Depresión de fin de año
Por Lorenzo Martín
HAVANA TIMES – Llevaba tiempo sin escribir producto a que he estado deprimido, quizás demasiado tiempo, quizás demasiado deprimido. Mirar alrededor y ver que todo se desmorona es opresivo, deprimente. Se desmorona la ciudad, la sociedad, la familia, se desmorona la vida…
Finalmente encontré la forma de despertar de esta modorra e intento retomar mi vida. Mal momento para hacerlo. El fin de año solo me trae añejos recuerdos que intento recuperar, pero la realidad los supera. Finalmente noto que no es que yo esté deprimido, sino que mi isla de la alegría, esa misma isla del tabaco, el ron y la guaracha, está deprimida, triste, definitivamente rota… y, amigos, la depresión mata.
Estas navidades, gracias al dinero que manda mi hija desde su fría geografía actual, en mi mesa no faltaron alimentos. Es cierto que el cerdo estaba caro y los frijoles para qué hablar, pero necesitaba hacer la cena, más por mamá que por otra cosa. Mamá no dice nada, ella no se queja, pero extraña y lo leo en sus ojos.
Mamá siempre ha sido fuerte, ha soportado los embates de la vida con estoicismo admirable. Si algo la afecta es la soledad, el no poder reunir a los de ella de vez en cuando. La afecta no tener a sus hijos reunidos aunque surja alguna discusión que la obligue a asumir el papel de árbitro. La afecta mucho no tener a los nietos rondando la cocina para ‘robar’ algún tostón de plátano o un pedazo de la carne más asada.
Mamá no se queja pera la tristeza de sus ojos amenaza con ser definitiva, mortal, como quien no espera nada ya de la vida y solo desea ese golpe fatal y terrible de la parca que termine con esta realidad.
Intento animar a mamá, pero el día a día no coopera. Las navidades no fueron excepción. Se nos apaga la alegría segundo a segundo. Demasiadas mesas vacías y no hablo de comida, hablo de sillas sin ocupar que no sabemos cuándo volveremos a llenar porque se fueron lejos en busca de nuevos horizontes, en busca de una vida digna, o al menos de poder ayudar a los padres, hijos y demás familiares que inevitablemente van quedando detrás.
Se nos apaga la alegría y no vino el vecino jacarandoso a meterse en la casa sin motivo, a tirar un pasillo de música cubana o simplemente compartir su alegría. Ese vecino también se largó a tierras con mejores esperanzas.
Las calles vacías, sin música alta como solemos poner, sin ambiente festivo, apenas tres o cuatro transeúntes que hacían los últimos mandados del año buscando qué llevar a la mesa. Tampoco se escuchaban los tan comunes por estas fechas gritos de los cerdos mientras algún matarife improvisado e inexperto ponía fin a su viva para terminar en el asador.
En los hogares cubanos esta vez no había discusiones sobre a quién le tocaba dar vueltas al asado, ni estaban los adultos reunidos en el patio, trago en mano, haciendo chistes subidos de tono, ni la algarabía de los niños, ni el olor a asado que solía inundar la isla por estos días… ni siquiera el borrachito de la cuadra hacía escándalo esta vez.
Faltaba en la mesa cubana de día de fiesta el lechón, faltaba el sabroso ron Habana Club, la cerveza, faltaban los tomates… faltaba la felicidad y la esperanza de que el próximo año sea mejor y se cumplan los sueños.
Los pocos que teníamos con qué festejar era a costa de las sillas vacías que debieran estar ocupadas por hermanos, padres e hijos que han dejado el puesto desocupado y el alma vacía.
Se nos apaga la alegría y mientras la cúpula gobernante nos incita a recibir el nuevo aniversario de la revolución cubana con alegría, con creatividad y con fe en un régimen que nada ofrece hace mucho tiempo ya. Es muy difícil que entienda al hambriento aquel que tiene su mesa llena. El régimen nos invita a festejar la revolución mientras anuncia el más agresivo paquete de ajustes económicos que haya implementado alguna vez y que de seguro producirá más miseria, desesperación y familias rotas.
Se nos apaga la alegría y amenaza con ser irreversible. La isla del ron y la fiesta se ha convertido en un desierto estéril donde el único sueño común es escapar, emigrar, dejarlo todo atrás. Se nos apaga la alegría y ya la depresión no es un problema psicológico que padece alguno, la depresión abarca a la sociedad en pleno excepto ese pequeño por ciento que constituyen las familias gobernantes y sus acólitos más cercanos.
Es muy difícil no deprimirse en tus circunstancias. Debe ser difícil ver la luz que ha salido de los ojos de tu madre.