El plebiscito sin urnas de los cubanos y cubanas

migrantes cubanos, emigración, leyes en Cuba, Río BravoCubanos cruzando el Río Bravo. Foto: captura de pantalla.

Por Julio Antonio Fernández Estrada (El Toque)

HAVANA TIMES – El plebiscito era la ley del concilio plebeyo durante la República romana antigua. Ley que llegó a tener carácter vinculante para toda la ciudadanía, incluida la de origen patricio. Los plebeyos que llegaron a ocupar todas las magistraturas hasta ser, uno de ellos, pontífice máximo de Roma. Los plebeyos que exigieron la escritura del Derecho y su conocimiento público y que lograron, mediante huelga política, tener un magistrado con poderes enormes: el tribuno de la plebe.

El plebiscito es la ley, entonces, directamente votada por el pueblo. De aquella ley del concilio de la plebe ha quedado hoy apenas una consulta popular con carácter vinculante, usada de forma extraordinaria por los poderes políticos modernos —tan reacios a la democracia y al espectáculo del pueblo que decide en asamblea—.

La etapa plebiscitaria espontánea de la Revolución cubana acabó hace mucho. Las consultas populares sin observancia de protocolos ni formalidades, en plazas, parques, teatros, no se practican, porque no eran resultado de un diseño jurídico y político de la participación ciudadana, sino de la capacidad de decisión del líder carismático que las realizaba cuando consideraba oportuno y provechoso.

Fidel creó —junto a enormes cantidades de personas— organizaciones de masas, principios políticos del funcionamiento del Estado, conceptos elevados después a dogmas e incluso consultas de posible revocación de sus cargos.

Pero, a la vez, el plebiscito como mecanismo político-jurídico de consulta vinculante en el que se pregunta al pueblo soberano —compuesto por ciudadanos y ciudadanas— sobre cuestiones esenciales de la nación no ha sido práctica ni preocupación jurídica.

El pueblo cubano, sin embargo, ha seguido manifestándose, de las muchas maneras que ha encontrado para hacer política, desde que entendió que no había espacios legales y seguros para expresar sus opiniones sobre cómo dirigir el Estado, sobre cómo administrar lo que se decía de todos, sobre cómo crear políticas útiles y justas.

Así, lo cubano es también, siempre ha sido, el choteo de todo lo humano y lo divino, no solo por asunción frívola de las dificultades, sino por reacción burlesca ante el desastre y la grosería de la Administración.

También es de cubanos hablar bajito de política, llamar con epítetos, casi homéricos, a los dirigentes políticos; en otros casos, aceptar con paroxismo y entusiasmo los dogmas, los lemas, los himnos triunfales, los discursos chovinistas sobre nuestra supuesta singularidad en casi todo.

El pueblo de Cuba nunca ha dejado de votar en plebiscitos a los que no son convocados, como cualquier soberano que se respete, e intenta escapar de la pobreza mediante artilugios, roba denodadamente los recursos de las empresas estatales, miente sobre su fidelidad política intachable en cuanta reunión se realice, habla en secreto con sus familiares en el exilio y huye al país que se ponga a tiro; prefiere los Estados Unidos, pero incluye en sus destinos, de ser menester, a Serbia o Ucrania, a Rusia o Uruguay.

En lo que va de año fiscal, el Gobierno de los Estados Unidos ha reconocido la entrada por la frontera con México de poco menos de 200 mil cubanos y cubanas, de todas las edades y orígenes sociales.

Es, otra vez, el pueblo cubano decidiendo en su particular plebiscito. Haciendo su ley donde no le han permitido hacer su vida. ¿O qué significa que familias enteras, con ancianos, niñas y niños, enfermos, se vayan en desfile espantoso a visitar Nicaragua como turistas para, en realidad, comenzar una travesía por tierra hasta la frontera norte de México?

¿Qué dice el pueblo de Cuba que se va después de vender sus pocas cosas atesoradas en vida, heredadas de sus antepasados?

También dicen, en plebiscito contundente y democrático, que no soportan más la vida en su país, en el que conocen y más aman, o al menos en el que han nacido y luchado hasta ahora.

La soberanía del pueblo no se expresa solamente en acciones positivas. No es solamente un acto soberano votar, elegir, designar, opinar, debatir, proponer. También es legítimo evitar que se afecte la soberanía, realizar actos que limiten las intenciones tiránicas o de destrucción de la república.

Existe el poder positivo directo del pueblo, esbozado arriba, pero también el indirecto, que se manifiesta en aquello que los representantes del pueblo hacen y dicen por él.

Además del poder positivo del pueblo, está el negativo, directo e indirecto. El directo ocurre cuando el pueblo actúa contra lo que limita su soberanía mediante desobediencia, huelga política, resistencia a la tiranía o exilio.

Las formas indirectas del poder negativo, sin embargo, han quedado en el glorioso pasado de los tribunos de la plebe; aquellos que podían vetar las decisiones impopulares, convocar al pueblo, auxiliarlo cuando fuera atacado o violentado.

Entonces, el acto popular de escapar de un orden político es un acto soberano de poder negativo, es una forma de frenar la opresión y de gritar sin palabras que es imposible ejercer la ciudadanía en un espacio político en el que se supone que las mayorías deben decidir democráticamente.

Son muchas las razones por las que las personas se van de Cuba. También es importante, entre ellas, la expresión política, lanzada en contundente plebiscito, sobre la imposibilidad de participación, sobre la imposibilidad de confiar en las instituciones políticas y económicas estatales; esas que tienen consigo la mayoría de las decisiones sobre nuestras vidas.

El mar, los ríos de América Central, la selva, las patrullas fronterizas son también las urnas de los cubanos y cubanas. Cientos de miles de nosotros votamos con nuestra huida. Decimos en plebiscito y con nuestra marcha hacia lo desconocido que no podemos más.

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