En la acera de los paragüitas

Jorge Milanés Despaigne

Cuando regresaba de la despedida de las suizas, alrededor de la media noche, me fui a esperar la guagua en la parada frente al Capitolio de La Habana. A esa hora casi nunca ando por allí, pero no tenía otra alternativa.

Ahora todo ha cambiado en esa acera. Me sujeté a una de las columnas del portal. Mi visión iba hacia cada rincón del espaciado lugar, incluso, a otras dimensiones, como las de los años 80, cuando había unos paragüitas bajo los cuales cualquiera se podía tomar unas cervezas por el módico precio de 60 centavos en moneda nacional.

Pero no es ese el escenario, sino un paisaje oscuro, con muchas personas a la espera de la guagua y una sorprendente pleamar de trasvestisdos, que hacían galas de sus luces, mientras en una esquina un grupo de muchachos, sentados junto al cristal de la vidriera de un establecimiento, eran regañados por la policía.

“¿Qué extraño?” me dije. Años atrás esos jóvenes hubieran sido detenidos por la poli solo por el mero hecho de exhibir sus exóticos atuendos en público.

De repente, frente a mí, dos de ellos se juntaron. Las manos de uno recorrían al otro. Parecía todo un desafío al tiempo y a la autoridad.

Pensé que quizás solo yo me rehusaba a lo diferente.

“¡Mira eso! Años atrás no se permitía un espectáculo como este, porque la policía venía y se los llevaba a todos. Hoy andan por todas partes,” comentó en voz alta un señor que también esperaba la guagua.

Entonces me encontré en el centro de un desfile exclusivo, como en otra capital del mundo. La noche parecía vestirse de gala.