Los médicos en la guerra en Libia

Por Francesca Cicardi

HAVANA TIMES, 13 abril (IPS) — El médico Mohammad Buhaya no ha tenido días de descanso desde que el 17 de febrero estalló la rebelión en la nororiental ciudad libia de Bengasi, epicentro del alzamiento contra el régimen de Muammar Gadafi.

Sin preparación ni medios, el personal de salud en el este arriesga la vida, debatiéndose entre su deber profesional y humanitario y su inclinación revolucionaria.

Buhaya no puede olvidar el horror de los primeros días, cuando las tropas de Gadafi intentaron aplastar las revueltas en la ciudad, y el médico tuvo que tratar a heridos de bala y artillería pesada por primera vez en su vida.

“Era un desastre, no éramos suficientes médicos y estábamos traumatizados porque jamás habíamos visto cosas parecidas”, relató a IPS el joven cirujano de 27 años, en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Jala.

“La situación era muy difícil porque llegaban pacientes que eran nuestros vecinos, conocidos y familiares. Teníamos miedo de que el siguiente herido o muerto fuera nuestro hermano o nuestro primo”, recordó.

Además, había ataques de las fuerzas gubernamentales contra el hospital, y persecución y amenazas al personal, que continúan hoy, por parte de los Comités Revolucionarios, que agrupan a seguidores de Gadafi y se encargan de supervisar que los ciudadanos cumplan las normas del régimen.

Libia vive una virtual guerra civil que empezó días después de las manifestaciones prodemocráticas de mediados de febrero, cuando el gobierno la emprendió violentamente contra quienes protestaban, y los rebeldes tomaron el control de varias ciudades, en especial la estratégica Bengasi, segunda urbe después de Trípoli.

Desde el 19 de marzo, una coalición internacional encabezada por Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña bombardea objetivos militares libios, en cumplimiento de una resolución de las Naciones Unidas que autorizó tomar “todas las medidas necesarias” para proteger a la población desarmada de los ataques del gobierno.

“Este es mi trabajo, pero también es mi deber como ciudadano libio, porque es mi gente la que está muriendo”, dijo Buhaya. Como si fuera un amigo, reconforta a los familiares de los heridos que se acercan en busca de buenas noticias.

Ahora que la violencia está lejos de Bengasi, sólo los pacientes más graves llegan al hospital Jala para recibir tratamiento especial, después de haber sido estabilizados u operados de urgencia en la primera línea de batalla.

Ese es el trabajo de Suleiman Rifadi, médico responsable del hospital de Ajdabiya, situada unos 100 kilómetros al sur de Bengasi. Desde el comienzo de las hostilidades, éste es el principal centro para atender a los heridos del frente, situado en los últimos días casi a sus puertas.

El cirujano de mediana edad, con unos ojos negros tan profundos como las ojeras que los rodean, ya está acostumbrado a las explosiones de artillería a pocos metros del quirófano, aunque admite que no son las condiciones idóneas para operar.

“Es muy estresante, a veces sentimos auténtico terror”, explica con tranquilidad y resignación, después de haber vivido el asedio de tropas gubernamentales cuando éstas recuperaron el control de Ajdabiya a mediados de marzo, obligando al hospital a cerrar por falta de suministros, agua y luz.

Desde que retomó su actividad hace unas dos semanas, el centro ha sido evacuado en numerosas ocasiones: Rifadi y sus colaboradores ya se amoldaron a esta rutina, siguen el protocolo y mantienen la calma, a pesar de los misiles Grad que caen ya a pocos metros del hospital.

El personal sanitario espera hasta último momento para abandonar su puesto, hasta cuando las explosiones se sienten demasiado cerca y se ve y se huele el humo que provocan.

El ejército rebelde avisa que el enemigo está acercándose y no es seguro permanecer en el hospital, que ha sido atacado y suele estar custodiado por combatientes que se mezclan con el personal de salud, obligado en muchas ocasiones a empuñar un fusil Kalashnikov para garantizar su seguridad y la de sus pacientes.

Los médicos hacen también la guerra, luchando por desempeñar su labor y salvar vidas, las de los soldados de los dos bandos y las suyas propias.
“Somos profesionales, atendemos a todos los heridos sin distinción”, dijo a IPS el médico Hussein Barnawi, que trabaja como voluntario en la sociedad de la Media Luna Roja de Bengasi.

En esta entidad humanitaria se organizan los equipos sanitarios que van al frente, en colaboración con todos los hospitales de la denominada “Libia libre” que están ahora al servicio de la rebelión: todo el personal y medios sanitarios del oriente están dedicados a esta causa, humanitaria y a la vez política.

“Cuando estoy sobre el terreno soy un médico, pero cuando me quito la bata soy un revolucionario”, afirmó Barnawi, que ha trabajado en la clínica del puerto petrolero de Ras Lanuf sobre el mar Mediterráneo, evacuada, atacada y destruida en los combates.

Este cirujano con más de 10 años de experiencia se muestra impasible, y triste cuando enumera a los compañeros que ha perdido en este conflicto:
más de 10 murieron en el frente entre Ras Lanuf y Ajdabiya, y varios siguen desaparecidos.

Las ambulancias han sido atacadas por fuerzas gubernamentales y, en el último incidente, fueron alcanzadas por el “fuego amigo” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que asumió la conducción de la guerra aérea internacional contra Gadafi.

De hecho, el bombardeo de la OTAN mató a 10 civiles el 2 de abril en Brega, oriente del país, y a otros tantos el día 7, en un lugar situado entre esa ciudad y Ajdabiya.

Pero las iras se las llevan las tropas del gobierno, que “no respetan a nadie, ni siquiera cuando colocamos una bandera de la Cruz Roja en nuestros vehículos o junto al hospital de campaña”, dijo Barnawi, que asegura correr el mismo riesgo en el frente que en Bengasi, donde los Comités Revolucionarios incluyen en sus “listas negras” su nombre y los de otros médicos.

El martes, portavoces del Consejo Nacional de Transición que representa a los rebeldes, aseguraron que los ataques gubernamentales han causado 10.000 muertos desde que empezó el alzamiento el 17 de febrero. Hay además 20.000 desaparecidos y 30.000 heridos, según estas fuentes, imposibles de contrastar con datos independientes.

Husam El Mashry, coordinador de la Media Luna Roja en el este de Libia, admite que los trabajadores de la salud están actuando “sin experiencia, pero con mucho coraje”. Él mismo condujo a 46 de sus médicos hasta la noroccidental ciudad de Misurata, asediada desde hace semanas por tanques del gobierno y a la que se puede acceder sólo por mar.

Los médicos, cirujanos y ortopedistas necesarios para tratar a heridos de proyectiles y artillería pesada en Misurata, se colaron en la ciudad a través del puerto al que llegaron en pequeños barcos de pesca, arriesgando su vida ya en la travesía.

Los pacientes son atendidos en clínicas improvisadas, objetivo de cohetes Katiusha y del fuego de francotiradores. El personal sanitario fue el primero en atreverse a entrar a Misurata, a la que no pueden acceder ni la prensa ni las organizaciones internacionales.