Tiempos de cuarentena en La Habana

 

Por Rachel D. Rojas (Progreso Semanal)

HAVANA TIMES – El transcurso de la última semana, el surrealismo se ha extendido casi más apresuradamente que el Codvid-19. Al menos en La Habana. ¿Qué no nos podemos abrazar y saludar con el beso de siempre? ¿Qué las largas colas para comprar pollo o detergente van a ser, de verdad, con un metro de distancia entre las personas? ¿Qué no hay conciertos, ni funciones de teatro, ni bailables, ni fiestas, ni cine, ni reuniones del CDR? ¿Que nadie puede salir ni entrar a esta Isla, y menos que menos a la Isla de la Juventud? ¿Qué nuestros adultos mayores están en situación riesgo aún más que antes? ¿Qué en las tiendas de otros países, y no solo en las de Cuba, se agotó el papel sanitario? ¿Qué los artistas cubanos transmiten online conciertos y descargas como los artistas de otros lugares del mundo, pero nuestra única empresa de telecomunicaciones mantiene los precios de los paquetes de datos entre los más altos del mundo?

Sí. Todo esto está ocurriendo. La idea de lo absurdo como hecho cotidiano en Cuba ya ha sido manejada muchas veces. Ahí tenemos el clásico documental “Bretón es un bebé”, del año 2008. Sobran los ejemplos. Pero ahora se trata del absurdo derramado por el mundo, en altas dosis, como un knockout al centro del rostro. Han sido unos días surrealistas. Todas y cada una de las personas de este planeta estamos siendo afectadas. Enfermos o no, en situación más o menos frágil, todos y cada uno de los seres humanos vamos a sentir los efectos adversos del día después del Coronavirus. Algunos los están sufriendo ya. ¿Qué otra historia había sido tan de todos en los últimos 30 años?

En Cuba algunos comenzaron a practicar conscientemente el autoaislamiento social incluso antes de que fuera orientado por las autoridades. Y algo ha salido a relucir a la par del drama de la pandemia del coronavirus, como dimensiones paralelas que conviven en tiempo y espacio: los privilegios. Ya estaban ahí, pero ahora somos más quienes los vemos y actuamos en consecuencia.

Somos pocos compartiendo memes que bromean sobre el estado de cuarentena, sobre las maneras divertidas, tontas, despreocupadas, relajadas o confortables de pasar los días en casa. Pocos en verdad, si nos medimos con las más de once millones de personas que pueblan esta Isla. Es una minoría quien puede permitirse trabajar desde casa, quien no está en riesgo de ser reubicado en su entorno laboral, o ver disminuidos de golpe sus ingresos; quienes pueden revisar todos los libros pendientes por leer, escuchar nueva música, hacer arreglos postergados en la vivienda, organizar aquel closet lleno de trastes que siempre se dejó para otra ocasión, salir a hacer ejercicios o hacerlos en el hogar con otras personas a través de un Facebook live; quienes pueden contrastar información o disfrutar de algún concierto online; quienes pueden encerrarse durante semanas en casa porque las despensas están llenas, o pueden permitirse salir solo una vez a la semana con el efectivo suficiente para comprar todo lo que encuentren en nuestras desabastecidas tiendas. Son pocos, muy pocos en Cuba quienes no tienen a su cargo el cuidado de otras personas: niños, enfermos, minusválidos o ancianos; quienes pueden costearse las condiciones de conectividad necesarias para el teletrabajo o siquiera tener las condiciones y el tiempo necesarios después de asegurar la vida doméstica, en especial a las mujeres.

Muchas, muchísimas personas no podrán dejar de trabajar (con todos los riesgos que implica), no solo porque el país no puede detenerse por completo, sino porque ellas mismas no pueden darse ese lujo en lo absoluto. Quedar al amparo del Sistema de Seguridad Social es una posibilidad en Cuba que en otros lugares del mundo no se puede tener. Pero con ese estatus no quedan resueltas todas las necesidades básicas de una familia. Una cosa es no morir de hambre, y otra muy distinta es disponer de los recursos necesarios para una cuarentena, y la vida que le sigue, dignas. No ya privilegiada, simplemente digna.

El escenario ideal para detener el contagio y propagación de este virus, ciertamente lo disfrutan muy pocos. Y aunque muchas veces la lógica en nuestro país ha sido repartir la pobreza y no las riquezas, no es mi lógica ahora. Lo deseable sería que todas las personas tuvieran esos privilegios que, si fueran universales, dejarían de ser privilegios y serían derechos. Pero esa no es la realidad. Por eso necesitamos que el distanciamiento que se requiere para detener la pandemia sea físico, no social. Social debe ser la solidaridad con quienes nos rodean, sobre todo con los más vulnerables. El egoísmo en tiempos calamidad de colectiva es un crimen.

En otros países con una situación epidemiológica más grave y con muchos más días de aislamiento, comienza a reportarse el funcionamiento de redes vecinales que se han organizado para bajar la basura, ir a la farmacia o hacer algunas compras a los mayores que viven más solos, a los enfermos, o sencillamente para cuidar un rato a los niños que tampoco están asistiendo a la escuela y demandan constante tiempo y atención. Redes ciudadanas de ayuda mutua, les llaman. El objetivo es, sencillamente echar una mano a quienes más lo necesitan para que el confinamiento no termine volviéndolos invisibles. Decenas de iniciativas han nacido espontáneamente del corazón de la crisis. Porque la crisis debiera ser epidemiológica, económica porque no hay otro remedio; pero nunca de humanidad.

En Cuba, quizás, es muy pronto para saber cómo se desarrollarán estas iniciativas. Se puede ver a personas desconocidas entre sí, gritándose ofensas en una cola, peleando con una embarazada porque “te vas a llevar mi pollo solo porque vas a tener un hijo”. Por momentos pareciera que estamos perdidos, porque si son mayoría los que pueden llegar a esos extremismos por un pedazo de pollo, no deseo ver qué viene si la precariedad continúa apretando la soga en el cuello cada mañana a muchas más personas…

Por suerte, puedo recordar también la reacción de solidaridad inmensa y masiva en esta misma ciudad, cuando de una noche al día el tornado de finales de enero de 2019 nos puso de cabeza, dejando a miles de damnificados sin techo. Al igual que este virus fue algo repentino, sin antecedentes en la memoria viva, para lo que nadie estaba preparado. Espero, con toda mi fe en la humanidad, que sea esa fuerza la que prevalezca en los próximos días y en los tiempos después del Coronavirus.