Para qué sirve el verso
Verónica Vega
HAVANA TIMES — Uno de los sueños de todo escritor es lograr presentar un libro sin que la gente bostece, mire con disimulo el reloj o hasta maldiga en silencio el compromiso que lo obligó a asistir.
Si captar la atención y hasta la admiración de un público es ya un éxito, sin duda el poeta Antonio Salvador (de origen puertorriqueño pero cubano como cualquiera de nosotros), debería sentirse satisfecho.
La lectura de “Elán”, su volumen de poesía dedicado a la memoria de Rafael Alberti, cohabitó con casi todas las formas de arte: música (que incluía trova, black metal, hip hop, percusión, canto lírico…), danza, pintura, cerámica, tatuaje.
Era la primera vez que yo pisaba la casa Gaia, ubicada en la Habana Vieja, un inmueble de singular atractivo y dimensiones, sede de interesantes propuestas alternativas. Qué pena la limitada difusión, que privó a mucha gente del suceso, o el precio de las entradas: 50 CUP!
Producido por Miriam Real, Susana Fernández, Ivia Pérez y Adolfo (Fito) Cabrera, bajo la dirección musical de David Escalona, fue literalmente un “Concierto Poético”. Aunque los dos jóvenes bailarines no estuvieron a la altura del resto del espectáculo, el logrado empaste de versos y canciones nos adentró en una dimensión insospechada, la palpable cosmogonía del autor: sueños, entelequias, tristezas.
Uno de los momentos más emotivos llegó con el poema “Tábula Rasa”, inspirado en el taller de la Casa de la Cultura de Alamar donde el grupo OMNIZONAFRANCA tuvo su refugio por más de diez años hasta que fue expulsado por orden del viceministro de cultura, Fernando Rojas, quien también estaba invitado al evento, pero no asistió.
Y dijo Antonio Salvador:
¿Qué harán con las paredes?
¿Con los versos que allí habitan, qué harán? (…)
Será que hay muerte… que sí la hay,
que mueren las cosas y los sitios y las gentes (…) –que lo que fueron se va lejos,
se marcha se ausenta, muere, será que muere la memoria?
También fue especial compartir: “Los niños se han reunido en la loma florecida…” cuando cantantes, poeta y público entonamos al unísono: “Barquito de papel…”
Excepto las palabras preliminares de la anfitriona, Esther Cardoso, no hubo presentador, y la poesía era protagonista y enlace.
Junto a la voz del bardo los textos podían ser seguidos en una pantalla y el público era testigo y cómplice de un ahora íntimo, salpicado por momentos de feroz percusión, o alegre ritmo, o un rapto de nostalgia materializado en una voz a capella. Como si hubiéramos entrado al subconsciente del autor.
Una experiencia extraordinaria que ojala intenten otros cultivadores de la literatura.
Porque la integración del arte está ocurriendo, de manera natural e inevitable. Porque no siempre se necesitan grandes recursos para emprender un viaje inolvidable. Porque en estos tiempos en que se ha recrudecido la velocidad del pensamiento y la tecnología parece haber desplazado al verso, es posible demostrar que la palabra sigue siendo la raíz, el verbo, poseedora de un poder que cala en el alma y en la memoria.
Y así respondo a la pregunta del propio Antonio Salvador:
Desdichada fabricación del verso, ¿para qué sirves?