Apagones implacables
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Este fin de semana, cuando llego a casa, encuentro que hay corriente, aunque nunca puedes estar tranquilo. El apagón llega como ladrón en la noche, cuando menos lo esperas.
Y en efecto, poco después de las diez de la noche, justo en el momento en que me voy a acostar hace su entrada inoportuna. Todo se vuelve oscuridad. Intento conciliar el sueño aplicando cuanta técnica leí no recuerdo dónde.
Por último, pruebo, contra el deseo de mi mente, una pequeña porción de agua con azúcar. Dicen que es eficaz antes de dormir. Mientras bebo, evoco los tiempos del pre y el servicio militar cuando un agua con azúcar, al que llamábamos “milordo” se había convertido para nosotros en el refresco de los dioses, la coca cola de nuestra miseria. Ahora debe ser igual para muchos.
Sin embargo, nada funciona y el calor ataca sin compasión. No tengo un termómetro para medir la temperatura ambiental, pero la siento como si hubiera 30 grados Celsius. Las gotas de sudor inundan mi cuerpo y decido ducharme. Por suerte tengo agua.
El alivio es indescriptible. Disfruto la sensación de los chorros sobre mi piel y deseo permanecer así, con los ojos cerrados hasta secar el tanque. No sé cuantos minutos me mantengo bajo la ducha.
Salgo del baño rumbo a la pequeña terraza para secarme con el aire, pero al parecer no se mueve ni una hoja. Al rato regreso a la cama caliente y la sensación de calor se reinstala. Desde afuera se escucha el sonido de las voces del vecindario que no puede acostarse en medio del apagón, también el llanto de algún niño pequeño.
Abro la persiana en vano. Al parecer solo consigo empeorar la situación. Los mosquitos hacen notar su presencia a través de zumbidos que molestan tanto como sus picaduras. A esta hora mi cuerpo es un bote asediado que navega sobre un charco de sudor.
Esta vez no me queda otra que levantarme, salir al portal y reunirme con los vecinos que esperan. Parece ser la noche más calurosa del año. Al rato regresa la corriente seguida por el jolgorio.
La piel es un pegoste. Vuelvo a pasar por la ducha, apenas me seco, salgo del baño, miró el reloj que marca cerca de las tres de la madrugada, pongo el ventilador y me dejo caer exhausto sobre la sábana aún sudada pero ya sin sueño, con esta ira reprimida.
A veces soy un volcán impasible a punto de reventar.