Las profecías de Luisa
Por Pedro Pablo Morejón
HAVANA TIMES – Después de tantos años me la vuelvo a reencontrar. Es la mujer que me adoptó como a un hijo en aquellos tiempos cuando mi vida giraba en torno a la Fe en Cristo y era un seminarista que, desde el Seminario Teológico Bautista de La Habana, viajaba los viernes hasta un batey azucarero a pocos kilómetros de Artemisa, para atender una iglesia.
Todos los feligreses, pero fundamentalmente ella, me acogieron con cariño. Muchas veces pernoctaba en su casa y me brindaba lo poco que tenía. Quizás le causaba lástima verme tan jovencito, que a pesar de mis 25 aparentaba unos 18 y no pesar más de 130 libras y para colmo padecía de frecuentes cólicos nefríticos que me anulaban el apetito.
Tuvimos tanta complicidad que a pesar de la diferencia en años me confesaba sus dudas, sus anhelos y sus temores. Era y supongo que sigue siendo, una gran mujer que tuvo que criar sola a dos hijas y había decidido, durante mucho tiempo, estar soltera.
Y yo, que para entonces sabía poco de la vida más allá de la Fe, le oficiaba como una especie de hijo consejero cuyas palabras espirituales le traían aliento y deseos de vivir.
Pero Luisa (llamémosle así), a veces, me causaba desasosiego. Era una madura atractiva que proyectaba un velado erotismo. Yo era célibe, con las hormonas alborotadas de lujuria como cualquier joven de mi edad a pesar de mi vocación cristiana y por eso libraba luchas que a nadie le confesaba, excepto a Dios, y por momentos me alejaba para evitar la tentación de atisbar sus hermosas carnes ligeramente visibles a contraluz cuando se asomaba a la puerta de la cocina.
Todo ello, junto al afecto que le tenía me originaba un ciclo de pensamientos libidinosos, culpa, sensación de suciedad y arrepentimiento.
En aquel tiempo no lo podía saber, era demasiado noble, tímido e inexperto como para percibir su vulnerabilidad. En realidad, a pesar de su carácter jovial era una persona solitaria necesitada de amor y atención.
Presumía de tener el don de la profecía y cierta tarde me recibió con algo de tristeza. Al preguntarle me respondió que “el Señor” le había mostrado algo de mi futuro y lo que se presentaba era sorprendente y nada agradable.
En verdad no me impresioné, no creía en semejantes cosas que para mí habían quedado en la época de los apóstoles. Aunque la curiosidad pudo más y con atención escuché sus “predicciones”.
Yo nunca llegaría a ser pastor, sino abogado o escritor. Encontraría una mujer excelente para mi vida, sí, pero la perdería por mi abandono del cristianismo y mis propias obras de pecado recurrente y para colmo, aparece mi imagen caminando cabizbajo, con harapos, divorciado, sin trabajo…
También aparezco en una habitación escribiendo algo mientras afuera cae nieve, como si estuviera en un país lejano. Algo parecido a lo dicho en estos tiempos por otra mujer “adivina” y de lo que escribí en este sitio.
Pues no me tomé nada de eso en serio y hasta lo olvidé para recordarlo años después cuando me expulsaron del bufete de abogados y mi matrimonio, todavía rescatable, se hundía cada vez más a causa de mis conductas polígamas que me hacían alejarme de la senda de la monogamia como un auto que se precipita por un barranco.
Tras abandonar el seminario perdimos contacto y ahora vuelvo a recordar esas predicciones cuando en mi cuenta de Facebook recibo la solicitud de amistad de una señora cuyo rostro me parece conocido y al vincularlo con su nombre ya no tengo dudas de que es ella, ahora mayor, con más de 60 años y por fin casada, que reside en Orlando, Florida.
Me causó alegría reencontrarla y sentir que es la misma señora dulce de siempre, aunque me confesó que le parezco distinto y es obvio, mis facciones no, pero yo he cambiado radicalmente en muchos aspectos de mi vida, estoy seguro que para bien.
Chateamos un buen rato, evoqué sus profecías que ella casi había olvidado y le relaté cómo casi todo ha sucedido al pie de la letra. Le recordé también la otra de sus profecías y me respondió que aunque no haya nieve de fondo si llego a los Estados Unidos podré contar con ella.
Y yo, que continúo siendo un escéptico, deseo que se confirme la segunda, aquella en que aparezco en otro país (que es igual a escapar de este infierno) para así descreer un poco menos.
Si quiere que se cumpla lo de la nieve muévase, no le va a caer del cielo.