Pedacitos de Montañas

Fotorreportaje por Caridad

HAVANA TIMES, 8 sep. — Aunque, como muchos de los que nacen en una isla o cerca del mar, me cuesta mucho sentirme bien sin tenerlo cerca; donde nací nunca se veía el mar.

Lo que tenía frente a mi casa era una de las pocas elevaciones montañosas que existen en ciudad de la habana.  Con 50 centímetros de estatura, o un metro, da igual; aquella pequeña colina era para mí un mundo verde lleno de misterios que siempre quise descubrir.

Una enorme piedra junto a un árbol de amplia copa; un poste eléctrico en desuso donde se posaban las auratiñosas, un ligero bullicio que de vez en cuando llegaba desde el otro lado de la “montaña,” todos me despertaban fantasías que en algún momento dejaron de serlo, cuando tuve unos centímetros más de estatura y me escapé para subir la colina.

Las mejores experiencias de mi vida las he tenido en la cima de una montaña.

Pero nunca he soportado vivir perennemente entre ellas, sin un resquicio de mar.  Porque a ese también lo conocí muy temprano, no había misterios por descubrir, me bastaba su amistad llena de sal y azul, su libertad intrínseca.

El horizonte es una línea mucho más lejana  en el mar que en las montañas. Es por eso que me agobian, me llaman, las amo, las odio, me encierran y me hacen volar.