La relación amor-odio de los cubanos por el chícharo

Por Nike

HAVANA TIMES – En Cuba al chícharo se le considera uno de los alimentos más completos que existen. Tiene la fama de ser el grano que más proteína posee y es considerado el rey de las legumbres. 

Yo no lo creo así. No voy a negar sus propiedades, pero me he dedicado a estudiarlo y existen otros que lo superan y son más sabrosos. Pienso que su fama entre nosotros se debe a una relación de amor y odio impuesta por su obligado consumo.

En la década de 1970, cuando era una niña, el chícharo era la única leguminosa que daban por la libreta de abastecimiento. En mi casa se preparaban casi todos los días y en las ocasiones que no se hacían, su olor, proveniente de la casa de los vecinos, invadía la nuestra.

Eso hacía más viva la impresión de que aun sin haberlos comido un día o dos yo le pedía a mi mama que no los cocinara. En esas ocasiones me sorprendía la misma respuesta: “Hace tres días no comemos chícharos”, decía ella.

Tengo la imagen de mi mamá colando los granos amarillos con un batidor de mano para que pudiéramos comerlo mejor, mientras las paredes de la cocina se llenaban de puré y ella también.

Haciendo el puré de San Germán

Ese plato se conoce en Cuba con el nombre de puré de San German. Siempre he pensado que si ese santo se entera que los cubanos dimos su nombre al puré de chícharo estaría orgulloso. Tal vez no tanto si oyera las maldiciones que mi madre decía en voz baja cada vez que aplastaba el dichoso guisante.

En Cuba se conocen dos variedades de chícharos. El amarillo, que además de ser el que más abunda y se consume, es el preferido por las palomas. A la otra variedad se le dice verde picadito.

El verde es el que más les gusta a las personas y el más difícil de encontrar. En estos momentos los “verdes picaditos” se venden en las tiendas en dólares y su precio en la calle es de 125 pesos cubanos el paquete de una libra (más de $5 al cambio oficial). El amarillo viene todos los meses a la bodega, aunque sea en poca cantidad.

Antes mencioné la relación amor-odio de los cubanos por el chícharo. Yo no entiendo la primera parte de esa relación, en lo que a mí respecta me identifico más con la segunda, y si de mí dependiera no los comería más nunca en mi vida. Sin embargo, a mi familia les gusta y con mucho placer los cocino para ellos. Por suerte para el santo yo tengo batidora, de lo contrario mis hijos no se enterarían que el puré que les hago tiene el nombre de uno.

Tengo una amiga cubana que vive en España y siempre que viene a Cuba compra varias libras para llevarse. Lo curioso es que prefiere el amarillo de la bodega. Dice que le gustan mucho.

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Yo lo interpreto como un trauma de la infancia o una de esas añoranzas de las que no pueden separarse los cubanos, aunque vivan en otros países y puedan comer lo que deseen. En mi opinión, la añoranza es uno de los sentimientos más raros que poseemos los seres humanos.

De mi relación con el chícharo les cuento que durante el periodo infernal que aquí llaman “especial” –por cierto, si a la crisis de los noventa se le llamó especial, qué nombre llevará la actual-, un día de aquella crisis yo cocinaba chícharos amarillos. En aquel momento no tenía gas y usaba una cocina de luz brillante, cuando de pronto siento una explosión.

Para salvarme, me lancé de la cocina hasta la sala como si me tirara en una piscina y caí delante de mis hijos, que entonces eran pequeños y estaban viendo muñequitos.

La explosión provino de la olla donde había puesto a ablandar los chícharos para después convertirlos en el puré con nombre de santo. Los dichosos granos se habían pegado al techo de la cocina y el comedor, y por todas partes llovían cáscaras amarillas. Mi hijo mayor suele comparar mi salto con los de Sandokan.

Puré de San Germán

Hace una semana celebramos el cumpleaños de mi hermana menor y entre los regalos que recibió estuvo el de una vecina que le dio una cazuela de chícharos recién cocinados. Yo estaba sentada en la sala y apenas la vecina entró con la vasija supe lo que contenía. Inmediatamente lo confirmé con la alegría que se produjo en la cocina.

Es verdad que por tratarse de un regalo, llevaba casi todos los ingredientes indispensables en un buen potaje, por ejemplo, malanga, calabaza y unos trocitos de beicon que flotaban como salvavidas del Titanic sobre la superficie densa y amarilla de la cazuela. Desde mi silencio recordé los años hermosos de mi niñez empañados por un perenne olor a chícharos.

Todas las crisis en Cuba pueden medirse por el consumo de chícharos.

En estos instantes, mientras escribo, escucho el aullido feroz de la olla de presión e imagino como en su interior bullen los granos amarillos y me preparo. Creo que mientras viva en Cuba no podré renunciar a cocinar chícharos, aunque les tenga miedo y no los coma. Hijos míos los amo.

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Nike

Nací en La Habana, Cuba. Toda mi vida he tenido al mar como paisaje; me gusta estar cerca de él, sentir su brisa, su olor, tanto como sumergirme y nadar y disfrutar las maravillas que nos regala. Gracias a la habilidad manual que heredé de mis padres he podido vivir de la artesanía. Trabajo fundamentalmente el papier-mâché, haciendo títeres para los niños. Escribo para Havana Times por la posibilidad de compartir con el mundo la vida de mi país y mi gente.

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2 thoughts on “La relación amor-odio de los cubanos por el chícharo

  • Me encantaba. Mi madre hacía ese puré divino con todos los hierros, hasta queso crema le ponía. Recuerdo a mis abuelos decir que “antes” el chícharo era comida para cebar puercos no humanos, las personas no lo probaban. Hace mas de 30 años que no lo como, lamentablemente.

    ¡Gracias Fidel!

  • Uno de tus mejores artículos, bellisimas anécdotas familiares, bravo contigo escritora! Me hizo recordar cuando daban chicharos en mi escuela primaria, mal hechos, sin sabor y duros por añadidura. Los dejabamos intactos en la bandeja de lata, iban directo a la basura. De ahi también viene la relación de odio con esa leguminosa. Pero el chicaro verde me encanta, es exquisito. Me gusta hacerlo solo, sin viandas, nada mas con muchas especias. Gracias por rememorar tantas anécdotas.

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