Mi abuela

Foto: Claudia Camila

Por Pedro Pablo Morejón

HAVANA TIMES – Siento una fiebre mortal y el cuerpo apenas me responde. Los huesos y las articulaciones duelen. Tanta debilidad me impide levantarme de la cama.

Mi abuela entra y me pone paños húmedos sobre la frente, acaricia mi cabeza y me hace beber un brebaje que sabe agradable y de repente mis fuerzas regresan y estoy sano, listo para salir a correr pero no lo hago, solo me quedo para contemplarla.

Soy un niño que advierte estar soñando y tengo deseos de llorar al comprender que es un sueño, que hace mucho me convertí en adulto y no está, se fue hacia la eternidad y ahora es solo un recuerdo en el corazón.

Despierto lentamente hasta que logro salir del aturdimiento y entrar a la realidad del presente, como otras tantas veces que la he soñado en todos estos años.

Como quisiera tenerla viva y que descubra al hombre en que me he convertido. Solo tenía 20 años cuando murió y desde entonces no pasa un día en que no la recuerde aunque a nadie le diga.

No conservo tan siquiera una fotografía de antaño pero en algún rincón de mi memoria existe la mejor galería de imágenes y videos.

Puedo observarla aquella mañana hirviendo las sábanas en un caldero grande sobre brasas de leña mientras me regaña por subirme a la mata de canistel .

La recuerdo educándome a su modo:

“Da los buenos días y les preguntas cómo se sienten para que vean que eres un niño educado” .

“Cree en Dios pero no se lo digas a nadie en la escuela si te preguntan, ni a tus amiguitos, pero después le pides perdón y Él te perdonará ” .

“No digas malas palabras ni te escribas la piel con lapicero, eso no es de personas decentes”.

La recuerdo en aquellos viajes al poblado de Alonso de Rojas en pleno “período especial”, un tiempo tan difícil como este o como casi todos.

En la mesa jamás faltó un plato de comida. Se las arreglaba para ir a La Habana, comprar artículos de cualquier tipo, cargarlos con su cuerpo enfermo y canjearlos por arroz, frijoles, cualquier alimento.

Yo regresaba del pase de la beca y el sábado temprano me levantaba junto a ella para ayudarla y cargar jabas sobre mis hombros quinceañeros. No me gustaba madrugar ni viajar a ese pueblo horrible a 30 km al sur de Consolación, sin apenas transporte pero aunque ella no quería, mi amor superaba cualquier sacrificio y me imponía a conciencia sobre su voluntad y la acompañaba y soportaba lo que para un adolescente supone salir con una abuela que camina lento y habla demasiado con cualquier desconocido.

Que a veces, con total ingenuidad o desinterés por la opinión ajena me soltaba perlas como: “Es que mi nieto no sabe, somos de Pinar del Río”, como sucedió aquel día en que la acompañé a La Habana y pensé que debíamos bajarnos en cierta parada. Ja, ja ,ja, que vergüenza.

La recuerdo cuando llegaba fugado del servicio militar y me regañaba un poco para protegerme y yo muerto del hambre y ella enseguida levantándose  a cocinar para su nieto y rematar el banquete con una buena limonada de las que sabía hacer.

Después me reclinaba con ella en su cama para acariciar sus canas prematuras que después de los 50 se negó a disimular.

La descubro reuniendo peso a peso para una tarde sorprenderme con que “ya tengo el dinero para comprarte la ropa y los zapatos que tú quieres”.

Se refería a los famosos pantalones “nevados o singaros”, la “camisa bacteria” y un par de tenis, que en el año 1992 era tener tremenda “coba”, la moda de la juventud de entonces. No poseerlo era delatarse como un muerto de hambre. Yo no tenía nada de eso y a ella le partía el alma, lo sé.

La recuerdo sufrida, de servir a los demás y paradójicamente ocultar sus dolores que eran demasiados.

Perder un bebé después de seis meses de nacido, sufrir el accidente de mi tío quien solo contaba 19 años y verlo sin esperanzas sobre un sillón de ruedas, otro hijo que se marchó en 1969 y al que dejó de ver para siempre.

Y más adversidades, demasiadas para un corazón enfermo que no menoscabaron su espíritu de mujer luchadora y decente.

Una dama respetable y fina, mujer de un solo hombre. Mujer unicornio por la que siempre sentiré amor, admiración y orgullo, mi vieja que no me abandona ni en sueños.

Por eso mi hija lleva su nombre.  

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Pedro Morejón

Soy un hombre que lucha por sus metas, que asume las consecuencias de sus actos, que no se detiene ante los obstáculos. Podría decir que la adversidad siempre ha sido una compañera inseparable, nunca he tenido nada fácil, pero en algún sentido ha beneficiado mi carácter. Valoro aquello que está en desuso, como la honestidad, la justicia, el honor. Durante mucho tiempo estuve atado a ideas y falsos paradigmas que me sofocaban, pero poco a poco logré liberarme y crecer por mí mismo. Hoy soy el que dicta mi moral, y defiendo mi libertad contra viento y marea. Y esa libertad también la construyo escribiendo, porque ser escritor me define.

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5 thoughts on “Mi abuela

  • Tristemente hermoso. “Honrar Honra”, como dijera el más grande los cubanos.

  • Bonito testimonio cuánta nostalgia por nuestros seres queridos, que recordaremos por siempre.

  • Muy bueno, pero me parece que olvidaste algo muy importante. ¿Cual era su nombre?

  • lindo.

  • Conmovedora semblanza de tu amada abuela. Los abuelos son nuestros segundos padres. Ella ayudó a forjarte y tu eres un hombre mejor. Me encantan estos diarios. Yo escribí de mis padres también. Cómo extrañamos a nuestros seres queridos. Gracias por el texto.

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