Exhibida Una noche en Cuba

Irina Echarry

HAVANA TIMES — Desde la azotea de un alto edificio Raúl deja caer una caneca de ron vacía.

”Vas a matar a uno allá abajo”, le dice su amigo Elio.

­”Quizá le haga un favor”, responde Raúl.

La noticia corrió como pólvora; primero entre los privilegiados que leen Internet; luego de boca en boca: dos actores cubanos de 20 años piden asilo en EE.UU.

Los muchachos eran desconocidos, muy pocas personas habían escuchado sobre la película que protagonizaban y, después de saber la sinopsis, casi nadie creyó posible que se exhibiera en Cuba.

Pero, aunque apenas lo notemos, parece que las cosas han cambiado algo. El sábado 8 de septiembre,  con la sala del cine Riviera repleta de jóvenes, se proyectó la cinta de la inglesa Lucy Mulloy en una muestra única.

Dos amigos, cansados de un presente que no les complace y de un futuro que no logran divisar, deciden salir del país. A última hora, la hermana de uno de ellos se les une. Los tres se tiran al mar en una balsa improvisada.

Esta es la sinopsis de Una noche, que bien podría ser la historia personal de cualquier joven.

Porque cualquiera puede ser Raúl (Daniel Arrechaga), pobre, que trabaja en la cocina de un hotel, harto de aguantar humillaciones para no perder el empleo; acusado de algo que no hizo y buscado por la policía, no le queda otra opción que partir.

O Elio (Javier Núñez Florián), enamorado de Raúl, pero reprimido por prejuicios homofóbicos; con un padre violento, militar, machista; trabaja en la misma cocina, sin grandes aspiraciones.

O Lila (Anailín de la Rúa de la Torre), hermana de Elio, que anda siempre con el uniforme de la escuela, sin embargo nunca se le ve ni en las clases ni estudiando.

La Mulloy captó la abulia, el desencanto que vive en la mayoría de los adolescentes de la isla, y que las telenovelas cubanas no reflejan.

A pesar de ser extranjera, se alejó bastante de los estereotipos que signan las películas cubanas hechas por realizadores foráneos o del patio.

Lo que más impacta de la cinta es la sinceridad, desde la historia misma hasta las actuaciones.

Con escenas cortas, precisas, sin regodeos en la miseria (humana y material) aunque la muestran; diálogos cotidianos, sin rebuscamientos, a veces ininteligibles como las conversaciones de los adolescentes, y una fotografía que capta esa Habana que todos vemos y aquella que algunos no quieren conocer, la película mantuvo al público atento, pendiente de la suerte de los protagonistas.

Protagonistas que decidieron llevar la historia más allá de la pantalla cuando en abril llegaron a EE.UU a presentar el film y pidieron asilo político para no regresar a Cuba.

No necesitaron, como en la película, lanzarse al agua a remar 90 millas, a luchar con los tiburones; ninguno perdió la vida en el intento ni corrieron el riesgo de regresar a tierras cubanas sin quererlo.

Pero sí se arriesgaron al olvido, al borrón de los que hacen la política cultural de este país, pues la prensa no puso sus nombres ni para decir el premio de actuación, compartido por los dos actores, en el festival de Tribeca, New York.