Los cables de Wikileaks sobre Cuba no llaman la atención
Graham Sowa
Cuando Wikileaks comenzó a dar a conocer los cables de las embajadas de Estados Unidos creí que tantos documentos atosigarían nuestra habilidad de separarlos. En lugar de eso, esto sacó lo mejor de nosotros. Unos minutos después de su publicación sacábamos a la luz el chisme diplomático de la primera dama de Azerbaiján y su cirugía plástica.
Los cables sobre Cuba son menos jugosos y probaron ser realmente temas viejos. La Sección de intereses de los Estados Unidos predijo que la economía cubana se volvería insolvente dentro de 2 o 3 años. Esa predicción es tan evidente que puede resultar aburrida en sí misma.
Esto me desmotiva porque hay tanto potencial en la cosas que ha divulgado Wikileaks para ser discutido: el papel de la industria y el gobierno en regular la “libertad de expresión” en Internet, si los secretos son posibles en un mundo que se puede hackear, y el concepto dinámico de “seguridad” en la era de la digitalización. Para muchos periodistas y lectores estas discusiones están ocurriendo, pero realmente no fuera de los aburridos círculos en los que se espera que ocurra.
Pasamos mucho tiempo hablando sobre cómo Julian Assange, pudo traer toda esta vergüenza a un jugador mundial tan poderoso como el Gobierno Federal de los Estados Unidos de América. El hombre es mucho más popular que los materiales que publicó. Esto tiene sentido, pues el hecho de que existe gran diferencia entre lo que los diplomáticos dicen en privado y lo que expresan en público no debe sorprendernos ni escandalizarnos, supuestamente eso es lo que deben hacer.
Me gustaría imaginar por un momento una situación en la que el gobierno de Estados Unidos publica todos esos cables. No creo que ahora estuviéramos hablando de esto. Lo que hace que sea tan provechosa para los medios, es que la cara de la historia es un australiano, que de otra manera, sería desconocido. Tendría mucho menos impacto si el propio Estados Unidos hubiera sacado la información por propia voluntad. Creo que Cuba y todos los países del mundo pueden aprender algo aquí.
Vivir en un mundo donde la seguridad digital es imperfecta, quizás ya es hora de que los gobiernos reevalúen cuándo vale la pena mantener un secreto. Se deben tomar decisiones acerca del valor de guardar información y el control de sacarlas a la luz. No hay nada que robar o publicar si el gobierno no está escondiendo tanta información.
Por otro lado, si la transparencia no se convierte en el proceder habitual, entonces los estados se pudieran convertir ellos mismos en objetivos para futuros delatores. Estados Unidos no fue el primer país expuesto a una vergüenza o a ser hackeado, y tampoco será el último.