El mundo en blanco y negro
Por Veronica Vega
HAVANA TIMES – En la Cuba de los 70 no había videocaseteras, computadoras, ni grabadoras… Cada momento era irreversible, como en la vida.
Mis hermanas y yo veíamos los muñequitos en un pasillo, asomadas a la puerta de una vecina. Gracias a que en ese tiempo era un lujo también tener ventilador, muchas puertas permanecían abiertas para que circulara el aire. Cuando ya nos dolían las piernas de estar de pie, la dueña de la casa notaba nuestra presencia y nos permitía pasar. Murmurábamos las gracias y nos acomodábamos sobre el suelo. Poder ver sentadas un dibujo animado incluso en blanco y negro ¡oh, eso era la felicidad!
Recuerdo que cuando vi por fin en el cine «Romeo y Julieta», de Zeffirelli, sentí una emoción que no esperaba: casi de decepción. Como si los colores despojaran la imagen de algo muy esencial.
Y esta sensación extraña, de haber sido timada, la experimenté también al visitar Estados Unidos en 2019 y reencontrarme con familiares que no veía por décadas.
¿Es esto todo? Me preguntaba. ¿Tanto esperar, imaginar, creerlo inalcanzable, y ahora estar sentados, compartiendo un almuerzo, todas las figuras que solo conocía por fotos, más envejecidas?
No, debió pasar antes, mucho antes. Tal vez en el 80, cuando a mi padre le dieron la falsa noticia de que habíamos llegado con los marielitos, y nos buscaba desesperadamente.
Pero, qué tiene el poder de descolocar así los acontecimientos. ¿El karma, el destino, un gobierno?
Qué hace que un país entero se pierda el progreso ganado por los siglos: ver todo en blanco y negro, no escuchar la voz de un padre sino siete años después, desde una cabina pública en un hotel.
El mundo tras el horizonte, con su vértigo y sus luces, nos estaba prohibido.
Ahora, que tengo un celular con datos móviles y gracias a las recargas de familiares y amigos fuera de Cuba, puedo navegar por YouTube, descubro cuánto me perdí: estrenos de películas, entrevistas a actores, chismes, escándalos, sucesos políticos…
Mientras todo eso pasaba mis hermanas y yo crecíamos a salvo, en la justeza de lo básico. La ropa salía de la máquina de coser de mi madre. Los juguetes eran asignados una vez al año, gracias a un sorteo que nunca nos favoreció. Pero conjurábamos la fatalidad haciendo muñecas de trapo y muebles con cajas de fósforos.
La creatividad era hermosa, sí, pero por qué las ausencias definitivas (impuestas así desde los formularios de inmigración); por qué el silencio sólo roto por cartas o postales ¡que tardaban meses!, por qué los desgarros.
Si había aviones, y barcos, y telefonía internacional, ya antes de 1959.
La diferencia crucial entre La Habana y Miami la percibí de un golpe cuando, desde un auto y atravesando Coral Gables, vi embarcaciones estacionadas en muchos jardines, como un medio de transporte más. No es un delito tener un bote, un yate, un barco. No hay que idealizar tampoco las variantes de libertad que concede el mundo, porque nada es gratis. Y cada una contiene su dosis de hastío.
Suena el teléfono y respondo a la videollamada de mi hermana, que hace dos meses logró llegar a tierra americana cruzando fronteras. Me muestra las calles de Las Vegas y la siento más cerca que cuando vivía aquí mismo y no nos visitábamos por la eterna insuficiencia del transporte público.
Chateo con mi prima y me cuenta de cuando conoció a mi papá en New Jersey, por los 90. No le digo nada, pero siento envidia de ese hombre vital, todavía joven que era entonces mi padre. De aquella ciudad que imaginé obsesivamente a través de las fotos, y trataba de completar con las películas.
Del sistema prodigioso y fértil, que se fue perdiendo (me dicen amigos que viven allá), porque “el sueño americano se ha ido convirtiendo en pesadilla…”.
Y entonces, ¿qué perdimos nosotros?
Forzados a aceptar un estatismo asfixiante, cualquier forma de progreso sigue deslumbrándonos.
El éxodo se ha convertido en una estampida demencial. La gente vende sus casas con todo adentro: muebles, equipos electrodomésticos, cocinas todavía tibias por la última comida. Camas con el calor de los últimos afectos. O de los últimos conflictos. Risas y llantos reverberando en el ambiente. Hay que ser selectivos, prácticos: para un viaje clandestino sólo puedes cargar lo que cabe en una mochila.
Cuando era niña miraba los muñequitos rusos, junto a mis hermanas, desde un pasillo. Entonces las cosas se atesoraban: un televisor en blanco y negro; un refrigerador o un carro americano que vencían impasibles la prueba del tiempo. Se atesoraba el momento de una canción, de una película que sabíamos irreversibles, como la vida.
No sabíamos nada. Solamente confiábamos en que de alguna forma la distancia y el dolor se desvanecerían. La niebla del futuro se puede modificar una y otra vez con la imaginación. Hasta que nos asalta y se muestra tan simple, tan directa, de una realidad casi violenta.
Por eso sé que cuando llegue a Cuba una prosperidad arrasadora, (todo lo que todavía miles de cubanos buscan con la emigración), no será como un sueño. No será en cámara lenta, entre chispas doradas y la sensación de estar flotando. El estupor y el júbilo de los reencuentros durarán poco. Luego será natural, parte del entorno y de la rutina. Como la lluvia. Como el oxígeno. Como el cansancio.
Como si nunca hubiera sido diferente.
Gracias por el post. Muy bonito y que atañe a todos; a los de dentro y a los de “afuera”
Quien puede ser mágicamente espejo para los demás es calidoscopicamente cristalina y pura como la nieve que intrínsecamente contiene mandalas únicos que jamás imaginamos que podrían estar adentro de esos átomos fríos e incoloros. Ese espejo que nos ofrece Veronica Vega en su obra literaria nos permite recrear el pasado una vez más, ese que ya jamás volverá.
Hermoso y nostálgico este diario, que habla de las carencias del pasado, pero donde había inocencia y amor, la familia era feliz. Siempre queremos rescatar lo bueno que tuvimos. Lo de ahora no se puede comparar, porque a pesar de tener internet y más información, estamos más separados que nunca.
Toda la culpa esta encerrada en una Piedra un ser de maldad infinita cuyo ego hundio una nacion. Hay q tirarlo al mar y desaparecerlo d los libros de historia.