La visa de Bisa para Cuba
Alfredo Prieto
La visita a Cuba de la Subsecretaria de Estado Adjunta para América Latina, Bisa Williams, se perfila como un hecho singular en el panorama de las relaciones bilaterales, no sólo por constituir la funcionaria norteamericana de mayor nivel que pisa el suelo de la Isla desde el año 2002, sino también por encarnar como pocas la política del presidente Barack Obama, caracterizada por irle introduciendo burbujas de aire al yunque.
Acompañada por funcionarios del Departamento de Estado y del Servicio Postal de los Estados Unidos, Williams sostuvo conversaciones con una delegación cubana, encabezada por el vicecanciller Dagoberto Rodríguez, sobre la reanudación del servicio de correo directo entre ambos países, interrumpido desde 1963.
En la figura de Phillip J. Crowley, el Departamento de Estado mostró su satisfacción por los resultados del diálogo, al que calificó de positivo y en correspondencia con la línea oficial en el sentido de unir a las familias a ambos lados del Estrecho y de aumentar el flujo de información hacia el pueblo cubano. La parte norteamericana visitó un centro de procesamiento postal, ofreció invitar a los cubanos a hacer lo mismo en los Estados Unidos y anunció que ambas delegaciones se reunirían de nuevo para dar continuidad a las pláticas.
Evidentemente esta movida, junto al reinicio de las conversaciones migratorias, bastaría para una cobertura sostenida por parte de los medios de prensa, porque denota un cambio respecto a la administración anterior.
Pero aquellos, que suelen operar con su propio concepto de la noticia –como se sabe, que un perro muerda a un hombre no lo es, pero lo contrario sí– se dieron a la labor de difundir la idea de que «algo está sucediendo,» como en la canción «Muro,» del trovador cubano Carlos Varela, interpretada en el segundo Concierto Paz sin Fronteras ante más de un millón de espectadores.
Seis Días en Cuba
En primer lugar, por un problema de temporalidad: Bisa Williams estuvo seis días en La Habana, más allá de finalizado el encuentro bilateral; en segundo, por lo que hizo: participó en un coctel con intelectuales y artistas cubanos en la casa del nuevo jefe de la Sección de Intereses, Jonathan D. Farrar, al que no fueron invitados los disidentes (aunque también se reuniera por separado con estos), visitó varios lugares afectados por los huracanes en la provincia de Pinar del Río e incluso asistió al concierto de Juanes, lo cual le concede el mérito histórico de ser la primera funcionaria norteamericana de alto nivel que se mueve al son de la música latina en la Plaza de la Revolución.
Aunque ambas partes se proyectaron con austeridad pública, una vez conocida la novedad se sintió con fuerza telúrica en algunas oficinas de Washington D.C. Percibiendo que el piso se le estaba moviendo, la derecha congresional cubano-americana solicitó al Departamento de Estado una «reunión informativa inmediata» sobre las actividades de Bisa Williams, por considerar que se habían elevado «a niveles innecesarios» los contactos con el Gobierno cubano.
En una carta al subsecretario de Estado William J. Burns, Ileana Ros-Lehtinen, Lincoln Díaz-Balart, Mario Díaz Balart y Albio Sires estimaron inconcebible que el diálogo –se enfocaría sólo en el correo, pero también abarcó migración y asuntos consulares– «fuera llevado tan ampliamente que el Canciller cubano lo describe como cubriendo temas de una agenda global.»
En realidad fue una alusión a la lista de problemas enunciados recientemente en Nueva York por Bruno Rodríguez Parrilla y que incluye, entre otros, el bloqueo, la Ley de Ajuste Cubano, la supresión de Cuba de la lista de países terroristas, Radio y Televisión Martí y los cinco cubanos presos en los Estados Unidos.
Obviamente, en la visa de Bisa no se estampó todo lo que ahora mandan a esclarecer los cuatro legisladores mencionados, pero la subida en los niveles de ruido ambiental es como la punta del iceberg de lo que harán cuando el Congreso discuta levantar la prohibición de los viajes de los norteamericanos a Cuba, algo que en el nuevo contexto se les avecina como un famoso artefacto inventado por los franceses durante la Revolución.