Exilios inversos: Un viaje de ida y vuelta

By Víctor Rodríguez Oquel*

Montevideo, Uruguay

HAVANA TIMES – Las dictaduras en América Latina fueron moneda corriente durante el siglo XX. Sus formas autoritarias de gobernar ocasionaron el surgimiento de movimientos armados revolucionarios entre sus naciones. Por ejemplo, México, Nicaragua, Argentina y hasta el pacífico Uruguay ya relatan en sus libros de historia los avatares de sus guerrillas.

La uruguaya fue llamaba MLN-Tupamaros, a quienes coloquialmente se le conoce como los “tupas”. Las siglas significan Movimiento de Liberación Nacional. Pero eso fue en un tiempo pretérito, pues los otrora guerrilleros ahora son políticos formalmente institucionalizados en la coalición de izquierdas del Frente Amplio.

Ese es el partido del Pepe Mujica, el inconfundible y mítico expresidente tupamaro que tuvo cuatro encarcelamientos. El mismo que en 1971 escapó junto con otros rebeldes de su confinamiento al agujerear la tierra, cual topos, para huir de su presidio, una espectacular hazaña que le dio la vuelta al mundo.

Como en toda dictadura represiva, unos son encarcelados, otros asesinados y tantos otros tienen que iniciar el periplo de su exilio. Así ocurrió con una pareja de guerrilleros tupas. Ninguno de los dos sabía que eran miembros del movimiento hasta que coincidieron en su decisión de escapar. Encarcelamiento, tortura y persecución los obligaron a exiliarse en Suecia. Ella con tres hijos, él con dos. Como pareja habían procreado tres hijos más. Los diez partieron con pasaportes de refugiados emitidos por Acnur, en 1979. La operación Cóndor les pisaba los talones.

Del sur al norte: vida en Suecia y de cómo aparece Nicaragua

Para él la vida en Suecia le resultaba fastidiosamente fría y monótona, además de incierta y sin un futuro diáfano. No más se vivía el día. No tuvo cabeza para aprender el idioma, no soportaba, según cuenta, su aplastada vida política. Hasta la comodidad que los escandinavos le proveían le resultaba tediosa.

De esa manera pasaron los primeros seis meses de ese año, hasta que a mediados de julio corrió por el mundo la noticia del triunfo de los sandinistas en Nicaragua. Ese suceso revivió en él al gusanito de vivir un nuevo mundo. Solo que ahora ya no tenía que arriesgarse para hacer la revolución, sino que era posible participar en una. De modo que, el país centroamericano trocó en una mina con el oro que esculpiría al tan anhelado “hombre nuevo”. Evidentemente, él quería ser uno de sus ejemplares.

El acontecimiento de Nicaragua activó la filantropía del Comité de Solidaridad por Nicaragua Carlos Fonseca Amador (CSN-CFA). Esa organización le encomendó llevar a Nicaragua una dádiva a comienzos de 1981. Se trataba de la donación de unas máquinas industriales para la confección de calzado.

Llegó a Managua, una ciudad extraña por su forma horizontal, escombrosa y de calles retorcidas, con olor a sangre fresca y pólvora en los muros. Sin embargo, a los pocos días retornó a Estocolmo con el donativo, pues las autoridades nicaragüenses exigían el pago de impuestos para ingresar los artefactos.

Los suecos, por supuesto, no aceptaron tal aberración, y él, por su parte, pensó que tal política era algo escandalosa, tratándose de un regalo solidario. A pesar de su retorno al viejo norte, sus ansias por volver a Latinoamérica no mellaron. Y sin esperarlo, a la cuenta de unos pocos meses, fue contactado por una guerrillera tupa exiliada en México. Malena le llamó para invitarlo a sumarse al Ejército Guerrillero de los Pobres de Guatemala.

Aterrizó en Ciudad de México finalizando el año 81. Previo a su misión guerrillera, debía estudiar geografía e historia de ese país. También debía entrenarse en todo lo concerniente al operativo previsto.

Pero durante ese tiempo el Gobierno del golpista Ríos Montt logró desarticular a los insurgentes mediante la operación Sofía, en julio del año 82. Este fracaso lo obligó a refugiarse en Nicaragua temporalmente, plazo que duró toda una vida, pues nunca más se fue. Más bien retomó su anterior proyecto de formar parte de la revolución, cuestión que asumió con el debido entusiasmo que corresponde a un internacionalista.

Se incorporó a las milicias populares en Masaya. Durante un entrenamiento en el cerro Coyotepe conoció a una miliciana sandinista con quien se juntó definitivamente y procrearon cinco hijos.

Los lectores se preguntarán qué pasó con la otra mujer, la que se quedó en Suecia con ocho muchachos. Pues, sencillamente permanecieron en ese país hasta el retorno a la democracia en Uruguay en 1985. Entonces, al fin, pudieron regresar a Montevideo y no se vieron nunca más con él. Pero esa es historia de otro tenor para contarse en otro momento por los desdichados entreveros y vicisitudes que les ocurre a dichos personajes.

El Ministerio de Relaciones Exteriores en Montevideo

Sin perdernos en más vericuetos, los hijos nicaragüenses se hicieron adultos. La revolución hacía tiempo había terminado y ya el sandinismo había retornado al poder nuevamente, pero esta vez solo con Ortega y su consorte.

De pronto, de la noche a la mañana, el 18 de abril del 2018 irrumpe el castañetazo de una crisis sociopolítica de dimensiones aún inconmensurables que meses más tarde expulsaría de Nicaragua a estos vástagos. Es aquí donde el ciclo del exilio se repite, pero ahora a la inversa, padre e hijos exiliados, cada uno en su momento histórico. Uno lo fue en Suecia y Nicaragua, y los otros ahora en Uruguay de donde fue expulsado el padre.

El exilio dejó de ser referencia de una vieja historia

Hoy, dos generaciones atravesadas por el escarnio del exilio se atan a un mismo nervio irritado y sensitivo que palpita trémulo. Nuevamente los vínculos son desgarrados por la violencia política. Antaño, los padres se exiliaron por dictaduras militares de “derecha”, ahora los hijos huyen de dictaduras populistas de “izquierda”. Una doble ironía. Para los hijos, ese exilio que una vez vivieron sus padres, no era más que la “referencia de una vieja historia”, como dice el cantautor Carlos Mejía Godoy.

Pero la historia regresa de sorpresa, con giros inesperados y con vientos intempestivos que azotan las puertas ataviado de horrores. La incertidumbre de irse y no saber cuándo volver, y peor aún, si se logra regresar. Tampoco qué persona serás en una tierra que encontrarás distinta, cuántas heridas portaremos ya cicatrizadas en el alma, pero que serán el imperecedero estigma de un dolor imborrable.

Montevideo, Uruguay

Testimonios hay muchos de cómo el exilio cambia a las personas. Mario Benedetti ya no era el mismo cuando escribió su novela Andamios, un relato de ficción con ribetes autobiográficos sobre su exilio. Podríamos inferir a un Mario metamorfoseado que volvió a un Uruguay irreconocible para él.

Lo certero es que hay dos caminos que uno puede tomar a partir de estas experiencias. Está la indiferencia que soslaya el desconsuelo, cosa muy difícil de practicar, o la redención positiva del alma, la salvación de nuestra humanidad desde la pasión del dolor.

Los exiliados a veces no son ciudadanos

Los nuevos exiliados, es decir, lo jóvenes que ocupan estas líneas, partieron a Uruguay con el privilegio de tener la nacionalidad del padre por derecho. Eso supondría un mayor amparo por parte de sus receptores los Orientales, como también se les llama a los uruguayos. Pero como en todo, el derecho se interpreta según el prisma de los valores de cada sociedad. 

El trámite de nacionalización se inició desde la embajada en Managua para entrar sin mayores obstáculos a Montevideo. Les esperaba un nuevo inicio que ni por ingenuidad podía suponerse como fácil.

El más joven de los hermanos y penúltimo de los hijos de aquel exiliado, ingresó a la universidad. Puerilmente, dando por un hecho irrefutable que es uruguayo por Ius sanguinis se animó para aplicar a una beca y no ser una carga para sus hermanos.

Tras cumplimentar la solicitud, la resolución institucional fue que el chico no tenía derecho a la beca, pues resolvieron súbitamente que el estatus migratorio del párvulo era de “residente no legal”. ¿Cómo se puede ser ciudadano natural y a la vez residente no legal de un mismo país? Tal contradicción, tan desconcertante como humillante, lo empujó a escribir una querella ante relaciones exteriores, el embajador y la Comisión contra la Xenofobia y Discriminación.

Calle de Montevideo

La epístola discurría así: Por medio de la presente quiero hacer constar lo que considero un caso de DISCRIMINACIÓN por origen de nacimiento en el extranjero…”. Acusaron el recibido, hicieron un par de llamadas, enviaron algunos correos, pero al final del día, estas entidades resolvieron dar la razón a la institución becante.

No hubo careo, ni un acucioso proceso de investigación sobre la demanda. Quedó todo en silencio. Las instituciones se ahorraron unos pesos, aprovechándose de pequeños detalles administrativos. La interpretación de una funcionaria le arrebató la certidumbre de sentirse legítimo uruguayo. Aparentemente el precepto legal de lus soli pesó más que el derecho por Ius sanguini.  

Con semejante arrebato, a veces nace la pregunta sobre dónde se estaría mejor, si en el exilio o bajo la bota de una tiranía. De igual manera, es ineludible que cualquiera de las dos opciones provoque sufrimientos de toda laya. Como dice la académica argentina Nilda María Flawia en su ensayo Reflexiones sobre el exilio: “Podemos pues plantear el exilio como el espacio del vacío, del quiebre entre un pasado y un futuro, de una marginación, de un abandono”.

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*Víctor Rodríguez Oquel: nicaragüense, comunicador social y gestor cultural

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