Una epidemia de papelitos impresos parece indetenible en La Habana
Vicente Morín Aguado
HAVANA TIMES — Una nueva invasión contaminante está ocupando la capital cubana, sus métodos son expeditos, el efecto es particularmente dañino para la estética urbana. Todo se resume en papeles y más papeles, en blanco y negro o a todo color, pegados donde exista un mínimo espacio para hacerlo. Sencillamente se trata de vender cualquier y así La Habana se está vendiendo a papelitos.
La ciudad es víctima de un “marketing” alocado, un tanto salvaje, cuya manifestación concreta son, no exagero, tal vez millones de impresos ofreciendo casas, juegos de muebles, la entrada a un concierto de música cuyo protagonista será muchas veces algún joven necesitado de darse a conocer, en fin, el vender llega hasta ofrecernos una máquina de frozen o la posible reparación a domicilio de cualquier equipo doméstico.
La causa de este nuevo virus de la información es el interés comercial, desde hace unos años introducido en los mecanismos neuronales de un por ciento muy alto de la población cubana. Dada la densidad de habitantes registrados en el ámbito capitalino, la situación es aquí alarmante. En La Habana casi todo el mundo quiere vender algo.
La propagación de esta nueva enfermedad cuanta con el apoyo de la digitalización, capaz de facilitar la impresión de la propaganda escrita, plasmando la imaginación de los emprendedores nuevos comerciantes cubanos.
Hay sitios preferidos si se trata de colocar los endemoniados papelitos: junto a los teléfonos públicos, en las paradas de ómnibus, al lado de la puerta de un centro comercial y, si no aparece otro espacio, hasta los postes del alumbrado público sirven porque la cantidad de organismos maliciosos es tal, unida a los vectores biológicos, que no alcanzan los sitios privilegiados a la hora de colocar tantos impresos comerciales.
Cuando digo” vectores biológicos” no es una metáfora, el caso que me ocupa es el último conocido porque quiénes ponen los carteles son personas pagadas para realizar la misión, reciben dinero de otros o lo hacen por cuenta propia.
No falta la malignidad en cuanto a la trasmisión de la nueva enfermedad, los papelitos pueden colocarse encima de otros, anulando los efectos de aquellos ahora opacados; a veces el “vector” rasga con odio la propaganda anterior cuando se trata de un mensaje competitivo con el suyo y entonces el efecto sería doble, elimina a un contendiente mientras instala su mensaje.
Les recuerdo mi alusión anterior a puntos clave para pegar la propaganda comercial y, luego, su extensión a cualquier espacio donde sea posible ejecutar la tarea. No olviden que en estos lugares clave los carteles impresos se multiplican, unos matan a los otros, en fin, crecen como un genuino tumor, abarcando sin concierto el espacio a su alrededor.
Por último, es alarmante la proliferación de una modalidad nueva en cuanto a la trasmisión del virus de los papelitos vendiendo La Habana a pedacitos, se trata de los impresos volantes, entregados mano a mano, directamente al transeúnte por parte de ciertas personas empeñadas en cumplir sus encargos.
Es evidente que falta dinero a la hora de cubrir las necesidades básicas diarias, las reglas para los comerciantes legales son duras, entonces acuden a una forma de propaganda fácil, directa, sobre todo sin coste adicional alguno: el apartamento, un juego de muebles, la computadora… A este paso temo que terminen por acabarse las ventas o peor aún, entremos en un círculo vicioso de reventas interminables, verdadero cáncer económico.
Moralmente es difícil denostar a quiénes hacen un esfuerzo por sobrepasar las barreras impuestas por la dura realidad, aunque no deja de mostrarse el efecto dañino sobre la estética urbana, en tanto los recogedores de basura tienen cada día más trabajo a realizar en las muy contaminadas calles habaneras.
Hablando en términos epidemiológicos, eliminar el vector equivale liquidar a miles de personas actuantes, algo así como un genocidio, por tanto, la alternativa es erradicar las causas del mal, asunto difícil porque implica decisiones políticas dirigidas a ofrecerles a los cubanos las libertades económicas por ahora tan limitadas.
Por tanto, el virus de los papelitos sigue y seguirá reproduciéndose, testimonio de una ciudad que está vendiéndose a pedacitos, agrego, por medio de papelitos.
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Eso es super facil de resolver.
El Gobierno municipal cobra por anuncio y autoriza para el uso de espacios publicos, estableciendo zonas prohibidas. Por ejemplo no puedes interrumpir la vision de los conductores. Al que no tenga al dia el pago de su consesion se le arrancan los papeles.
Generalmente, el vendedor final anunciante le debe subcontratar al dueño de los espacios.
La cuestion es que se deben crear murales para estos menesteres aqui donde vivo los hay en diferentes puntos bibliotecas, hospitales…hasta en las paradas centricas de omnibus….pero lo primero, tienen que educar a la gente y esto en cubita se perdio hace rato, aqui cualquier ciudadano le dice a quien pegue un papelito en donde no debe…quitalo y ponlo alla….no hay que crear un ejercito de «trabajadores sociales» para poner multas y ya veremos si dentro de poco no existen los «cazadores» de pone anuncios.
Vicente tú mismo diste la respuesta:
«Hablando en términos epidemiológicos, eliminar el vector equivale liquidar a miles de personas actuantes, algo así como un genocidio, por tanto, la alternativa es erradicar las causas del mal, asunto difícil porque implica decisiones políticas dirigidas a ofrecerles a los cubanos las libertades económicas por ahora tan limitadas»
Lo que estás viendo es la emergencia del mercado negro, la forma de resistencia popular más extendida en la Isla frente a las restricciones, las prohibiciones, y como supervivencia.Lo otro es tirarse al mar.
Pues a ver cuando se llena La Habana de papelitos pidiendo el cambio.
?Y quién empezó toda esa idiota manía de poner pepelitos, pues el mismo gobierno con sus porquerías de CDR? ?O ya no se acuerdan de aquellos carteles espantosos llenos de faltas de ortografía. «Oi ayTravajo bolumtario» , «Dona zangre», «Gualdia zederizta», «rekojida de pomos y voteyas» y otros disparates.