esconden de la vista. Estudié las canciones de Varela durante meses antes de poder atrapar completamente el significado de esta línea, que comienza la canción «La política no cabe en una azucarera»:
Un amigo se compró un Chevrolet del 59
No quiso cambiar ninguna pieza, y ahora no se mueve.

El punto de vista histórico de Varela es el barrio. Él es el historiador de los que observan, experimentan, y sienten, pero al parecer nunca harán el cambio histórico. La desintegración de la Unión Soviética y el cataclismo económico que esto desató en Cuba se relatan en las imágenes que cambian rápidamente y en el ritmo acelerado de «Ahora que los mapas cambian de color», que narra la quema de libros, la caída de las paredes y los mercados vacíos. «Robinson» emplea la imagen de Robinson Crusoe para simbolizar el lugar de Cuba en el mundo post-soviético – «solo en una isla, como tú y como yo»

Es un tema recurrente el que los cubanos son los espectadores de su propia historia, cuyos principales protagonistas se encuentran en otro lugar. Igual ocurre con la falta de honestidad. En La Habana de Varela, los vendedores venden periódicos que anuncian que no habrá una sola nube en el cielo, y luego, de repente, se protegen, porque saben que viene la lluvia.

Fue fácil encontrar personas que creyeran que los treinta años de carrera de Varela merecían un libro. Jackson Browne contribuyó con un prólogo, Benicio Del Toro lo pregonó, y un pequeño ejército de amigos ayudó a traducir las letras al inglés. La versión en español, publicada por el Centro Pablo de Cuba, salió en la Feria del Libro de La Habana. La versión en inglés saldrá – con dos conciertos del cantautor- en Canadá, en octubre. Las contribuciones internacionales de Varela a la cultura cubana fueron reconocidas en junio, cuando la Universidad de Queen le concedió el Honoris Causa.

Volviendo a lo que es, para mí, un terreno más familiar después de esta investigación sobre Cuba, ahora pienso en la historia de Canadá de manera diferente. La música -parafraseando a Simon Frith- no solo refleja a las personas, también las produce; una verdad que se puede aplicar a la musical ciudad de La Habana más que a cualquier otro lugar que conozca.
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Mi Habana: La Ciudad Musical de Carlos Varela (Universidad de Toronto Press)
http://www.utppublishing.com/My-Havana-The-Musical-City-of-Carlos-Varela.html  será estrenado el 30 de octubre en Kingston, Ontario, Canadá. 

http://www.theisabel.ca/performances
y el 2 de noviembre a las 8:00 p.m. en Toronto: http://www.lula.ca/events/2014/november/carlosvarela-nov2.html