La Guagua

HAVANA TIMES – Como cada semana, este domingo fui a ver a mamá. Como cada domingo el viaje se convierte en toda una aventura. Definitivamente habrá que volver a ese saludable medio de transporte que es la bicicleta, aunque me cueste un ojo de la cara comprar las gomas y las cámaras de la mía.

Salí temprano para tratar de alcanzar el ómnibus A8 que me deja bastante cerca y es bastante puntual a las 8.15 de la mañana. Siempre voy a cogerlo a la primera parada en el parque del túnel que da por el principio de la calle Cuba. Escojo esta parada, además de por ser la primera, por haber en dicha paradas varias opciones de transporte que me llevan hacia allá: la P5, que aunque me deja más lejos igual es relativamente cerca y las gacelas (taxis colectivos) 22 y 16 que también me dejan cerca.

Definitivamente el año no comenzó bien para el transporte, como para casi nada acá. Después del anuncio de la subida de los precios del combustible y del transporte la situación se ha agudizado y aún no ejecutan la amenaza.

La cola.

El que no ha montado una guagua en Cuba no tiene idea de qué es eso.  Coger transporte urbano debería considerarse el deporte nacional, tanto por la masividad con que se practica como por las exigencia físicas y psicológicas que demanda del atleta, perdón, del pasajero.

Este domingo no fue la excepción y tuve que hacer gala de mis dotes para llegar a mi destino.  Ante todo, hay que tener paciencia y aguante para estar de pie pues la espera del ómnibus puede durar de minutos a dos o tres horas, como fue mi caso esta vez. Apenas llegué a la parada apareció un P5, pero viendo lo lleno que venía y teniendo en cuenta de que el A8 aún estaba en tiempo lo deje pasar, era muy temprano para meterse en una lata de sardinas.

El abordaje.

Ya decía mi abuela que la luz de adelante es la que alumbra. El A8 jamás llegó y continuaban arrivando personas a la parada. También dejé pasar un A27, ómnibus que en realidad no es el ideal para mí pues me deja a más de dos kilómetros de mi destino, pero es mejor que ir a pie.

La 27.

De las gacelas apenas pasaron dos y no dejaron pasajeros en la parada por lo que no pararon ni recogieron. Y pasaron las nueve y llegaron las diez y terminé sentándome debajo de un árbol, resignado a que el A8 no pasaría y tendría que irme en lo que fuera que me adelantara un poco de camino o irme a pie o desistir del viaje.

Finalmente llegó un A27 nuevamente y me decidí a montar en él, otra de las modalidades que exige el pentatlón que es coger transporte urbano en La Habana: hay que saber empujar, aguantar empujones, colarse por el hueco de una aguja y lo que es más importante, hacerlo sin perder la billetera o el móvil en el intento.

Casi a las 11 de la mañana logré subir y dentro encontré toda la fauna que se puede encontrar en una guagua cubana. Al subir al apretado ring que es la guagua te recibe un cobrador que hace lo posible por quedarse con el vuelto y no hace más que repetir: “Señores, caminen un poquito que hay espacio en el pasillo, pónganse de ladito”, aunque no quepa una paja entre pasajero y pasajero.

Amén de estar la guagua repleta como lata de sardinas comprimidas, estaba el tipo con un saco a medio llenar atravesado en el pasillo. No faltaba el piquete de adolescentes al fondo de la guagua emulando el volumen del reguetón que nos regalaba el chofer desde su potente reproductora. Adolescentes que no dudaban en usar las frases más soeces que se puedan imaginar.

Adentro.

El viaje duró casi una hora donde pude ver y escuchar a la muchacha de buen cuerpo dándole un escándalo al pasajero que llevaba detrás por estar “recostándosela”. También estaba uno que se bajó y se dio cuenta de que le habían robado el celular y comenzó a gritar improperios desde abajo mientras hacía el intento vano de subir nuevamente. Estaba en el ómnibus el que se hace el dormido, mira por la ventana o se encierra en su móvil con los audífonos puestos para no ceder el asiento a un anciano o mujer embarazada o con niños de brazos.

Las conversaciones iban de lo malo que está “esto”, lo difícil del transporte, lo paupérrimo de las raciones de la bodega, las medidas amenazantes que está tomando el gobierno, hasta alguna que otra temática personal o familiar donde te enterabas que fulana le pegó los tarros a mengano.

Finalmente me quedé en la parada del cine Acapulco, no sin antes hacer el mayor de mis esfuerzos empujando a diestra y siniestra para poder llegar a la puerta y bajarme. Después de semejante aventura caminar el tramo que me faltaba, atravesando el puente Almendares y enrumbar hacia casa de mamá me pareció una panacea. 

Mi bicicleta

Esto se está pareciendo demasiado al infame periodo especial y solo falta que retiren todo el transporte y regresemos al mítico “camello” (camión con una estructura adaptada al transporte de pasajeros que cargaba más de cien personas) que de veras no me siento apto para usar a estas alturas de la vida. Si, tendré que reactivar mi vieja bici…

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