En el ojo del huracán Ian
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Es domingo, día de las famosas votaciones para aprobar el llamado Código de las Familias. Digo para aprobar porque es puro trámite, parte de una escena teatral con su guión escrito.
A unos pocos cientos de kilómetros se aproxima un ciclón. La mayoría de los modelos de pronósticos llevan días anunciando que este fenómeno, ahora convertido en huracán, pasará por algún punto del occidente de Cuba. Ahora se sabe que Pinar del Río será el lugar escogido por este viajero indeseable.
Sin embargo, las autoridades locales se encuentran tan ocupadas con la logística de esta caricatura de referéndum que pocas medidas se están tomando para minimizar los daños.
Intento proteger mi casita. Aseguro como puedo el techo de fibra que es la parte más vulnerable, un vecino me ayuda a podar mis matas de aguacate, dejo mi tanque elevado bien lleno de agua y refuerzo algunas ventanas.
Cómo es lógico no se sabe por cuál lugar de la provincia pasará su centro, pero es obvio que algún tipo de impacto dejará.
El lunes estoy en la ciudad y por lo que se sabe Ian, como se le ha nombrado, debe penetrar en la madrugada del martes. A partir de las 12 del mediodía los centros laborales permiten que la gente se vaya para sus casas.
Mi mujer desea que me quede y entre la comodidad y el saber que ya nada más puedo hacer para proteger mi casa decido el camino más fácil.
Desde el atardecer el cielo está nublado. Cuando anochece se registran fuertes vientos de tormenta tropical en la Isla de Pinos según el parte del Instituto de Meteorología, a pesar que la Isla no está siendo impactada directamente por el huracán.
Son las 11 de la noche y ya se sienten fuertes vientos. Han cortado el fluido eléctrico. Consultamos vía internet la posición de Ian y este se encuentra muy cerca, al sur de Pinar del Río. Ha continuado intensificándose, ya alcanza categoría 2 y se calcula que tocara tierra cubana convertido en huracán categoría 3, cuyo centro debe penetrar en algún punto entre la Coloma y Playa Boca de Galafre.
Posee un área de gran intensidad que afectará a toda la provincia, incluso se podrán sentir vientos de tormenta tropical en partes de La Habana, Artemisa y Mayabeque.
Llega la 1:00 de la madrugada. Estamos muy seguros, podríamos decir que en un bunker, pero ya los vientos son tan intensos que desde afuera el sonido que se escucha es infernal. Se siente cómo los objetos caen sobre la calle y viviendas contiguas causando ruidos espantosos.
Las informaciones son algo contradictorias, primero que acaba de penetrar por el poblado pesquero de La Coloma y después que lo hizo en un punto entre playa Las Canas y Punta Salinas. Lo cierto que es que el ojo posee un diámetro de 42 kilómetros de extensión.
Como dije el sonido del viento es infernal, como un tren supersónico y ruidoso que destroza a su paso todo lo que encuentra.
Ella se sobresalta con el sonido de cada objeto que se precipita contra otro, ya sea un techo, la calle, una pared. Yo no tengo miedo, soy más racional, solo una angustia cada vez más creciente.
Deseo estar en mi casa, saber de primera mano su destino. No ceso de torturarme con pensamientos recurrentes en forma de reproches y preguntas. “No debí quedarme, tenía que estar ahí”. “Ahora no sé lo que está sucediendo”. “¿Cómo me voy mañana si de seguro no habrá nada en qué moverse?”. “Si el techo vuela se me mojará todo y se echará a perder lo poco que tengo”.
Me queda un débil rayo de esperanzas. “No te tortures, quizás la casita se queda intacta, tiene muchas al lado que las protegen, el techo no es alto, quizás los vientos allí sean de tormenta tropical y resista”.
Pero la angustia no cesa porque siendo objetivo, es poco probable en medio de la realidad. Es cerca de las 5:00 de la madrugada y el viento no ha cesado de machacar los oídos y lo peor, las propiedades exiguas de todos, o casi todos.
Solo deseo el fin de esta agonía y que amanezca y poder salir y llegar y constatar lo que ahora no sé. No he tenido el valor de llamar a mi vecina para que me diga. Es seguro que a esta hora nadie ha dormido en todo Pinar del Río, aunque todavía es oscuro y no podría salir, menos informarme si he tenido daños y cuáles.
Lo cierto es que mi angustia se crece y aunque en apariencia parezco sereno supongo que mi cortisol en sangre alcanza niveles insospechados. En esta noche larga como el infierno me he levantado a orinar cada 10 minutos.
Se escucha por los partes radiales que está próximo a salir por un punto entre Santa Lucía y Puerto Esperanza. Los vientos más intensos se reportan desde San Juan y Martínez, ubicado a poco más de 20 kilómetros al oeste de la ciudad de Pinar del Río. Allí han alcanzado los 208 kilómetros por hora. También que el ojo ha pasado por San Luis, otro municipio a semejante distancia y latitud.
Son las 7:00 de la mañana y la fuerza de los vientos comienza a ceder, aunque aún todo se ve oscuro. Me levanto, comienzo a vestirme. Mi único pensamiento es salir rumbo a casa, enfrentar lo peor, pero estar allí para sentirme mejor y acabar con la tortura de esta incertidumbre, porque como leí de un gran genio del ajedrez “La amenaza es más fuerte que la ejecución”.
El viento cesa y solo cae una llovizna leve que hace pensar que al fin acabó la prueba, a pesar que ahora viene lo peor, enfrentar las consecuencias. Los vecinos salen para quejarse o averiguar cómo les fue a los demás. Otros buscan y preguntan sobre planchas de zinc, tanques… cosas que perdieron.
“Verás que tu casa está bien”- ella intenta consolarme con esa frase sin fundamento al percibir mi preocupación. Mientras me he preparado como un estoico, para lo peor. No creo en el pensamiento mágico de muchos que rezan a Dios, San Lázaro o La Virgen de La Caridad, patrona de Cuba, cuando al parecer, sobre todo esta última señorita, nos abandonó a los cubanos hace tiempo, con el perdón de los creyentes.
En fin, no creo en güijes ni horóscopos ni cuentos de hadas, y me preparo para lo peor. Me despido con un abrazo y voy la calle.
La desolación se siente donde quiera. Parece que la ciudad fue machacada con un buldócer. Las calles llenas de basura, restos, escombros, postes, cables y árboles caídos. La mitad de las viviendas con cubierta ligera presentan algún daño. El cielo gris, las pocas personas que comienzan a salir exhiben su tristeza.
La angustia que siento me oprime el pecho hasta el punto de que me dan deseos de llorar de ver tanta desolación y por la incertidumbre de no saber lo que me voy a encontrar cuando llegue a casa. No tengo valor para llamar a mi vecina y que me informe, al hacerlo confirmo por segunda vez que los teléfonos móviles no funcionan al igual que los fijos, es la incomunicación total.
De repente, una ráfaga de aire cargada de agua, venida de no sé dónde, se apodera de la calle. En un minuto la fuerza de los vientos se hace descomunal, semejante a lo que escuché por la madrugada. ¿No era que el ojo había pasado por San Luís como leí en Cubadebate? ¿No era que ya había salido por Puerto Esperanza? Pues No. Al parecer parte de ese ojo está cruzando ahora la ciudad y nos ha tomado por sorpresa.
Me refugio tras las columnas del pasillo del Museo de Historia Natural. Las ráfagas de vientos son temibles. Estoy mojado desde la cabeza a los pies. Siento frío, miedo, tristeza, angustia, incertidumbre. Una mezcla de sensaciones que no se pueden describir. Mientras veo que al parecer la película de terror reinicia su segunda parte adquiero plena noción de la realidad del momento presente. Estoy en el mismo ojo del huracán. Sin más protección que unas columnas.
Me tiro al piso con la sensación de estar totalmente desposeído, solo me queda mi propia alma que por un instante me hace sentir que estoy vivo.
Observo volar entre la niebla blanca del paisaje los trozos de cartón, zinc y otros materiales. Veo dos árboles, a unos 25 metros de donde me encuentro, cuando son desarraigados junto al trozo de la acera que cubría su tronco bajo. Ahí permanezco hasta que poco después de las 10.00 de la mañana empieza a menguar. Han sido poco más de dos horas que parecieron tan eternas como la madrugada precedente.
De mi casa ya no albergo la mínima esperanza. Es imposible que su techo de cubierta ligera haya resistido. Solo doy gracias a Dios por estar vivo. Sí a Dios, o lo que sea que exista.
Intento salir a la autopista por la zona del hotel y la Universidad. Los árboles bloquean las calles, es en vano. Giro y atravieso el reparto Carlos Manuel. Es dantesco todo lo que mis ojos perciben. Solo resumir que abundan las casas dañadas y la expresión de la gente resume tristeza y desesperanza.
Un señor me comenta que a su hija, que vive en el piso 11 de uno de los edificios de 12 plantas del Calero, el ciclón le destrozó todas las ventanas. Nos vamos conversando mientras la lluvia cae. Estoy todo mojado, mis botas son un charco y nada me importa, solo deseo caminar los cuatro kilómetros que por esa vía me separan de la autopista. Quiero llegar a mi casa, solo eso.
Las personas que nos encontramos solo repiten una frase “Esto acabó con todo”. El río Guamá casi desbordado, el pequeño bosque que lo rodea antes de llegar a los edificios está destruido, la mayoría de los árboles partidos o derribados. Los edificios presentan una mejor cara a pesar que algunas ventanas están dañadas y varios tanques de fibrocemento fueron derribados por la fuerza del huracán.
Los pocos autos que ya se atreven a circular zigzaguean sobre el amplio vial Colón para evadir las obstrucciones causadas por los árboles y postes eléctricos, muchas veces invadiendo la vía contraria.
Llego a la autopista y por suerte no demoro muchos minutos. Me recoge un auto. Durante el viaje observamos la vegetación destruida, las viviendas de cubierta ligera en su mayoría sin techos y las casas de tabaco todas desplomadas.
Mi pensamiento cada vez es más estoico. Estoy preparado para lo peor, solo deseo terminar esta incertidumbre. Cuando llego al puente es cerca del mediodía. La vegetación arruinada permite ver de un modo bien nítido la entrada del pueblo que se sitúa a solo 400 metros.
La lluvia continúa, esta vez más intensa. No puedo usar el paraguas, el viento lo desbarataría. No importa, solo quiero llegar. Me he preparado para lo peor. Hay muchos destrozos, sobre todo viviendas sin techo. Ya se observa mi casa a la distancia. El techo parece intacto. “No te confíes, algo se jodió y no será leve”-me repito. Quiero estar preparado, no sufrir desilusión a pesar de ese rayo pequeño y egoísta de esperanza.
Recibo un sms, al parecer ya la conexión móvil se restableció. Es mi mujer que se ha quedado muy preocupada desde que salí. Le hago saber que estoy vivo, pero aún no llego a casa. Llamo a la mamá de mi hija. Todo bien, no sufrieron daños. Respiro con más alivio. En cada paso que doy la esperanza pugna por instalarse y no quiero darle cabida y que me vuelva débil. Hay que pensar en lo peor.
Ya estoy ante mi casa. El frente bien, el techo sobre la estructura. Introduzco la llave, giro el yale, se abre la puerta y…solo 3 pequeños agujeros en el techo. Al parecer por impactos de objetos voladores no identificados. La mata de aguacates derribada, por suerte no cayó sobre mi casa ni las de los vecinos, en este momento un aguacate no es importante. Los agujeros del techo los resuelvo esta tarde con unas fibras que me sobran, las pego con cemento y asunto resuelto.
Es el fin de esta angustia en lo que ha sido una de las horas más largas y oscuras de mi vida.
Comprendo la angustia de perder lo poco que se tiene. Antes habían radios con baterías para mantenerse informado, ahora nada de nada, un país de mierda gobernado por tiranos indolentes.